Si me propongo seguir los consejos de centenares de pequeños libracos que en todas las librerías venden felicidad, creo que me voy a volver más loco de lo que soy. De creerles, todo estaría mal. No sabemos comer, no sabemos trabajar, no sabemos beber, no sabemos descansar, no sabemos cuidarnos, no sabemos pensar, no sabemos escuchar, no sabemos hablar, no sabemos amar ni hasta respirar. En una palabra, no sabemos vivir.
Lo más enloquecedor es que en verdad tienen razón. ¿Pero estaremos a tal punto mal que tendríamos que poner en práctica todo lo que nos dicen? ¡Ojala pueda! Pero algo en mí se rebela. Pienso en la buena ama de casa con su delantal blanco y su nariz enharinada metiendo en el horno las cuatro tartas de frutilla que muy pronto perfumarán la casa y que por la noche alegrarán a su insaciable prole. Esa mujer será feliz viendo a sus niños devorar como ogros las hermosas tartas. Pienso también en su marido, algo barrigón y de brazos fornidos que parte silbando hacia su trabajo todas las mañanas y que de regreso por la noche engullirá con beatitud un buen plato de sopa, un monumental bife a la pimienta con pan fresco y una pila de papas, tal vez una ensalada de verduras y, por último, un gran pedazo de tarta con dos bolas de helado y una cucharada de caramelo encima. Pienso en ellos y me digo: "¡Desdichados éstos que con los dientes cavan su tumba sin darse cuenta!" No obstante, ellos se sienten felices. Y como ellos, millones. Toda esa gente que no tiene tiempo, ganas o ambiente para sentarse en forma de loto, sumirse en el silencio y meditar sobre la nada, toda esa gente que respira sin tomar conciencia de que está respirando, toda esa gente que no corre al consultorio médico y a la farmacia cada vez que se siente enferma, toda esa gente que todavía piensa que muchas cosas se resuelven por sí solas si no se les lleva demasiado el apunte, toda esa gente que no pierde tiempo contemplándose el ombligo, o que, cuando no hay forma de remediar ciertas cosas, se las aguanta sin hacer drama, y de tanto en tanto se sacrifica por los demás y hace del simple sentido común, del trabajo y de la conciencia limpia una receta para la felicidad, ¿toda esa gente, acaso, lo tendrá todo equivocado? "Miren las flores del campo cómo crecen; ni hilan, ni tejen. En verdad les digo que ni Salomón mismo en la cumbre de su gloria estuvo vestido como ellas." (Mt 6,28)
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