Todo apunta a que no ha de llegar la catarsis colectiva de los mandatarios, que, pese a las palmarias pruebas, seguirán acorazados. La entera franqueza no tiene prisa por acercarse a los labios de quienes nos gobiernan. ¿Debía asomar la verdad tras el atril, delante de los focos o bastará que proyectemos luz sobre nuestras propias verdades? Larga cadena de frustraciones nos animan a concluir que el progreso social no se urde tanto en Calle Génova, en Ferraz o la Moncloa, como en más íntimas sedes.
En realidad buena parte de este sistema, no sólo de una opción política, está fundamentado en la falsedad: la ficción del dinero como norte, de la rivalidad como progreso, de la competitividad como valor rector de nuestras relaciones... Los engaños nos acorralan: la química cura, los animales nos son ajenos, el veneno es preciso para que los campos florezcan en abundancia y el asfalto es el inevitable escenario de nuestros días. No nos convence tampoco ese aparente brillo en la chapa de nuestros vehículos, cuando el hambre rueda aún a gran velocidad por tantas geografías. Gobierna el embuste de que la vida se acaba cuando el cuerpo físico se agota, de que no nos alcanza latido para prolongarnos en los senderos de la eternidad... Nos ocultaron sobre todo que la existencia es experiencia y servicio, no materia y placer; que el gozo tiene que ver con el volumen de la entrega al prójimo, no con el grosor de un sobre cargado de dinero negro. Las falsedades nos acorralan, pero nos resistimos a acostumbrarnos a ellas. Vivimos sorteando incongruencias, de forma que no nos sorprende que nuestro presidente se atrinchere en las suyas. Ante la expectación de toda una nación, el supremo mandatario sube a los micrófonos y dice que no ha recibido ningún sobre. No somos, ni deseamos ser jueces para afirmar categóricamente, pese a la abundancia de pruebas, que esos sobresueldos entraran en su bolsillo, pero nos permitan otro rumbo, nos concedan ya no estar pendientes de sus ruedas de prensa, no permanecer a la expectativa de que en ellas al fin aflore el hombre en su transparencia, en su entereza, en su conciencia. No somos peritos de grafología, avanzaremos con la caligrafía más segura de nuestras verdades. Cuando un sistema falso zozobra, nos queda asirnos a principios eternos, imbatibles; afrontar futuro con las máximas que no caducan. Más allá de las estructuras en preocupante medida corrompidas, de las incógnitas que seguramente nunca resolveremos; más allá de la confianza que arriba tan menudo no hallamos, de la proliferación de mandatarios que no se prestan a otorgarles deseada confianza..., toca encarnar los valores que anhelamos ver instalados en el mundo y su clase gobernante. Toca apagar aún un poco más los telediarios en los que escasean los hombres que portan su corazón en la mano. Toca sobre todo escribir nuestros propios cuadernos sin borrones, ni engaños. Sí, queremos mandatarios rectos, pero somos conscientes de que esa pulcritud gobernará arriba, cuando se instale plenamente en nuestros adentros. Más allá de lo que ellos apuntan en sus cuadernos sospechosos, toca limpieza en la contabilidad entre nuestras líneas. Toca denunciar el cuaderno de los abusos, el proceder del "generoso" tesorero siempre tan cargado de sobres, pero sobre todo librar de mancha el cuaderno de nuestras cuentas. A la postre, quizás nuestro futuro nos lo juguemos menos de lo que pensamos en los despachos de los políticos. Toca fundamentar el mañana en esas certezas que juntos estamos construyendo: la seguridad de que el valor superior de la solidaridad rige el universo y más pronto que tarde gobernará también nuestro planeta; la convicción de que el desarrollo se sostendrá definitivamente cuando por fin imperen los principios del cooperar y el compartir, la evidencia de que cuanto más damos, más recibimos, de que la Tierra es nuestra Madre bendita y debemos cuidarla... Tenemos verdades como alboradas a las que servir. No necesitamos estar pendientes de pronunciamientos lejanos, de ninguna rueda de prensa en Moncloa o en Génova. Ellos saben de su recorrido hacia la debida honradez y espíritu de genuino servicio. Nosotros/as también tenemos gobierno compartido en nuestros hogares, en nuestros círculos más cercanos, en nuestras parcelas de trabajo, en nuestros propios cuerpos... Nosotros también ahí necesidad de implementar justicia, solidaridad, belleza, armonía... A cada quien su afán en el infinito y majestuoso orden del universo. No es sólo la palabra que hubiéramos querido escuchar ante aquel micrófono, es también nosotros aflorar con la parte de certeza, con la parte Real de la que somos portadores. Son también las cuentas en "A", los cálculos trasparentes y generosos en nuestros despachos de adentro. Es comenzar a pensar que nosotros podemos ser la última casilla en la que rellenemos el beneficio. No, no es sólo el mensaje a recibir, sino también a emitir; es también la palabra que nos debemos dentro. Es sobre todo la revolución que arranca en nuestra sencilla entereza, en nuestra vital transparencia; el horizonte que se abre cuando cada quien nos instalamos en la plena verdad, en la ineludible responsabilidad, en el centro de un cada vez más urgente compromiso planetario.
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