Vamos a hacer un rápido repaso por todos los relatos de apariciones para que quede claro que no son crónicas de lo que sucedió tal día a tal hora en cierto lugar. Si fueran relatos de algo que ha sucedido, los primeros que escriben los tendrían más recientes y podían hacerlo con mucha más precisión que aquellos que lo hacen habiendo pasado mucho más tiempo. Pero resulta que en los relatos pascuales que nos han llegado, pasa justo lo contrario.
Mc que es el primero que escribió, no sabe nada de apariciones. Incluso en el final canónico, que es un añadido del s. II, únicamente se mencionan algunas apariciones constatadas ya en otros evangelistas. En Mt tampoco hay ningún relato completo. Jesús se aparece a las mujeres que van al sepulcro y les manda anunciar a los discípulos que vayan a galilea y allí le verán. En un monte en Galilea se aparece Jesús y les manda a predicar y a bautizar. Lc y Jn, que son los últimos que escriben, tienen relatos con todo lujo de detalles, lo que nos indica que los relatos se han ido elaborando por la comunidad a través de los años. Lc y Jn nos trasmiten relatos muy elaborados teológicamente. En los textos más antiguos se habla siempre de (ôphthè) “dejarse ver”. Es un término técnico, que normalmente se traduce por aparecerse, pero no es una traducción adecuada. Para que veáis la dificultad de traducir esa palabreja, basta recordar que Pablo la utiliza en 1 Cor, 15 para decir que Cristo se apareció a Cefas, a Santiago y a Pablo; y en 1 Tim 3,16, para decir que se apareció a los ángeles. La misma palabra se emplea para decir que Moisés y Elías se “aparecieron” junto a Jesús. Las lenguas de fuego también “aparecieron” sobre los apóstoles en Pentecostés. En los relatos más tardíos, se tiende a la materialización de la presencia, tal vez para contrarrestar la duda, que se destaca cada vez más. En Mt se duda que sea el Cristo; en Lc y Jn se duda de que sea Jesús de Nazaret. La materialización y la duda están relacionadas entre sí. Cuando los testigos de la vida de Jesús van desapareciendo, se siente la necesidad de insistir en la corporeidad del Jesús resucitado. Caen en la trampa en la que nosotros seguimos aprisionados: confundir lo real con lo que se puede constatar por los sentidos. En el evangelio de Lc todas las apariciones y la subida al cielo tienen lugar en el mismo día. En el episodio que leemos hoy, Jesús aparece ‘a los once y a todos los demás’, de improviso, como había desaparecido después de partir el pan en Emaús. Se presenta en medio, no viene de ninguna parte. El relato de Emaús, que precede, había dejado claro que Jesús se hace presente en el camino de la vida, en la Escritura y en la fracción del pan. Aquí se hace presente en medio de la comunidad reunida. Esto lo tenía ya muy claro la primitiva iglesia, cincuenta o sesenta años después de la muerte de Jesús, cuando se escribió este evangelio. Llenos de miedo. No tiene mucha lógica. Los discípulos ya conocían el anuncio de las mujeres, la confirmación del sepulcro vacío, y una aparición al mismo Pedro que el evangelio menciona, pero no narra. Los de Emaús estaban contando lo que les acababa de pasar. Si a pesar de todo siguen teniendo miedo, quiere decir que fue difícil comprender que la Vida puede vencer a la muerte. También nos advierte de que, lo que se narra no pudo ser una invención de los discípulos, porque no estaban nada predispuestos a esperar lo sucedido. En Jn, los discípulos tienen miedo de los judíos; en Lc, tienen miedo del mismo Jesús. “Creían ver un fantasma”. El texto se empeña en que tomemos conciencia de lo difícil que fue reconocer a Jesús. Los que acaban de llegar de Emaús caminan varios kilómetros con él y cenan con él sin conocerle. Incluso Magdalena pensó que se trataba del hortelano. ¿Qué nos quieren decir estas acotaciones? Era Jesús, pero no era él. En relato de hoy se dice: Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros”. ¿Es