Hay una convención en cuya virtud “intelectual” es todo aquel que, con mayor o menor fortuna, vive (o trata de vivir) de su pensamiento creativo, especulativo o estudioso. En este aspecto intelectual serían, por antonomasia, el escritor, y en particular, el filósofo, el ensayista y el literato, “profesionales” que viven del “pensar”… Sin embargo, todo aquel que hace un esfuerzo mental para desentrañar, explicarse (y eventualmente explicar) y valorar —desalojado ya de la mente y del espíritu todo juicio adquirido, todo juicio dado, todo pre-juicio—, los procesos existenciales, la interdependencia entre ellos y simplemente los hechos y sucesos, tiene derecho a ser tenido por intelectual y ser llamado así.
Del mismo modo que artista es quien crea o recrea el fruto de su inspiración a través de su obra de arte, con independencia de que sea reconocidos o no su valía o su valor. Mitificar la figura del intelectual es un modo de disuadir a intentar serlo quienes no publicamos con el afán de notoriedad o con el propósito de ganarse uno la vida,.. La mayor o menor proyección pública de la persona de su autor y de la obra pueden modular la importancia, la notoriedad, la fama, coyunturales del artista y también del intelectual, pero no afectan ni alteran la índole, la ontología y la propensión creativas ni desvirtúan la condición de tales. De todo ello, el quehacer más penoso de la tarea intelectiva es evitar el “prejuicio” grabado a sangre y fuego en el inconsciente colectivo, por un lado, y de rechazo en el subconsciente personal, por el otro… En todo caso, pensar de manera “diferente” en busca de otra manera de ver, de examinar, de enfocar y de considerar la realidad allá donde hayamos dirigido la atención, es esencial. Pero aún hay más. El pensar diferente es peligroso si no se hace acompañar de un propósito constructivo. El propósito deberá pues ser siempre por lo menos neutral, y mejor asociado a una voluntad noble o bienhechora. Nunca nocivo para ningún ser viviente. La excentricidad intelectiva sería una iniciativa mental desprovista de significado en sí misma y dirigida solamente a producir efectismos que, sólo a condición de estar dotada de gran plasticidad o de un alto valor estético en la construcción de la expresión oral o escrita, permitiría ser considerada como quehacer intelectual. En suma, podrá ser o no interesante, profundo, ameno, inteligible en el concepto de quienes le prestan atención o hacen de él crítica; podrá ser tenida su obra por un bodrio o por una insensatez… pero aun así sigo reivindicando la cualidad de intelectual para todo aquél o aquélla que se esfuerza en examinar y pensar los asuntos de la vida, de manera diferente a la que acostumbra el filisteo.
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