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¿Que es ecumenismo? por: José Luis Díez Moreno

10/26/2010

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- ¿ Ecumenismo?... 

- Si, la labor a favor de la unión de los cristianos.  

- ¡ Ah, si, si. Es algo tan poco conocido¡ 

 

 

Diálogos como este hablan a las claras de que nuestros cristianos se hallan muy alejados de 

este campo de la actividad eclesial. Tiene tan escaso reflejo en los planes pastorales de 

parroquia, diócesis o a nivel nacional que pasa desapercibido, infravalorado, desconocido todo 

lo referente al Movimiento Ecuménico. Párrocos, obispos, responsables de movimientos están 

sumergidos en cantidad de tareas y no encuentran el menor hueco para algo que, por otra 

parte, parece a todos ellos cosa de unos cuantos empeñados en algo sin vigencia en nuestro 

suelo.  

 

Aquí los protestantes siempre tuvieron poco que hacer, fueron muy anticatólicos y su número 

sigue muy escaso. Los ortodoxos tampoco, aunque ahora hayan llegado tantos de los países 

del Este europeo. Y fuera de estas consideraciones ¿Qué resta por decir?.  

 

D. Julián García Hernando, el gran ecumenista español muerto el año pasado, juntamente con 

D. José Sánchez Vaquero en Salamanca, el P. Joan Botam en Barcelona y el también fallecido 

P. Juan Bosch en Valencia o Joan Misser, el laico iniciador del movimiento ecuménico en 

nuestra nación, en tantos escritos acerca de la búsqueda de la unión cristiana, han dicho cosas 

bellísimas todos ellos y nos han ofrecido definiciones espléndidas. El P. García Hernando, 

señala en dos folletos sobre este tema: Ecumenismo. ¿Por qué y para qué? y Ecumenismo 

cosa de creyentes, unas bonitas palabras sobre ecumenismo:  

 

“El ecumenismo es una marcha hacia la unidad por la oración y el diálogo por la unión” 

 

 

PRODUCTO DEL ESTUDIO, DIÁLOGO Y ORACIÓN.. 

 

Y no se puede olvidar el énfasis que ponía al explicar el nº 4 del Decreto conciliar sobre 

Ecumenismo Unitatis Redintegratio, donde el Concilio Vaticano II brinda una exhaustiva 

definición acerca del ecumenismo:  

 

“Por Movimiento Ecuménico se entienden las actividades e iniciativas que según las variadas 

necesidades de las Iglesias y las características de la época, se suscitan y se ordenan a 

favorecer la unidad de los cristianos. Tales son, en primer lugar todos los esfuerzos para 

eliminar palabras, juicios y acciones que no respondan, según la justicia y la verdad, a la 

condición de los hermanos separados y que, por lo mismo, hacen más difíciles las relaciones 

mutuas con ellos; en segundo lugar, en las reuniones de cristianos de diversas Iglesias o 

Comunidades organizadas con espíritu religioso, el diálogo entablado entre peritos bien 

preparados, en el que cada uno explica con mayor profundidad la doctrina de su Confesión y 

presenta con claridad sus características. Porque por medio de este diálogo, todos adquieren 

un conocimiento más auténtico y un aprecio más justo de la doctrina y de la vida de cada 

Comunión; además consiguen también las Comuniones una mayor colaboración en aquellas 

obligaciones que en pro del bien común exige la conciencia cristiana, y, en cuanto es posible, 

se reúnen en la oración unánime. Finalmente todos examinan su fidelidad a la voluntad de 

Cristo sobre la Iglesia, y, como es debido, emprenden animosamente la tarea de renovación y 

de reforma”.(UR,4) 

CENTRO ECUMÉNICO “MISIONERAS DE LA UNIDAD” 

http://www.centroecumenico.org 

C/ José Arcones Gil, 37, 2º - 28017 MADRID (España) 

Email: infoekumene@centroecumenico.org 

 

 

 

JOSÉ LUIS DÍEZ MORENO 

¿Qué es ecumenismo? 

