Estas últimas semanas la epidemia de infecciones por el virus del ébola que ha aparecido en el oeste de África ha producido más de tres mil afectados sembrando el temor en todo el mundo… pero no pensando en que pueden morirse más africanos, sino en que nos puede tocar a nosotros. Otras enfermedades como el dengue pueden viajar con los cambios en el clima y el aumento de la movilidad, y no podemos sentirnos tan lejos y seguros como antes de la globalización, que nos están acercando a todos, y no precisamente desde la solidaridad.
El virus del ébola como otros virus que se pasean por todo el continente africano, es conocido desde hace tiempo por su gran mortalidad. Hasta hace poco, los brotes eran muy esporádicos. Es una enfermedad que se puede controlar aislando las poblaciones donde se presenta, como había ocurrido hasta ahora. Pero la epidemia actual se ha desarrollado en una extensión grande y en unas sociedades que han sufrido recientemente guerras y conflictos. Es el mismo caso que Siria o Afganistán donde rebrotan epidemias y la esperanza de vida ha retrocedido a la que había en Europa hace cien años. El meollo del problema se completa con otra realidad sangrante: una enfermedad como el ébola, que se da de forma esporádica en países con pocos recursos, no atrae el interés suficiente para obtener las inversiones que se necesitan para desarrollar vacunas o tratamientos. El negocio farmacéutico no está junto a los pobres. Sí en cambio, podemos realizar gastos importantes para repatriar a pocas personas de los países más ricos, pero obviando a los cientos de afectados locales a los que no se da ninguna solución; solo reciben el peor de los desamores por respuesta: la indiferencia. La falta de apoyo de los gobiernos, sobre todo occidentales, ha debilitado mucho la acción internacional y los presupuestos para la cooperación hasta generar impotencia por la impotencia para detener conflictos bélicos y humanitarios, como los de Siria o Irak o Sierra Leona y Liberia, que son ahora los países donde se ha declarado el ébola. Ni para prevenir la erradicación de enfermedades que ya vemos no tan lejanas. Lo que deberíamos hacer es volver a emprender el camino de trabajar por acciones globales en el tratamiento de los conflictos y la prevención de enfermedades. O dicho más claramente, trabajar por globalizar la justicia en lugar de afanarnos en imponer una sociedad de mercado lo más globalizada posible y tan materialista como peligrosa. Espero que no llegue el momento en que nos demos cuenta del error inmenso que supone fiarlo todo a la actitud decadente de sentirnos protegidos solo por nuestra riqueza.
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