Lo llamativo es que no nos llame la atención. Es que siempre la hemos conocido así. Nos parece obvio, evidente. A veces se oyen voces que obligan a reflexionar aunque, todavía, no se pasa de las palabras a los hechos. Así, el Papa Francisco, el 26 de septiembre de 2015 en Filadelfia, afirmó que el futuro de la Iglesia pasaba por los laicos y por las mujeres. Pero, ¿qué vemos cuando nos ponemos a mirar? La voz que se oye en la Iglesia es la voz de hombres célibes, mientras que la voz de las mujeres y la de los hombres casados es apenas perceptible.
Hay que reconocer que un organismo que se dice católico, luego universal, donde algo más de la mitad de sus miembros, las mujeres, y la gran mayoría de otra mitad, hombres casados o solteros -que no célibes-, no tienen apenas voz en el capítulo, es un organismo un tanto extraño. Raro. Preocupante. No digamos si, además del ejercicio de la palabra, nos preguntamos por quién decide, quién manda en la Iglesia. Ya sabemos la respuesta: un puñado de hombres, todos célibes y que, por su forma de organizarse, la cúpula, la que realmente decide, la conforman hombres de edad avanzada. Muy avanzada. Tanto que para elegir a su responsable supremo entre un grupo muy selecto de poco más de 100 hombres, han decretado que solamente tengan derecho al voto quienes no hayan traspasado la edad de los 80 años. Así mismo los delegados y responsables de la gobernanza espiritual y material de las diferentes partes del mundo en las que está asentada la Iglesia, los obispos en sus diócesis, deben renunciar a su cargo al llegar a los 75 años. Y pocos, muy pocos, no llegan a esa edad en el cargo, pues parece que les cuesta jubilarse. El número de clérigos, obispos y sacerdotes, que son quienes tienen voz y mando sobre los laicos (claro que los obispos mucho más, particularmente sobre los sacerdotes), sumaban, el 31 de diciembre de 2012, según fuentes oficiales de la Iglesia Católica, 419.446 personas. Les ahorro el porcentaje que supone sobre los mil doscientos millones de católicos. Una exigua minoría. Hay que poner muchos ceros, tras la coma del cero inicial, y nos perdemos en los números infinitesimales. Sí, nuestra Iglesia, de la que se dicen pertenecientes una sexta parte de los habitantes del planeta, es una Iglesia piramidal, con un papa de poderes prácticamente ilimitados, una iglesia gerontocrática, masculina, clerical, europeísta, Iglesia que es gobernada, en última instancia, por unas pocas personas: el papa, los obispos en ejercicio y la burocracia de la Curia romana. En un libro mío, de reciente presencia en las librerías, '¿Quién manda en la Iglesia? Notas para una sociología del poder en la Iglesia Católica del siglo XXI' (PPC, 2016), reflexiono sobre esta cuestión desde perspectivas sociológicas, históricas y eclesiales. Propongo otro modelo de Iglesia para el siglo XXI: una Iglesia en red, al modo de un gigantesco archipiélago que cubra la faz de la tierra, con diferentes nodos en diferentes partes del mundo, interrelacionados entre sí y todos ellos religados a un nodo central, que no centralizador, que, en la actualidad, está en el Vaticano. En el Vaticano (o en otras partes del planeta), todos los años se reuniría una representación universal de obispos, sacerdotes, religiosas y religiosos, laicos de ambos sexos, miembros de la curia, todos bajo la presidencia del papa, para debatir sobre la situación de la Iglesia en el mundo y adoptar las decisiones pertinentes. Parece que el papa Francisco está por algo de este tipo. No le dejemos solo.
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