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¿Saboreamos el vino de Caná en la bodega? por: Marifé Ramos

1/18/2016

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Vamos a acercarnos al evangelio de este domingo desde dos perspectivas complementarias:
En primer lugar a través de las costumbres de la época, como si fuésemos invitados de la boda y observáramos atentamente todo lo que ocurre.
A continuación nos acercaremos a través de la teología que utiliza san Juan a lo largo de su evangelio. Esta perspectiva nos ayudará a comprender que este texto es más teológico que histórico.
En este evangelio se nos presentan siete signos (traducidos como milagros) entre los capítulos 2,1 y 12,50, que forman un bloque llamado “Libro de los signos”. Los siete signos reenvían a la idea de una nueva creación. Juan nos dice a lo largo de esos capítulos que se está produciendo algo nuevo y esa novedad es mucho más importante y profunda que el supuesto milagro.
Cada uno de los signos va acompañado de una explicación teológica para que comprendamos mejor su sentido y no nos quedemos en las apariencias, en el envoltorio del regalo.
Costumbres de la época:
Caná era una aldea de Galilea. El evangelio de Juan la nombra varias veces; por ejemplo, después de expulsar a los mercaderes del templo y del encuentro con la samaritana, Jesús volvió a Caná (4, 46-53). Natanael era de allí (21, 2).
La boda era uno de los acontecimientos más importantes de la vida social de Israel. Era una ocasión para hacer alianzas entre familias. A menudo se casaban entre primos hermanos, o el tío con la sobrina, etc., así la herencia no salía de la familia.
Muchas veces se concertaba la boda  a través de arduas negociaciones, por lo que su  celebración era como el broche final.
A veces los padres de familia comprometían a sus hijos cuando todavía eran niños y esperaban a que los chicos tuvieran 13 años y las chicas 12 para celebrar el matrimonio. En buena parte el sentido de la vida de los adolescentes consistía en casarse y tener hijos. Así engrandecían el pueblo y experimentaban la bendición de Dios. Tenían tanta importancia social y religiosa las bodas que no existía un término equivalente a “celibato”.
La celebración podía durar una semana. Se reunían las familias (en un sentido muy  amplio) y las amistades.  Los invitados solían aportar víveres para contribuir a los gastos que suponía comer y beber en abundancia durante esos días. Cuando había una boda se suspendían los ayunos religiosos habituales.
María estaba invitada y se le nombra como “madre de Jesús”. Muchas veces se silenciaba el nombre propio de las mujeres y se hacía alusión a un hombre que les servía  de referencia: eran madres de…, o hijas de…, o esposas de…
No se nombra a José. Cuando un padre de familia moría solía ocupar su puesto en los actos de la vida pública el hijo varón primogénito. ¿Habría muerto?
El vino tenía mucha más importancia que la que tiene ahora. En determinadas estaciones no era fácil encontrar agua potable y abundante en los manantiales, por lo que el vino era imprescindible como bebida habitual. En los viajes se solía llevar un cuerno de un animal, vaciado como si fuera una cantimplora, y lleno de vino (pensemos en texto del buen samaritano). Salvo que la pobreza lo impidiera, cada familia intentaba tener en casa algunas cántaras de vino para su propio consumo.
Era impensable que en una boda en la que había mayordomo y sirvientes se acabara el vino, ni por falta de previsión ni por tacañería. Había familias que se endeudaban para celebrarla por encima de sus posibilidades; era un honor “tirar la casa por la ventana” en estas ocasiones. Las bodas eran una de las pocas ocasiones que tenía la gente sencilla de comer y beber en abundancia. Se recordaban y se hablaba de ellas.
Si se había acabado el vino ¿se podía conseguir inmediatamente, en abundancia, en una aldea? ¿Una mujer invitada a la boda es la que se tuvo que encargar de solucionar el problema? ¿Ella se dirigió a los sirvientes? De acuerdo con las costumbres de la época el texto hace aguas.
Juan nos presenta de nuevo el término “mujer” en boca de Jesús, cuando está en la cruz y le dice a María: “Mujer, he ahí a tu hijo” (19, 26). Nos está dando pistas muy claras que nos conducen a una interpretación teológica del texto, como veremos más adelante.
Las tinajas para guardar el agua solían ser de barro (como nuestros botijos), pero el barro podía guardar impurezas, por eso había también grandes tinajas de piedra que se consideraban más puras y apropiadas para conservar un agua que era imprescindible en las ceremonias de purificación.