 

 

pág. 3 

 

Al leer esta completa explicación de lo que es el ecumenismo, no puedo por menos de recordar 

ciertos nombres, muñidores de este párrafo de Unitatis Redintegratio y de esta parte en 

concreto: el cardenal Bea, Mons. Willebrands, Mons.De Smet, el P. Congar, el P. Duprey y toda 

la lista de teólogos ecumenistas conciliares, comprometidos seriamente con un ecumenismo 

serio en la Iglesia católica. Es conocido cómo el cardenal Bea quería una definición clara y 

contundente de qué es el ecumenismo y cómo pidió a sus colaboradores un máximo esfuerzo 

en este punto. Todos lo entendieron y compartieron. Podía salir una definición larga, pero 

nítida. Podía ser más una explicación que los estrictos cauces de una definición, pero que al 

leerla, primero los Padres Conciliares y después toda la Iglesia católica, comprendieran bien 

qué se entiende por ecumenismo. Los católicos iniciaban su andadura ecuménica y debían 

hacerlo por caminos seguros y claros.  

 

Fue, sin duda, una de las partes llevadas con más ahínco a la oración. Porque aquel grupo de 

teólogos ecuménicos, capitaneados por el más grande y humilde de ellos, el cardenal Bea, 

habían decidido desde el primer momento, además de no regatear tiempo y tiempo al estudio, 

al diálogo, a la consulta, emplear otro tanto en llevar a la oración todo aquello. Cada día, antes 

de comenzar aquellas agotadoras jornadas de 

estudio, todos juntos se adentraban en larga oración. 

Sólo así pudo culminar en esta maravilla de Decreto 

sobre el Ecumenismo, cuando hasta antes en la 

Iglesia católica no existía apenas experiencia acerca 

del Movimiento Ecuménico. Es más, se había 

esquivado durante años el acercarse a participar en 

nada de estos temas, como se ha explicado muy 

bien en libros y artículos. 

 

Ciertamente, en el nº 4 de Unitatis Redintegratio 

queda perfectamente aclarado qué es el Movimiento 

Ecuménico. Ello explica que la Iglesia católica se 

introdujera desde ese 21 de noviembre de 1964, 

fecha de la aprobación del Documento, en una 

apasionante labor ecuménica, no exenta, 

efectivamente, de posiciones incluso contrarias, o lo 

que es peor desinteresadas por estas magníficas 

propuestas del Documento conciliar y, juntamente 

con la Constitución Dogmática Lumen Gentium o 

Gaudium et Spes propulsoras de toda la reforma del 

Concilio Vaticano II.  

 

Poco o nada se ha olvidado señalar en esos párrafos. De forma gradual va apareciendo el 

objetivo final: la unión en una sola Eucaristía de la una y única Iglesia de Cristo.  

 

Con muy buena pedagogía señala en una advertencia general y cuatro puntos lo básico de la 

labor ecuménica. Se ha escrito mucho acerca de este nº 4 del Decreto sobre Ecumenismo. Lo 

hago ahora al encontrarme frecuentemente con grupos, ,particularmente de laicos, pues ellos 

son la verdadera realidad ecuménica en España, y pienso que frente a labor tan ardua 

conviene que conozcan con claridad estos objetivos perseguidos en este punto del Decreto y 

los medios que el Concilio presenta como punto de partida.  

 

 

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A DIARIO EL ESPÍRITU PROMUEVE LA UNIÓN 

 

Con “iniciativas y actividades” se practica el ecumenismo. Cabe perfectamente dentro de la 

pastoral de la Iglesia y en él pueden con facilidad intervenir los fieles laicos. ¿Quién de ellos en 

su vida eclesial no tiene iniciativas?. Subraya el Concilio que el ecumenismo es propio de todos 

los católicos, ( UR,1 ) clero y fieles. Cuando el cristiano conoce la situación de separaciones y 

desconocimiento mutuo entre las diferentes Iglesias le surgen de inmediato esas iniciativas. 

Actúa el Espíritu en él, pues como bautizado y parte del Cuerpo de Cristo está llamado a ser 

ministro de reconciliación y constructor de unidad.  

 

Muchas veces las iniciativas se quedan en reflexiones y deseos, pero algunas se traducen en 

actividades, en realizaciones útiles para lograr el mejor entendimiento entre los cristianos. 

Desde el principio se pone la práctica ecuménica como posibilidad de todos. Es más, en ese nº 

1 se especifica que es “vocación y gracia” para todos los católicos. Quiere decir que estamos 

llamados a hacer ecumenismo y que, además, supone una gracia, que el Señor está con 

nosotros cuando nos ocupamos del compromiso por la causa de la unión de los cristianos.  

