Ante el sínodo de los obispos católicos que se reunirán por segunda vez en octubre del 2015 para reflexionar sobre la familia me gustaría compartir algunas apreciaciones al respecto para dar a conocer lo que pensamos parte de los católicos de hoy. No sé si muchos o pocos, pero “haberlos hay los”:
LA PARTICIPACIÓN: Es un paso enriquecedor que se haya pedido a todos participar en esta reflexión, pero es de lamentar que, a pesar de la importancia de esta novedad, no en todas las parroquias de las distintas diócesis se facilitaron los cauces institucionales para ello. Bien es verdad que hubo otros medios para que el que quisiera pudiera hacer llegar su voz al Sínodo. PROTAGONISTAS CLERICALES: Por otra parte, no parece de recibo que sean obispos quienes protagonicen en la Iglesia una reflexión precisamente sobre la familia. Es una obviedad que no parece que sean ellos quienes puedan entender mejor la realidad familiar ni tampoco, por eso mismo, serán ellos los más capaces para iluminarla desde una perspectiva cristiana. Una reflexión sobre esta materia debiera ser recomendada mayoritariamente a laicos casados, mujeres y hombres, con la capacidad analítica necesaria y con la preparación teológica conveniente. LENGUAJE EXCLUYENTE: Si los protagonistas no fueran tan clericales seguro que el lenguaje empleado tanto en los textos de trabajo del Sínodo como en las provisionales conclusiones sería muy diferente: más sencillo y directo. Estos textos no han sido redactados de modo que todos puedan entenderlos, que es como debiera ser. VALORACIÓN: Casi todos los que nos sentimos de una u otra manera en la Iglesia creemos que es importante que intente poner al día su mensaje moral, aunque siempre lo haga con un desmedido retraso o se quede a medio camino. Pero, tanto en el caso de la familia como en todo su discurso moral, tal importancia de lo que digan es relativa, pues hay que tener en cuenta que la voz de la jerarquía eclesiástica es una referencia más a la hora de determinar cómo ha de ser nuestro comportamiento. El que la Iglesia esté tan clericalizada y tan jerarquizada le resta mucho valor a su discurso. De ahí que hay que valorar el Sínodo en su justa medida: de él saldrán unas orientaciones que serán más o menos estupendas según estén más o menos en consonancia con el evangelio de Jesús, que es la referencia de más valor para un cristiano. Sabemos que no siempre ha sido el magisterio eclesiástico quien mejor ha interpretado a Jesús de Nazaret ni quien mejor ha enseñado el camino cristiano. CRISTIANOS ADULTOS: Lo que el Sínodo venga a decirnos sobre la familia lo añadiremos a todas las informaciones que nos hemos procurado a lo largo de nuestra vida para tenerlo también en cuenta en la formación de nuestros juicios de valor y en la toma de decisiones de nuestro comportamiento sobre los temas familiares. Somos muchos, cada vez más, los que tenemos claro que es a cada uno de nosotros a quien corresponde en última instancia decidir sobre la moralidad de nuestros actos, de los que evidentemente tenemos que hacernos responsables. Ni en este tema, ni en ninguno otro, debemos, ni podemos, derivar hacia otros ni la decisión de lo que hemos de hacer ni la responsabilidad de lo que hemos hecho. Nunca hemos olvidado que la última norma de moralidad ha de ser nuestra propia conciencia, que estamos obligados a tener bien informada y a seguir responsablemente siempre. LA COMUNIDAD CRISTIANA: Es más importante lo que piensa y practica la comunidad cristiana donde uno celebra y comparte su fe. En ella donde hemos de contrastar nuestras opiniones, lo que nos ayudará a evitar un individualismo que nos puede apartar del camino de Jesús. Si nos referimos, por poner un ejemplo, a los divorciados que se han vuelto a casar civilmente, (o quienes sin casarse por la Iglesia lo han hecho civilmente o quienes están unidos sin matrimonio católico ni civil), creemos que lo que importa de verdad es que la comunidad donde uno está inserto, tanto los fieles como el sacerdote, acepte que los tales participen en el signo de la comunión cristiana eucarística. De hecho sabemos que es una práctica habitual en muchas de ellas. LA MORALIDAD EN LAS RELACIONES MATRIMONIALES: Creo que es importante tener en cuenta que las relaciones “matrimoniales”, de pareja, no son exclusivamente las