¿Quién vivía en una casa de una aldea, en la que había  tinajas con capacidad para 600 litros de agua para purificarse? No deja de ser curioso este dato. Nos indica que la boda se celebra en una casa en la que se da mucha importancia a la purificación ritual y tienen tinajas de piedra, muy caras, que cumplen estrictamente con las normas religiosas. 
En la casa había mayordomo y sirvientes, es una familia rica. Si fuera un hecho histórico, si se tratara de la narración de un suceso, no tendría sentido que fuera el novio el que hubiera guardado el vino bueno para el final y el mayordomo no lo supiera.
Además, Juan nos habría contado el alboroto que tendría que haberse producido con el cambio y cómo los invitados a la boda habrían caído  rendidos a los pies de quien había hecho un milagro tan grande. También tendríamos testimonios extra bíblicos, porque 600 litros de agua convertida en vino dan mucho que hablar, sin embargo ni siquiera los otros tres evangelistas nombran la boda de Caná.
Si nos hemos quedado con la imagen del cambio del agua en vino, como clave de este evangelio, creo que no lo hemos entendido. Es como si hubiéramos presenciado un espectáculo de magia y saliéramos comentándolo con otros asistentes.
Interpretación teológica:
El versículo 11 nos da la clave para acercarnos al texto por esta vía, para recuperar la Buena Noticia que encierra:
· Jesús comenzó sus signos.
· Manifestó su gloria.
· Creció la fe de los discípulos en él.
La presencia de Jesús, María y los discípulos son símbolo de la comunidad cristiana. Es decir, Juan nos anuncia un signo en medido de la comunidad, en un contexto de celebración, de fiesta. María ya no es sólo la madre de Jesús, tiene otra consideración, es un prototipo, es la madre universal. Es la mujer.
En la perspectiva teológica el vino era uno de los signos que mostraban que había llegado el tiempo mesiánico, tras unos siete siglos de espera. ¡Eso sí que era motivo de fiesta y celebración! El vino expresa la vida de Jesús, compartida y entregada (su sangre).
Para Juan “la hora” no se refiere al tiempo cronológico, sino a la hora de Dios, al momento apropiado (se utiliza el término kairós). Ni siquiera su madre puede marcar a Jesús esa hora en la que tendrá que entregar su vida plenamente.   
Hay una imagen actual que puede ayudarnos  a entender el dinamismo de esa “hora de Dios”: los surfistas. Si saben mirar con atención las olas y ven que se acerca una  grande y apropiada se suben en ella y aprovechan su impulso, su fuerza, para llegar muy lejos, casi sin esfuerzo. Sería absurdo querer surfear en dirección contraria de la ola o intentar llegar lejos cuando el mar está en calma.
¿Cómo buscamos lo signos que nos ayudan a captar “la hora de Dios” en nuestra vida? ¿Cómo aprovechamos la “ola” de la voluntad de Dios para llegar a vivir experiencias y compromisos que serían imposibles con nuestras propias fuerzas?
En la teología de Juan ya no tenía sentido el agua para purificarse, porque la presencia de Jesús (resucitado) implicaba fiesta, banquete, un vino bueno que es nuevo. El agua de las purificaciones se había transformado en un vino bueno que alegraba a las familias y a los pueblo.
Pero era preciso probarlo, saborearlo. Muchos hombre y mujeres místicos describen la experiencia de bajar a lo más profundo de su ser como la bajada y estancia en una bodega en la que saborean un vino añejo y experimentan una comunión profunda con el Dios que les habita. Leer el evangelio de hoy con esta clave puede transformar nuestra vida.
En consonancia con otros textos del evangelio de Juan vemos que ya no hay que ir al pozo a buscar el agua (diálogo con la samaritana);  ya no hay que llenar tinajas para la purificación, porque en nuestras propias entrañas hay un río de agua viva que conduce a la vida eterna.
“El que beba del agua que yo le daré no tendrá más sed, sino que el agua que yo le daré se convertirá en él en fuente que brote para la vida eterna” (Juan 4, 14) “El que tenga sed que venga a mí y beba…” (4, 37)
Como vemos, si quitamos el envoltorio de las costumbres, este texto nos enseña claves para vivir el discipulado. La teología de Juan es mucho más profunda que lo que sugieren unos hechos extraordinarios en una boda.  
¿Y si traducimos el texto en forma de parábola?
Hacía meses que no llovía en la zona y los manantiales se iban secando uno tras otro. La gente del pueblo guardaba en sus casas algunos cántaros con agua y la utilizaban con mucha prudencia, como un bien precioso y escaso.
El domingo, en la homilía, el sacerdote explicó el evangelio de las bodas de Caná. Al acabar la Misa invitó a  la gente a que pasara a la sacristía:
- Vamos a sacar las botellas con agua bendita que hay en el armario. Haremos sopa y café para las familias más pobres del pueblo. Hace frío y les vendrá bien.
Así lo hicieron. Ese día el pueblo entendió el evangelio mucho mejor que otros domingos.


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