Converso con algunos clérigos amigos venidos estos días desde Roma. Me cuentan del entusiasmo de las bases católicas por la figura y la cercanía de Francisco, de su carisma personal, de sus planteamientos reformistas. Me cuentan también de las resistencias que se advierte en las altas esferas: los cardenales que pierden privilegios, los obispos que son llamados públicamente a ser servidores y no opresores, de los funcionarios de Curia que deben salir de sus rutinas, sus abusos y sus hábitos poco acordes con la humildad y la libertad del evangelio.
Ha sido una gracia eclesial que personajes discutidos como los cardenales Bertone y Sodano, por nombrar solamente dos de los más conspicuos, hayan hecho mutis por el foro en estos dos años de pontificado. Sin ellos en primer plano toda la iglesia pudo respirar mejor. Pero su ocultamiento sin duda no es pasividad. En la lógica humana (es parte sustancial en una iglesia llamada a ser santa pero construida sobre elementos humanos) se supone cierta indignación, cierta resistencia, cierto descontrol sicológico, que acompaña a todo aquel que se siente desplazado. Quien lo padece se imagina que es humillación. Y esa condición es la más ausente en las categorías de las autoridades de Roma hasta hace poco omnipotentes. Y de ahí a pequeños complots, hay solamente un paso pequeño. Por eso preocupa que Bertone haya aparecido estos días en escena nuevamente para advertir el peligro de algún atentado terrorista contra el Papa. ¿Qué datos tiene? ¿Qué información secreta? ¿Qué alerta divina le ha llegado desde lo alto? No lo dice. Es cierto que el Papa siempre es un blanco buscado (nunca más acertada la frase) por cuanto fanático anda por el mundo. Lo experimentó Juan Pablo II cuando fue herido a bala en la misma plaza del Vaticano. Pero el rencor fanático no siempre proviene de los que son abiertamente adversarios. También se incuba en el seno de la misma familia (¡lo ha experimentado el pontificado tantas veces en su historia!). Es de esperar que la advertencia de Bertone no sea una señal distractiva. Acompañemos a Francisco con la oración y estemos atentos. Hay que ser sencillos como los pájaros pero astutos como las serpientes. Lo sabemos los cristianos de base. También los desplazados del poder en la Curia romana.
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