Sin duda, nos han educado para que cada quien busque salvarse y, más que eso, que cada individuo busque sobresalir, el primer puesto, ser el más fuerte, llegar a la cima, ser arquitecto del propio destino... Nos ofrecen (nos venden) "el secreto" para conseguirlo, por medio de toda clase de publicaciones que supuestamente son de autoayuda. Nuestra cultura parece gritarnos por muchos medios: "¡Sálvate!", y no nos forman para ser más conscientes de las consecuencias colectivas de esto.
Somos una cultura que se ufana de conseguir siempre más, la máxima eficiencia, más velocidad, máxima productividad... Y en momentos de crisis de todo tipo, como lo es nuestro tiempo, la consigna parece ser: "¡Sálvese quien pueda!" Pero solamente quienes tengan más recursos pueden aspirar a entrar en ese juego de supervivencia en el que solamente el más fuerte podrá ganar, mientras se publica y el público se entretiene. Y la verdad es que no existe el más fuerte... Los vanos esfuerzos que cada quien hace para salvarse de la inseguridad, llevan muchas veces a la persona a la angustia constante, a la frustración, la desesperación, el vacío... A la enfermedad física, psíquica y espiritual. Lo cierto es que, la salvación conlleva gratuidad y dimensión cósmica. No se la da cada quien a sí mismo, la recibimos toda la creación como don. Para quienes profesamos la fe en Jesucristo, Él mismo es la salvación, es decir, la "salud plena" que Dios sueña para todo lo que crea. Es comunión, es amor que se da a sí mismo (nótese que es el movimiento inverso al "¡Sálvate!"). Este año de la fe que hemos vivido, nos deja como fruto la certeza de que necesitamos aprender a captar la salvación, a vivir atentos/as a la salvación de Dios que está manifestándose y sumarnos a ella lo más consciente y libremente que podamos, pero no sólo de manera individual o aislada sino en comunión. Ante el "¡Sálvate a ti mismo"! podemos ofrecer la salvación en comunidad. Muchos años he vivido en comunidad, y he ido aprendiendo que vivir en comunión es un don y un importante valor para nuestro tiempo. Comunidad es más que reunirse, más que cohabitar o compartir algunos bienes; lo incluye desde luego, pero comunidad es aprender a vivir dando más prioridad a la conciencia colectiva. Es aprender a ser más "nosotros". Es soñar y discernir juntos, buscando sinceramente el bien común. Es sumar esfuerzos, compartir experiencias, pedir y darnos mutuamente. Es comunión de vida y fe, animándonos a ser más saludables para los demás. Comunidad es conjugar más en primera persona del plural y aprender a decir más "nuestro" que "mío". Ser comunidad no es simple ni sencillo, pero Dios nos ayuda. Comunión es tarea constante, es realismo y anhelo. Comunidad es también don, que nos hace el Espíritu Santo que habita en nuestro corazón. Por eso, me nace terminar el año de la fe, orando: Danos, Dios bueno, entrañas de misericordia. Inspíranos la conciencia colectiva que nos anime a buscar sin desesperar el bien común, la comunión, la colegialidad, y el discernimiento como actitud cotidiana. Abre nuestra mirada y nuestros oídos para darnos cuenta de tu salvación, y haznos saludables para los demás y para toda la creación.
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