Tales iniciativas y actividades las suscita el Espíritu Santo con frecuencia. Si echamos mano de 

la historia hallamos que desde el principio de las separaciones cristianas, sean las del tiempo 

del Nuevo Testamento, sean las posteriores en Oriente, se trate de las separaciones de Focio y 

Celudario, de las del tiempo de Lutero u otras del siglo XVI, posteriores o de nuestros tiempos, 

siempre el Señor ha puesto la inquietud por la unión en el corazón de los cristianos. Sin salir de 

los tiempos más cercanos, recordamos el comienzo del Octavario de Oraciones por la Unión de 

las Iglesias suscitado en 1908 por dos anglicanos; traemos a la memoria la Asamblea Misional 

de Edimburgo de 1910, cuyo centenario estamos a punto de iniciar, evento suscitado asimismo 

entre los misioneros de las Iglesias protestantes. Posteriormente llenó el Espíritu la Iglesia de 

diversos movimientos hacia la unión: las Conferencias de Lausana (1927), Edimburgo (1937), 

los movimientos Faih and Order, Conferencia de Lund, Evaston... para culminar en la fundación 

del Consejo Ecuménico de las Iglesias en 1948 y en el Vaticano II en 1962-65, cuando se 

adhirió la Iglesia católica al Movimiento Ecuménico y después tantos y tantos diálogos 

ecuménicos entre todas las Iglesias. 

 

No se puede dudar de que diariamente el Espíritu promueve la búsqueda del encuentro entre 

los cristianos y de que nosotros somos instrumentos en sus manos. Aparece de forma nítida 

cuando hallamos que cada uno de esos acontecimientos, y el de la vida diaria, se “suscitan y 

ordenan según las variadas necesidades de las Iglesias y de las características de la época”. 

Características y necesidades muy distintas fueron las de 1910 en Edimburgo, las de 1954 en 

Evaston o las de 1948 en Amsterdam y de 1962-65 cuando el Vaticano II. Características y 

necesidades muy distintas nos embargan ahora en nuestros días y diferentes en cada Iglesias 

e incluso en cada nación.  

 

Sin embargo, en cada momento y lugar el Espíritu de Dios ha convocado personas y realizado 

acontecimientos capaces de disipar negros nubarrones y fertilizar campos baldios para el 

encuentro de los cristianos. En España somos testigos de estas acciones de Dios, tanto en la 

Iglesia católica como en las protestantes.  

 

Es conveniente, tal vez, subrayar para nosotros las Iglesias en España, el vocablo 

características. Entre nosotros son muy singulares. La historia nos ha configurado de forma 

especial en muchos terrenos y también en el religioso. Iberia, Hispania, Alándalus, Sefarat..., 

cruce de culturas y razas, hizo a los pobladores de nuestras tierras bien celosos de su 

independencia y sus tradiciones. Amasados con esas circunstancias y la unidad en la fe, 

continua médula de toda la vida y acción nacional, el español se cerró a múltiples influencias 

exteriores. Las realidades históricas de los siglos XIV- XVII influyeron profundamente y nos 

moldearon de una manera determinada, con tanta repercusión hoy en el rechazo, o peor en la 

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indiferencia, de la acción ecuménica. Son cuestiones a saber y entender, si queremos realizar 

en nuestros días una labor ecuménica eficiente entre nosotros, las distintas Iglesias cristianas 

en España.  

 

Con estas premisas debemos avanzar en el conocimiento de cuanto enseña la Iglesia qué es el 

ecumenismo y lograr que nuestro compromiso ecuménico sea fuerte, nacido de la vocación y el 

convencimiento.  

 

 

SUPERAR PALABRAS Y JUICIOS OFENSIVOS NOS CONDUCE AL DIÁLOGO 

 

Al avanzar por este nº 4 de Unitatis Redintegratio se advierte que el trabajo de sus redactores 

fue enorme y, además, bendecido por Dios. Seguramente que hoy día, cuando la marcha del 

ecumenismo en estos más de 40 años ha sido vertiginosa, habrá que matizar términos y añadir 

conceptos, dada la riqueza que la práctica ecuménica ha supuesto para todos los cristianos 

abiertos a su acción. Es preciso, sin embargo, repasar primero los fundamentos contenidos en 

este Documento, añadiendo que muchas de sus propuestas se encuentran aún sin llevar a la 

práctica y que, al menos aquí, entre nosotros, muchos de sus presupuestos nos resultan 

todavía poco conocidos.  

