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¿Quién es Jesús para nosotros? por: José Enrique Galarreta

8/8/2011

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Esta misma escena se repite en tres evangelistas. Mt.14,22 - Mc.6,45 - Jn.6-16. Falta en Lucas. El episodio se narra en los tres con notables coincidencias, a excepción de lo referente a Pedro y su camino sobre las aguas, que es exclusivo de Mateo.

En los tres, el género es "epifánico", de manifestación. En los tres, se sitúa inmediatamente detrás de la multiplicación de los panes. En los tres, la escena da lugar a un sermón, que coincide bastante en Mateo y Marcos (discusión con fariseos, puro-impuro), y diverge en Juan (introducción al discurso del Pan de Vida). En los tres, las palabras de Jesús son prácticamente idénticas:

                          Estad tranquilos - Soy Yo - No tengáis miedo.

Estas coincidencias nos muestran la fiabilidad del texto, proveniente de antiguas tradiciones probablemente de alguna fuente común a los evangelistas. Y se inscriben en la línea de la progresiva manifestación de Jesús a los discípulos y la consiguiente progresiva fe de los discípulos en él.

Esta constatación falta en Juan, que la pospone hasta después del sermón del Pan de Vida, es muy explícita en Mateo ("verdaderamente tú eres el Hijo de Dios") y es reticente en Marcos -que siempre subraya la dureza e corazón de los discípulos- ("ellos se admiraron aún más, ya que no habían entendido lo de los panes sino que su corazón seguía endurecido")

El episodio tiene su paralelo en el de la tempestad apaciguada, narrada por Mt.8,23 - Mc.4,35 - Lc.8,22, de género también epifánico, de manifestación a los discípulos, en el que la frase final, común a los tres evangelistas, es la clave de todos estos textos:

                                                           

"¿Quién es éste, que le obedecen los vientos y el mar?"

Los comentaristas añaden que el género, más aún que epifánico, es claramente "teofánico", que no se trata solamente de la manifestación de Jesús como Mesías -con las diferentes acepciones que la palabra podría suponer para sus oyentes- sino de la proclamación de la fe en la divinidad de Jesús, introducida por los elementos de la naturaleza sometidos y por la expresión "Yo soy", que, en este contexto, suena como en la teofanía del Horeb. Esta parece ser la intención litúrgica, al acompañar este texto con la manifestación del Señor a Elías en el Horeb.

A partir de aquí, se suele hacer hincapié en los elementos simbólicos del mar sometido, y la consiguiente resonancia de la liberación de Egipto por el paso del mar, y otros textos semejantes. No se puede olvidar que para Israel son dos los elementos de la naturaleza hostiles a Dios: el mar y el desierto, signos de caos y esterilidad. De los dos liberó el Señor a su pueblo, haciéndole atravesar ambos. Esta imagen de Jesús que hace callar al viento y tranquiliza el mar caminando sobre él, y la imagen de Pedro que puede caminar sobre el mar mientras se fía de Jesús y sólo se hunde cuando tiene miedo, hace referencia evidente a la salvación del Pueblo, que nunca se produce por sus propias fuerzas sino por la acción poderosa de Dios.

Debió de ser muy duro para los judíos convertidos a Jesús ser expulsados de la Sinagoga, apartados del pueblo. Su fe israelita necesitaba sin duda una manera de recomponerse de semejante golpe. Y esta doctrina es perfecta para mantener esa fe: no es la descendencia de Abraham ni la fidelidad a la Ley de Moisés la que constituye el ser del pueblo: es la aceptación de Jesús, cumplimiento de la promesa, "el que había de venir".

Esta línea conecta con el anuncio a los gentiles, que vienen a formar parte del pueblo, no por descendencia de carne sino por la fe en Jesús.

Esta situación debió de ser especialmente dolorosa para la comunidad que descendía de la predicación de Juan, "la comunidad del discípulo amado", que se vio según parece especialmente perseguida y expulsada de la Sinagoga. A partir de esta exclusión, la línea de pensamiento que venía de Juan hizo una profundización valiente en la persona de Jesús, planteando una cristología muy alta, llegando a presentar a Jesús como el Logos encarnado, cristología ausente en los Sinópticos y Hechos, aunque extendida más tarde a la iglesia entera.

Todas aquellas discusiones, sin embargo, son temas pasados, que nos afectan solamente en su significado más profundo, y este significado es "¿quién es Jesús?", pero no como pregunta curiosa sino como pregunta vital: "¿quién es, qué significa, Jesús para mí?".

La adhesión a Jesús puede tener distintos niveles.

Hay un nivel de aceptación dogmática: Jesús es la Segunda Persona de la Trinidad hecho hombre. Y aceptarlo así, sin demasiada repercusión en la vida concreta. Creo que es un nivel habitual en creyentes más bien convencionales, y más "ortodoxos" que constructores del Reino. Es la fe que no lleva a la conversión.

Semejante a este nivel sería el de los "creyentes" por costumbre, los que pertenecen a la iglesia sin demasiada convicción, que aceptan la religión como una costumbre, heredada casi como componente cultural, del que es más incómodo salir que permanecer.

Podríamos muy bien pensar que la adhesión verdadera a Jesús tiene siempre el componente de "sal de tu pueblo", "no ser del mundo", aunque el pueblo y el mundo sean la realidad eclesial cotidiana habitual en occidente.

Aceptar a Jesús puede presentar también niveles diferentes: seguir a Jesús como una persona extraordinaria y seguirle en muchas cosas, especialmente las que concuerdan con los valores que más positivos sentimos en este momento cultural: seguir a Jesús como "el hombre lleno del Espíritu", hacer de Él la norma de la vida, creer en Él, como creyeron los discípulos que le siguieron, lo que les llevó incluso a abandonar su ser de Israelitas.

Nos podríamos preguntar si nuestra Iglesia no tiene características que le hacen asemejarse a aquel pueblo de Israel que se sentía Pueblo de la Alianza por herencia y por cumplimiento de la Ley, más que por la adhesión interior a La Palabra.

Y es que hay que recordar que el rechazo y muerte de Jesús no vino precisamente por la hostilidad de "los pecadores" o de "los gentiles", sino por la no-aceptación, la hostilidad de los que se tenían por justos, hijos de Abraham y seguidores de la Ley de Moisés. Jesús no murió por revolucionario sino por blasfemo. A Jesús lo mató la pureza legal, el sábado, el templo, el sacerdocio... A Jesús lo mató el ser Hijo, a Jesús lo mató el ser Palabra de Dios.

La aplicación de todo esto a nuestra Iglesia es un tema que está al alcance de cualquiera, pero me gustaría volver a precisar una vez más que cuando decimos "Iglesia" no nos referimos a la Jerarquía, ni precisamente a la iglesia Jerárquica, sino a nosotros-la-iglesia, a la manera que tenemos los cristianos normales de vivir nuestra adhesión a Jesús.

Podríamos considerar si no nos contenta suficientemente la tranquilidad de "estar en la verdad", "estar bautizados", "cumplir con Dios" "pertenecer a la Iglesia". La alarmante indiferencia que la iglesia -nosotros- provoca en las generaciones jóvenes puede deberse a su no-aceptación de Jesús, pero podríamos considerar si el Jesús que ven en nosotros es el mismo que fue aceptado por los discípulos o una copia lejana, entristecida y emborronada por nuestra manera cotidiana de interpretarlo.

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