Hoy hemos celebrado la misa de “Cristo, sumo y eterno (y único) sacerdote”, festividad moderna, de esas de contenido puramente teórico y teológico, como les ha ido gustando a los encargados de variar y enriquecer el calendario litúrgico. Pero, en mi modesta, pero lógica opinión, en este título se han olvidado de un adjetivo fundamental: “Único”. O esos teólogos liturgistas, o pastoralistas, no han leído la “Carta a los Hebreos”, o la han olvidado. Porque esa exclusividad de sacerdocio de Jesucristo es la gran tesis de la carta. Y me ayuda a organizar mi teoría de que hasta el siglo IV no existía la correspondencia a lo que hoy llamamos “clero”, así como que ninguno de los ministros de la Iglesia, ni tampoco los apóstoles, fueron denominados nunca sacerdotes. Ya escribí en otro artículo de este blog, que luego citaré, que en el Nuevo Testamento, (NT), en ninguna ocasión un cristiano, fuera de Jesús, o Jesucristo, porque se afirma con las dos denominaciones, es llamado “sacerdote”.
Alguien puede objetar, ¿pero tan importante, o decisivo, o comprometedor es que usemos una palabra u otra, o ninguna de ellas? A los que así podrían objetar se les puede responder rápidamente con un argumento “ad hominem”: si no es importante o decisiva una u otra denominación, ¿por qué tanto problema en afirmar o negar una o otra expresión? Un actual compañero de arciprestazgo, del OPUS Dei, se me encrespó muchísimo, se enfadó, o eso parecía sin ninguna duda, cuando le comuniqué mi idea de que no nos hacen ningún favor al llamarnos sacerdotes, porque, le argumenté, es decir, le demostré, con argumentos, que ese concepto es típico, y sirve para las religiones, pero que nuestra fe cristiana no se organiza en lo que sociológica, e históricamente, se considera Religión. Jesús fue un temible cuestionador de las actitudes religiosas, y contrapuso a ellas su Evangelio, su interiorización del valor del comportamiento, y fustigó con energía, e implacablemente, las contradicciones e hipocresías del culto. Y, sobre todo, no estableció par sus seguidores los elementos más característicos de la Religión, como son el espacio sagrado, o Templo, y la burocracia u organización clerical, que ni Él propuso, ni los primeros seguidores del Maestro tuvieron alguna duda a ese respecto. Llama la atención para los que no han estudiado seriamente la Historia, o son un poco, o un mucho, desavisados, que los primeros cristianos eran considerados ateos por las dos principales Instituciones de referencia para la primitiva Iglesia en aquel tiempo: EL Imperio Romano, y el pueblo judío. Pues bien, tanto romanos como judíos consideraban ateos a los cristianos, justamente por no ver en ellos signos característicos de la Religión. Y esto se comprende fácilmente leyendo con atención el Nuevo Testamento (NT). Hay infinidad de textos, pero me quedo con dos paradigmáticos. 1º), el de la parábola del juicio de Dios, a los sentados a su derecha y a su izquierda el día final. (Nota: la derecha y la izquierda, de tiempo inmemorial, representan dos categoría contrapuestas, desde el momento que por una idea religioso-natural. primitiva, evidentemente equivocada, se consideraba que los zurdos tenían una desviación biológica estructural, hasta llegar a considerarlos como cómplices del diablo, o, directamente, endemoniados. Así como con preferencias de protocolo, como la costumbre de que el visir , o primer ministro nuestro, se sentase a la derecha del Faraón, o del soberano de turno). Pues bien, según el Evangelio de Mateo, en el famoso texto donde Jesús comunica el criterio que se usará en el juicio final, (Mt 25, 31-46), queda patente que lo que primará en ese juicio no serán elementos cultuales, o de la Ley referentes al culto o al día del Señor, sino a la vida cotidiana, y a la relación normal, sin alharacas, con los semejantes. Es difícil encontrar en ningún código religioso un texto más desmitidificador de las exigencias verdaderas o falsas de la actitud de los hombres con Dios. La identificación de Jesús con los que sufren laws angustias de la vida, y el premio ofrecido a los que lo reconocen entre los rostros de los hombres, es lo menos parecido a los criterios religiosos. Esa humanización de los valores del Evangelio acaban con cualquier veleidad religiosa, y colocan al Cristianismo en otra dimensión, en la que, efectivamente, no hace falta más sacerdocio ritual, y aún, más que ritual existencial y ontológico, que el “Sumo, Eterno y Único” sacerdocio de Jesucristo. Y 2º), la Institución de la Eucaristía como centro del culto cristiano, que bien puede celebrarse, como la Pascua judía, en las casas, sin necesidad del templo, y así lo hacían los primeros cristianos, es otro signo evidente de desacralización y desmitificador del corazón del sentimiento típico religioso. Conclusiones, para mí, evidentes, de esta consideración: 1ª), solo Cristo es verdadero sacerdote, en el sentido más propio y estricto del término: el de mediador entre Dios y los hombres; 2ª), Dios nos regala, por el Bautismo, una participación en el sacerdocio de Cristo. Todos los cristianos son sacerdotes, porque son bautizados, y lo son por participación del único y verdadero sacerdocio de Cristo; 3ª), considerar el sacramento del Orden un Sacerdocio real, diferente del sacerdddocio común de los fieles, es una usurpación de la condición única sacerdotal de Jesucristo, y de la común dignidad sacerdotal, por participación, de todos los fieles cristianos. (¡Menos mal que esta usurpación no es formal, porque es ignorada! Pero, ¿por cuánto tiempo más se podrá alegar esta ignorancia?)
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