 

Una vez situados en las condiciones iniciales: 

“iniciativas y actividades según las necesidades y 

características de las Iglesias”, se abren ante 

nosotros los requisitos elementales del ecumenismo, 

cosas sencillas, lógicas, diríamos, sobre las que es 

necesario reflexionar para utilizarlas como punto de 

partida de nuestro quehacer ecuménico. Entramos 

así en las cuatro partes o puntos que el Concilio 

enumera como sustanciales para una verdadera 

búsqueda del acercamiento cristiano.  

 

Habla lo primero de esfuerzos. Quienes estamos 

desde hace años en la vocación ecuménica 

entendemos perfectamente el significado: fuerza, 

casi violencia constante, tesón, empeño, ánimo, 

todo ello. sin desfallecer, sólo puede obtenerse de Dios.  

 

¿Para qué todo eso?. Para cambiar la mente y el corazón con respecto al trato con nuestros 

otros hermanos cristianos. Empezando por lo que parece más elemental: “eliminar palabras”. 

Todavía se califica a los que no son de nuestra Iglesia con vocablos ofensivos, despectivos, 

humillantes. No cabe, si son hermanos nuestros, como no se permite en una familia. Nos lleva 

a investigar y descubrir qué palabras son ofensivas. Hay Iglesias de la Reforma y aún 

anteriores, como las bautistas provenientes de la reforma radical, a quienes les resulta hiriente 

la palabra protestantes, pues ellos no se consideran tal sino originarios de reformas anteriores 

a Lutero. A otras, como la Iglesia Evangélica Española, les parece una denominación normal al 

considerarse procedentes de la Reforma luterana. A los católicos no nos gustaría que ellos nos 

llamaran papistas, como se hizo en siglos anteriores. Son pequeños datos por los cuales 

entendemos el grado de conocimiento mutuo para actuar con la exquisita fraternidad necesaria 

cuando la familia cristiana se decide a reanudar sus relaciones. 

 

Ya la palabra herejes parece alejada de nuestro vocabulario. ¡Menos mal¡. La palabra es 

siempre portadora de un mensaje y exterioriza lo que llevamos en nuestro interior. El lenguaje 

en todo, pero muy especialmente en el ecumenismo, diálogo entre cristianos, mantiene una 

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singular primacía . Muchas veces San Pablo nos advierte sobre el uso de las palabras entre 

nosotros . Nuestras palabras son como continuación de la Palabra.  

 

Llevamos dentro nuestro pensamiento que forma juicios. Si éstos son negativos, acumulados 

levantan un muro inexpugnable. Siempre nos llevarán a desconfiar, encontrar engaños, falta de 

verdad, hipocresía, segundas intenciones, en los otros. Como tales juicios negativos se han 

practicado tanto y durante tantos años, apartarlos realmente requiere tiempo, empeño y, sobre 

todo, conocimiento y amor del otro. Los católicos enjuiciamos de esa manera a los no católicos 

y éstos a nosotros.  

 

De esta manera tiene fácil explicación nuestra acción antiecuménica, poco ecuménica o nada 

interesada en el acercamiento, puesto que en nuestro interior existe el rencor o la indiferencia, 

muy bien expresados por nuestras palabras. Todo esto nos exige la conversión del corazón, 

tan extensa y profundamente tratada en el nº 7 de este Documento sobre el Ecumenismo.  

 

No deja ya de vislumbrase otra de las propuestas centrales del Movimiento Ecuménico: el 

conocimiento de la propia iglesia y de las otras para actuar según la “justicia y verdad”, es 

decir, la necesidad de una buena formación tal como detalladamente se trata en el nº 10. Si se 

da un conocimiento mutuo ( nº 9 ) poco profundo aparecen frecuentemente juicios inexactos y 

hasta ofensivos. Cuando la formación es amplia y segura se “eliminan” muy pronto prejuicios y 

faltas a la verdad.  

