Era susto o muerte, y los griegos habían elegido susto. Sin embargo, en una insólita interpretación de la voluntad de su pueblo, el presidente griego ha optado al final por la que él considera «única» solución viable: susto hasta la muerte. En apenas unas horas, Tsipras ha pasado de ser un superhéroe defensor de la democracia y la soberanía nacional a ser un pelele más en manos de la siniestra Troika nostra. El acuerdo ratificado esta semana por el Parlamento griego ha salido adelante con los votos en contra de 32 diputados de Syriza –Varoufakis, por ejemplo– y los votos a favor, entre otros, de PASOK y Nueva Democracia, los equivalentes helenos de PSOE y PP.
Contra casi todo pronóstico, este giro copernicano de Syriza ha contado con el apoyo comprensivo del líder de Podemos, que ha saludado resignado la claudicación al entender que el acuerdo alcanzado era «el único acuerdo posible». No contento con eso y para terminarlo de arreglar, Pablo Iglesias retuiteó el pasado jueves un mensaje que aplaudía el «courage» demostrado por el Gobierno de Atenas. Singular y vanguardista aportación esta que secunda el paladín de las fuerzas del cambio: en la nueva política, a la rendición incondicional se le llama coraje. Ante un Gobierno que actúa en contra de su programa, de sus promesas, de la opinión de su pueblo y de las que hasta el día anterior fueron sus propias recomendaciones, la cúpula de Podemos se encoge de hombros con impotencia y se une al coro que ensalza esa actuación como un gesto de valentía. Con el primer principio de inexorabilidad hemos topado: el que manda, manda. No era esto, Pablo; no era esto. Hemos callado mucho para no añadir más sangre al festín de carroñeros de la palabra que se han cebado con Podemos desde que irrumpió en escena. Callamos cuando la ambigüedad comenzó a salpicar el discurso hasta empaparlo por completo. Callamos cuando el mensaje sólido e incisivo del principio se fue aligerando de peso y suavizando de forma hasta quedar hueco y redondo. Callamos cuando a la renta básica universal se le cayó lo de universal y al empoderamiento ciudadano se le cayó lo de ciudadano. Callamos cuando de los círculos se pasó a las líneas, y de ahí, a las listas verticales y cerradas. Callamos cuando el pragmatismo electoralista recomendó mecer antes que convencer; arengar, en vez de argumentar; reestructurar, en lugar de no pagar. Comprendimos y, en algún caso, hasta llegamos a justificar otros errores que no traeremos aquí ahora. Algunos, simples deslices; otros, soberanas estupideces. «Laissez-les faire,saben lo que hacen», fue la consigna que nos repetimos. Pero esto ya es demasiado. Este increíble alineamiento con la Syriza cautiva y desarmada, con el Gobierno que ha acabado haciendo lo que prometió no hacer, lo contrario de lo que opinó mayoritariamente el pueblo griego (¡y lo contrario de lo que el mismo Gobierno le pidió a ese pueblo que opinara!) es ya entrar en aguas muy cenagosas. Y es, sobre todo, un camino equivocado que no puede sino restar votos. El Rubicón que hay que cruzar está precisamente hacia el otro lado. Contra esta Unión Europea que chantajea a sus socios y tolera y ampara el terrorismo financiero internacional no valen ni la ambigüedad ni los paños calientes. Los términos del acuerdo impuesto a Grecia suponen un golpe de Estado de facto que debe ser denunciado con claridad, rotundidad y con el máximo volumen. Y también la rendición de Syriza debe denunciarse como lo que es: una traición a la voluntad popular y al mandato recibido en las urnas. Porque, si se acepta que no hay más opciones, ¿para qué la consulta? ¿De qué sirvió el ‘oxi’? ¿Qué ganaron los griegos con votar a Syriza? O, trasladando la pregunta de lugar, ¿para qué va a servir votar a Podemos? Si la Troika es intocable, entonces, ¿en qué narices va a consistir el cambio que Iglesias y los suyos prometen para España? ¿Por qué Zapatero fue un traidor y Tsipras es un valiente? Urge contestar a estas preguntas desde la dirección de Podemos, porque, si se deja que las respondan las y los votantes, la sangría de votos puede ser definitiva, y el bipartidismo puede quedar blindado durante al menos otra legislatura. Por lo mismo, es igual de urgente recuperar el discurso transparente y certero que aupó a Podemos en sus primeros pasos. Al menos, en la parte del discurso que se refiere a Europa. Sin ambages ni medias tintas. Es preciso explicarle al electorado que esta Unión Europea ni es unión, ni es europea (no al cien por cien, si americana también, como cantaba el inolvidable Krahe) ni es democrática. Un socio que se endeuda para poder especular con mi deuda no es mi socio; es mi enemigo. Un banco emisor que no financia a Estados sino a bancos no es un banco central; es un parásito. Unos acreedores que me prestan dinero sólo para que pueda devolverles lo que les debo mientras se me acumulan los intereses no son prestamistas; son usureros. Un acuerdo de financiación que le dice a un Gobierno cómo tiene que gobernar no es un acuerdo; es un chantaje. O se endereza este rumbo, o seguiremos dando vueltas en círculo. Se empieza por afiliarse a la resignación y se acaba siendo un mayordomo más. Ya conocemos el cuento: Había una vez un “TTIP de entrada no”…, y fueron felices y comieron tratado transatlántico. Y por ahí, no. No con mi voto. Por eso, la pregunta del título: ¿adónde vas, Pablo? O mejor: ¿de qué vas, Pablo?
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