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Renuncia por algo mejor por: José Enrique Galarreta

7/22/2011

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En esa amplia recopilación de parábolas que es el capítulo 13 se nos ofrecen hoy cuatro: el mensaje de las dos primeras es idéntico. La parábola de la red hace relación al fin de los tiempos. La parábola del arca de donde se saca lo nuevo y lo viejo hace referencia a la predicación misma de Jesús, y nos recuerda sus expresiones sobre el vino nuevo en odres viejos.

Y, una vez más y con la misma indignación de siempre, cuatro parábolas para rellenar el espacio y porque no se sabe (¿no se quiere?) saborear cada una. Es explicable que se pongan las dos primeras, porque son “parábolas dobles”, dos imágenes para un mismo mensaje. Pero no más, de ninguna manera.

Por otra parte, la de la red ha sido deformada ya desde el principio, por un redactor que disfruta con que haya gente condenada eternamente. Y eso no es de Jesús.

Para la tercera parábola, la de la red, nos remitimos al comentario de Mt 25,46, que hacemos a propósito de la fiesta de Cristo Rey. Nos detenemos en las parábolas simétricas del tesoro y el mercader de perlas.

Ante todo, son parábolas sobre comportamientos paradójicos, que la gente tendría por demenciales y que, sin embargo, son perfectamente lógicos para quien esté bien informado. Un hombre que empieza a vender todo lo que tiene, un mercader de perlas que se deshace de todas sus joyas... ¿se han vuelto locos?

Pero no se han vuelto locos; son muy inteligentes. Están vendiendo todo porque han descubierto algo muchísimo más valioso.

Este tipo de planteamientos es absolutamente característico de Jesús. A Jesús le gusta mantener la atención del auditorio por medio de la sorpresa, de la paradoja, de la exageración, y vemos estos recursos en parábolas tan paradójicas como la del administrador infiel, los viñadores de la hora undécima, el padre del hijo pródigo, la expresión del camello y el ojo de la aguja, y tantas otras.

El genio de Jesús se muestra en estos recursos oratorios, sencillos y eficaces, que le convierten en el mejor orador de la historia, el que fascinaba a las multitudes, del que sus mismos enemigos tenían que confesar: "Jamás ha hablado nadie como ese hombre" (Jn 7,46).

Pero estas dos parábolas muestran un aspecto del Reino que define claramente los motivos del seguimiento de Jesús. El hombre que descubre el tesoro en un campo y el mercader que descubre una perla extraordinaria venden lo que tienen sin ningún pesar. Renuncian a algunas cosas, porque han encontrado otras mucho mejores. Y están felices, porque han descubierto un tesoro, una perla maravillosa. Es el modelo profundo del seguimiento de Jesús.

No se trata de que tengamos que hacer sacrificios costosos, no se trata de renunciar con tristeza. No partimos de ahí: partimos de que hemos descubierto el tesoro y ante eso todo lo demás parece basura. Ninguna renuncia se justifica por sí misma, por mérito, por obediencia. Se trata de tirar la casa por la ventana, por la alegría de haber encontrado un tesoro.

El secreto del que sigue a Jesús es una inversión de valores, por la conciencia sentida de que tira lo que vale poco para quedarse con lo que vale más. Es una preferencia: se desprecian satisfacciones que parecen bastar a muchos, porque se han experimentado satisfacciones mucho más profundas. Si se ha experimentado la vida conforme a los criterios y valores de Jesús, eso ya no se cambia por nada.

No podemos, no debemos prescindir del componente de "fiesta" que tiene el Reino. Ya con su mismo nombre, Jesús está indicando una plenitud. Reinar es lo opuesto a ser esclavo. Vivir como un rey, sentirse el rey... son expresiones corrientes que debemos recuperar para nuestra religiosidad, para nuestro seguimiento de Jesús.

El Rey, reinar, el Reino, es lo máximo a que se puede aspirar, incluso por satisfacción. Y debe ser objeto de la catequesis y de la educación "que descubran el Reino". La conversión puede nacer del desencanto de esta vida, del miedo, de muchas fuentes. Pero su fuente más válida será siempre "descubrir el tesoro", entusiasmarse, sentirse bien, no cambiar el Reino por ninguna otra cosa.

Descubrir el Reino es, fundamentalmente, descubrir a Jesús: Jesús es el Reino viviente, visible, evidente, fascinante. Jesús está en el Reino, lejos de toda esclavitud. Jesús es el Hijo del Rey, que vive en las cosas de su Padre el Rey. Jesús ha descubierto el tesoro y lo ha vendido todo por conseguirlo. Toda catequesis debe girar en torno al conocimiento de Jesús, para que llegue a fascinar, para que arrastre a seguirle y a imitarle.

El Reino se parece a un banquete, a unas bodas, como las de Caná, en las que gracias a Jesús se bebió el mejor vino de la historia. El Reino es la luz, es la comida sabrosa, con sal, con vino. El Reino, el Reino es masa que era sosa hasta que se hace rica y  esponjosa fermentada por la levadura.

El Reino es conocimiento: ante todo de Abbá, que termina con todos nuestros miedos, nos proporciona todos los estímulos y no nos permite conformarnos con nada, con lo que el Reino se hace conocimiento de la dignidad y destino del ser humano.

El Reino son criterios y valores, los de las bienaventuranzas. El Reino es fraternidad, compromiso, confianza, perdón, esfuerzo, dignidad, sencillez, austeridad....

Y el que ha probado estos valores, esta manera de vivir, ni se siente tentado por otras maneras de vivir que tanto fascinan a las personas. El que ha probado estos valores renuncia a muchos otros porque dejan de atraerle. Ni siquiera busca ya la felicidad, ese señuelo utópico que ofrecen todos los ídolos, sino que siente desde dentro una satisfacción íntima que no cambiará por nada.

El Reino es un tesoro descubierto que no se cambia por nada, ante el cual cualquier otra cosa es inferior, insatisfactoria, de menos valor. Descubrirlo es SABIDURÍA. Porque la verdadera sabiduría consiste en SABER VIVIR. Miremos a Jesús; él sabía, supo vivir. Nuestra Sabiduría consiste en alcanzar SU SABIDURÍA. Seguirle, imitarle, es de sabios.

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