sexuales, sino otras muchas. Todas ellas han de ser objeto de nuestra atención moral. Se debe superar la preocupación obsesiva por la moralidad de las relaciones sexuales, que para muchos no son las más importantes. Desde esta perspectiva más amplia la homosexualidad, otro tema que el Sínodo no acierta a abordar correctamente, habría de ser considerada sólo como una parte de la homoafectividad. Quizás ello nos ayude a comprender y tratar mejor a los homoafectivos. EL MATRIMONIO: Es evidente que la celebración del sacramento del matrimonio no hace de por sí que las relaciones matrimoniales sean cristianas. Igual que no somos cristianos por estar bautizados. Lo cristiano es fruto de una vida que tiene su origen en el espíritu de Cristo, que de múltiples maneras se hace presente en quien lo acepta. Sería bueno recordar que la historia del cristianismo desde el siglo I hasta nuestros días nos da a conocer distintas formas de vida matrimonial, todas ellas igualmente cristianas. No parece lo más adecuado ceñirse a una sola interpretación y no dar cabida a ningún otro modo de vivir el matrimonio que al que hoy es definido en el Código de Derecho Canónico. Por otra parte, no se ve sentido, (¿o más bien es una hipocresía más?) querer mantener un vínculo jurídico cuando de hecho ha desaparecido el amor que es la base sobre la que se construye el matrimonio. HAY QUE RELATIVIZAR: Dicen que la verdad es poliédrica. De ello se deduce que sólo la podremos vislumbrar cuando lleguemos a comprender el conjunto, de lo que nunca podremos estar seguros de haber conseguido, debido a la falta de perspectiva y a la fluidez de la realidad. Todo está siempre cambiando. Ser dogmático al hablar de la moralidad va en contra del ser de las cosas. Por consenso podemos llegar a una determinada moral que habrá de ser cambiante y diversa por muchas razones. De hecho así está siendo en la práctica. Lo que para unos es alcanzable puede no serlo para otros. Lo que en un sitio un determinado comportamiento es bien visto, en otro no lo es. Este relativismo que defiendo supone que haya siempre una postura moral exigente, honrada, honesta, sincera, responsable… APROPIACIÓN INDEBIDA DE LA LEY NATURAL: La doctrina eclesiástica sobre la sexualidad dice apoyarse en la ley natural. La “ley natural” podría ser la referencia para la unificación de criterios universales de moralidad. Pero la ley natural no es lo que la “Iglesia” dice, atribuyéndose en exclusiva su recta interpretación. Ya no es posible entenderla tal como la entiende la doctrina oficial eclesiástica, debido al trasfondo pre-científico, ideológico, en que se apoya su interpretación y, además, porque la ley natural habría de determinarse por consenso universal. En este momento debe ser reinterpretada debido a que estamos en un nuevo tiempo histórico caracterizado por los nuevos conocimientos científicos. Es evidente que para muchos la voz de la naturaleza no coincide precisamente con la voz de la Iglesia. “LA FAMILIA CRISTIANA”: Primero fue el sacro imperio, luego el nacional-catolicismo y ahora la familia-cristiana. La mentalidad que subyace en estas pretensiones es la misma. Lo primero que hay que resaltar al respecto es la incompatibilidad de los términos: imperio sagrado, nación católica, familia cristiana. Por muchas razones, pero algunas más importantes: la fe es un acto de adhesión personal a Jesucristo, es una voluntad individual de seguimiento. No sería normal que todos los miembros de una familia, de una nación o de un imperio coincidieran en esa decisión básica y menos que ello fuera durante toda su vida. Imponer la fe sería radicalmente contradictorio. Lo normal es que haya diversas posturas religiosas, tanto básicas, como de matices. Lo que hay que insistir es que el cristiano respete la postura religiosa, o agnóstica o atea, de los demás, y que la fraternidad natural sea integradora por encima de todas las diferencias. Las posturas autoritarias no condujeron a nada bueno. La fe es un bien que se puede testimoniar, ofrecer, pero no imponer. La única familia cristiana es la comunidad donde nos reunimos como hermanos todos los que libremente hemos optado por Jesús para compartir su vida. No nos une la sangre sino el espíritu, que nos hace a todos hijos de un mismo Padre.
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