 

Las acciones ecuménicas son la expresión externa del ecumenismo, sólo posibles cuando 

antes las personas han cambiado mente y corazón. De ello dan fe todos cuantos entregan su 

vida a la vocación hacia el acercamiento de los cristianos. “Separados” los denomina el 

Decreto sobre Ecumenismo, palabra utilizada todavía en aquellas fechas, hace más de 40 

años, y ahora superada e incluso algo mal sonante, después de tanto diálogo entre teólogos, 

jerarquías y hasta fieles. Este mismo Documento esboza más adelante, al analizar con gran 

acierto lo que son las diversas Iglesias tanto ortodoxas como reformadas, que el título a usar 

en nuestro trato mutuo es el de “ hermanos en Cristo”, adornados como están por la gracia, los 

dones del Espíritu Santo, la Palabra de Dios y tantas otras cosas.  

 

 

 

 

 

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FUERA MIEDOS, ÉL NOS PRECEDE 

 

En segundo lugar se da un paso adelante: las “reuniones” entre cristianos. Son una de las 

actividades principales en el Movimiento Ecuménico. Se dirige el Documento a las reuniones 

de peritos o teólogos. En estos últimos años el diálogo ecuménico teológico ha sido incesante, 

profundo, fraterno y ciertamente positivo. El diálogo católico-ortodoxo, desde antes, pero 

especialmente en el siglo XX y en concreto en la última década, es abundante y rico en 

propuestas y consecuencias. En www.centroecuménico.org se encuentra, en la sección 

“Ecumenismo hoy” y con el título “De las separaciones al encuentro: 15 siglos de 

desconocimiento y un intenso diálogo católico-ortodoxo” , una completa información de la 

mayor parte de los documentos de este diálogo.  

 

Los logros en el diálogo con anglicanos, luteranos y otras Iglesias protestantes es también 

nutrido e importante. En cuarenta años la Iglesia católica ha realizado una labor ecuménica 

insospechada.  

 

Como el ecumenismo es vocación de todos los cristianos podemos estar seguros de que el 

diálogo ecuménico es también propio del pueblo cristiano, no sólo de los teólogos. Aunque a 

veces se encuentran laicos teólogos entre los católicos, capacitados para este quehacer , 

practicado en ocasiones muy positivamente, no hay que olvidar que el Pueblo de Dios cuenta 

también con el sensus fidei, que podemos llamar también en este terreno el sensus 

ecumenicus, por el cual tienen mucho que decir y hacer en el Movimiento Ecuménico de 

nuestros días.  

 

Existe un ecumenismo teológico, imprescindible, pero no el único. Tiene que hacerse siempre 

un ecumenismo espiritual, ya secular e insustituible. Un ecumenismo pastoral también, tan 

importante en nuestros días, en donde se incluyen decenas y miles de laicos de todas las 

Iglesias de forma activa. Pero se da asimismo el llamado “ecumenismo del pueblo”, subrayado 

así por el patriarca armenio Arán I en la XIX Asamblea del Consejo Mundial de las Iglesias, en 

Porto Alegre (Brasil), a finales de febrero de 2004. Es el pueblo hoy día quien reclama con 

mayor urgencia la unión de los cristianos y por todas las partes del mundo soplan en nuestro 

tiempo vientos de unidad.  

 

Si la formación es el sistema óseo del ecumenismo y el diálogo su corazón, la oración es su 

alma (UR, nº 8). Queda establecido de esta manera el corpus ecuménicus: oración, formación, 

diálogo. Este de la oración es asunto a tratar muy particularmente en la actualidad ecuménica. 

 

Esta parte de Unitatis Redintegratio subraya con respecto a esos encuentros que: “cada uno 

explica con una mayor profundidad la doctrina de su Comunión y presenta con claridad sus 

características. Porque, por medio de este diálogo todos adquieren un conocimiento más 

auténtico, un aprecio más justo de la doctrina y de la vida de cada comunión”.  

 

Es verdaderamente admirable como ya en 1964 la sensibilidad ecuménica católica pudiera 

formular este contenido: hablar con profundidad y claridad y escuchar con atención e interés. 

Esto es el diálogo. Sin duda los peritos y obispos recordaban por aquellos días en que se 

daban los últimos toques a este Documento el capítulo que acerca del diálogo había escrito por 

entonces el Papa Pablo VI en su encíclica “Ecclesiam Suam”. Cierto, ahora se expresaría con 

palabras más contundentes, si cabe, después de tanta práctica dialogal, pero lo que entonces 

nos dejaron es de tal sabiduría y realidad que nos ofrece, aún ahora, unas posibilidades de 

interpretación riquísimas.  