que en ese momento no estaba con ellos? Estas incongruencias nos tienen que abrir los ojos. Mirad mis manos y mis pies, palpadme. Las manos y los pies, prueba de su muerte por amor en la cruz; y de que ese Jesús que se deja ver ahora, es el mismo que crucificaron. Una vez más se insiste en la materialidad, para demostrar que no se trata de fantasías o ilusiones de los discípulos. En absoluto estaban predispuestos a creer en la resurrección, más bien se les impuso contra el común sentir de todos ellos. Esto da plena garantía de autenticidad a lo que nos quieren trasmitir, aunque al empaquetarlo en una narración, tenemos el peligro de quedarnos en el cuento. No les importa la falta de lógica del relato. Así estaba escrito. Lc insiste, siempre que tiene ocasión, en que se tienen que cumplir las Escrituras. En todos los salmos que hablan de siervo doliente, termina con la intervención de Dios que se pone de su parte y reivindica al humillado. Los primeros cristianos eran todos judíos; no tenían otro universo religioso para interpretar a Jesús que su Escritura. A pesar de que Jesús dio un paso de gigante sobre las Escrituras a la hora de decirnos quién es Dios, ellos siguen echando mano del AT para interpretar su figura. Al insistir en que la Escrituras se tienen que cumplir, nos está diciendo que todo está bajo el control de Dios. Mientras estaba con vosotros. Indica con toda claridad que ahora no está con ellos físicamente. Estas son las pistas que tenemos que advertir para no caer en la trampa de una interpretación material. Jesús está presente en medio de la comunidad. Su presencia es objeto de experiencia personal, pero no se trata de la misma presencia de la que disfrutaron cuando vivía con ellos. Jesús es el mismo, pero no está con ellos de la misma manera que lo hacía cuando andaba por los caminos de Galilea. Esta presencia de Jesús en medio de la comunidad es mucho más real que antes. Ahora es cuando descubren al verdadero Jesús. También el encargo de predicar se apoya en la Escritura. La buena nueva es la conversión y el perdón. Si pecado es toda opresión, el dejarse matar, antes que oprimir a nadie, es la señal de que el pecado está superado. La buena noticia de Jesús es que Dios es amor. Su experiencia del Abba nos tiene que tranquilizar a todos. En la primera lectura, Pedro, y en la segunda Juan, nos recuerdan que somos nosotros los que debemos manifestar ese amor de Dios. "Arrepentíos y convertíos para que se perdonen los pecados"; y Juan: "Quien dice, yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él". Para terminar, recordar la última diferencia notable entre Lc y Jn. En Jn exhala su aliento sobre ellos y les confiere el Espíritu. En Lc les promete que se lo enviará. La diferencia es solo aparente, porque el Espíritu ni tiene que mandarlo ni tiene que venir de ninguna parte. Es una realidad Espiritual que está siempre en nosotros. Podemos decir que llega a nosotros cuando lo descubrimos y dejamos que su presencia renueve todo nuestro ser. La epístola de Jn tiene que hacernos reflexionar. Quien dice: yo le conozco y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso. Está claro que no habla de un conocimiento teórico, sino de una identificación con él. Una erudición exhaustiva sobre la figura de Jesús no garantiza una vida cristiana. Aceptar con escrupulosidad todos los dogmas no dará garantía ninguna de verdadera salvación en Jesús. No se trata de conocer mejor a Jesús, sino de nacer a la Vida que él vivió y desplegarla con la mayor intensidad posible. Meditación Jesús se hace presente en medio de la comunidad. Ésta es la realidad pascual vivida por los primeros seguidores. Ésta es la realidad que tememos que vivir hoy. Somos nosotros los que tenemos que hacerle presente. Eso solo es posible a través del amor manifestado.
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