 

En el diálogo ecuménico, completamente necesario a todos los niveles: teológico, espiritual, 

pastoral, entre todas las Iglesias, en plan nacional, regional, diocesano, parroquial y de grupos, 

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pág. 8 

 

se precisa el claro conocimiento de la propia Iglesia, su doctrina, espiritualidad, liturgia, 

tradiciones, vida cristiana, etc y el deseo de exponerlo nítidamente al otro hermano o a los 

otros interlocutores.  

 

A la par escuchar al otro, tratar de comprender su explicación y circunstancias, preguntar sin 

reticencias y hacer una síntesis clara de lo escuchado. Por tanto, el diálogo entre cristianos es 

libertad, igualdad y reciprocidad. Dialogando ninguna de las partes debe considerarse superior 

ni en doctrina, ni en tradiciones, ni en posibilidades intelectuales y menos por el número de 

fieles o extensión territorial. El Documento en diversos lugares ha señalado con bastante 

acierto las cualidades y riquezas de las distintas Iglesias (números 3 y 13-14), datos muy 

importantes antes de nuestro diálogo. 

 

Toda acción ecuménica tiene hoy día como punto de partida la igualdad y reciprocidad. 

También, naturalmente, el diálogo siempre en la caridad. Cada Iglesia debe revisar y poner en 

análisis las propias cuestiones, pues el diálogo no menoscaba la propia identidad. De esta 

forma, más que llegar a declaraciones, las Iglesias llegarán a compartir dones. Todas ellas 

están repletas de riquezas a compartir con los otros hermanos.  

 

Un ejemplo se encuentra en el tema de unidad y pluralidad. La católica se ha calificado siempre 

por ser la Iglesia de la unidad y casi de la uniformidad. Aunque de aquí se han derivado 

inconvenientes, también dimanan cosas positivas. Son las que puede compartir con las otras 

Iglesias. A la vez aquellas, que han cultivado la pluralidad, de la que se han sucedido algunos 

inconvenientes, pero también aspectos muy positivos, pueden enriquecer a la católica con 

aquellos aspectos enriquecedores de la pluralidad.  

 

Unidad y pluralidad se transforman de este modo en dones a compartir por las Iglesias. La 

primordialidad de la Palabra de Dios de las Iglesias protestantes, las tradiciones y la liturgia por 

parte de las ortodoxas, el sentido de sacramentalidad de la católica, especialmente después de 

la renovación conciliar, son, entre otros, dones para compartir unas y otras Iglesias.  

 

Entra todo en ese diálogo constante, sincero, de la caridad que el Espíritu Santo prende en los 

cristianos. Cuando las Iglesias han entrado en diálogo: cercanía, conocimiento, estima, 

solidaridad, todo un índice de aspectos positivos entran en juego. Es, en cambio, lastimoso 

comprobar como aquí entre nosotros nunca las Iglesias han entrado en diálogo con la Iglesia 

católica que, como mayoritaria, según consta en el Directorio de Ecumenismo de 1993, debería 

ser la primera en salir al encuentro de las otras.  

 

Tal vez alguno de los obispos responsables de las Relaciones Interconfesionales, allá hace 

años, acaso el Dr. Briva Mirabent o el Arzobispo Torrella, mantuvieran especial cercanía con 

alguna Iglesia. Fue algo aislado, sin continuidad. El diálogo existente entre católicos, ortodoxos 

y protestantes en España es y ha sido una conversación entre amigos, algunos de los 

dedicados al ecumenismo, nada más, lleno de fraternidad y cercanía pero, por tanto, sólo con 

proyección en pequeños grupos y tiempos muy determinados.  

 

Acaso en estos momentos hasta habría que reducirlo al mero trato personal. ¿ Qué presente y 

futuro puede tener entonces nuestro ecumenismo?.  

 

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TESTIMONIO COMÚN PARA QUE EL MUNDO CREA 

 

En tercer lugar aborda el Decreto sobre Ecumenismo, como consecuencia de lo anterior, la 

colaboración mutua en tantos asuntos de la vida, concernientes a la acción y testimonio 

cristiano: educación, familia, sanidad, pobreza, migraciones... y muchos más señalados 

concretamente en el citado Directorio de Ecumenismo. Esta colaboración se produce 

frecuentemente en la mayoría de los países. Aquí el déficit en este terreno es notable, tan solo 

existen ciertas colaboraciones con Caritas y en el terreno de los emigrantes.  

 

Quiere en este tercer punto el Documento recogerlo todo en el marco de la oración, de la que 

he subrayado que Unitatis Redintegratio dice que es el alma del ecumenismo. Alrededor de la 

oración ha surgido siempre el Movimiento en pro de la unión cristiana desde los primeros 

tiempos de la Iglesia. Desde que en el siglo XX comenzó a celebrarse el Octavario de 

Oraciones por la Unión de las Iglesias, en el año 1.908 el ecumenismo ha comenzado a la 

sombra de esta oración. En España, igualmente, comenzó a la sombra de la Semana de la 

Unidad, primero en Barcelona, hacia 1956, después en Salamanca y desde 1962 o 1964 en 

Madrid con una influencia decisiva en todas las diócesis.  

 

Estos pasos y, sobre todo, la oración, conducen a los cristianos hacia la actitud fundamental 

de: “examinan su fidelidad a la voluntad de Cristo sobre la Iglesia y como es debido aprenden 

animosamente la tarea de esta renovación y de reforma” (UR,4)Solamente con estas 

disposiciones de aceptar la voluntad de Dios y emprender la renovación, comenzando por la 

del corazón, y la conversión diaria ( UR, 7 ) , podemos los cristianos llegar a la unión de todos 

nosotros.  

 

Nos hallamos muy distantes de lo que el Concilio nos pide. ¿Qué falla de todo lo que aquí se 

nos propone? ¿Nos seguimos desconociendo, tratando con dureza, nos estamos todavía 

echando en cara asuntos del pasado o matices teológicos, no hemos sido capaces aún de 

dialogar sobre ellos, pensamos y nos juzgamos de forma ofensiva aún, damos alas a nuestra 

indiferencia permaneciendo cada cual en la seguridad, más o menos real, que le brinda su 

Comunión, no creemos importantes para nuestros días dar testimonio común ante la sociedad, 

acaso nuestra oración no sea constante ni unánime, tal vez nuestros corazones estén aún 

altivos y soberbios?.  

 

Da la impresión de que nos hemos fabricado y aposentado en un ecumenismo cómodo: 

oraciones oficiales en la Semana de la Unidad, si cabe, alguna reunión ecuménica y poco más. 

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¿Qué es ecumenismo? 

 

 

pág. 10 

 

Cumplimos con lo elemental y nuestras conciencias se quedan tranquilas, adormecidas mejor. 

Todo esto no es conforme ni a la voluntad de Cristo en su Evangelio, ni a la voluntad de las 

Iglesias, según tantos documentos, ni para los católicos es conforme con las enseñanzas del 

Concilio Vaticano II o con documentos posteriores como el Directorio de Ecumenismo de 1993, 

donde se nos deja clara la posición de todos los nosotros con respecto a la práctica ecuménica 

en nuestros días.  

 

 

LA GRAN RIQUEZA EN UNITATIS REDINTEGRATIO 

 

Los últimos párrafos de este espléndido nº 4 vienen a ser como conclusiones de lo expuesto: 

realizado por los fieles en comunión con los pastores conduce el ecumenismo a la unión entre 

todos los cristianos, encaminándose a la plenitud de esa unión en una y única Eucaristía. 

Puedo a este respecto ofrecer mi experiencia y testimonio de que las contadas veces que en 

una reunión ecuménica interconfesional e internacional, ocasión en que el obispo local según 

indica el nº 8 de este mismo documento, puede conceder la hospitalidad eucarística, mi 

sentimiento y el de todos los presentes ,de diversas Iglesias europeas, fue verdaderamente 

positivo, de agradecimiento al Señor y de verdadera añoranza de que esa unión eucarística 

llegue a ser definitiva comprometiéndonos a una constante oración y conversión de vida para 

lograrlo. 

 

Recuerda luego como los católicos debemos ser los primeros en salir al encuentro de nuestros 

otros hermanos, nos indica cómo debemos exigir la unidad sólo en lo indispensable, la libertad 

en lo demás y la caridad en todo Son aspectos importantísimos tratados con verdadero acierto 

después en el Directorio de Ecumenismo. La Iglesia católica está llamada a este quehacer 

ecuménico y enriquecida por la gracia. Lo cual no quiere decir que las demás Iglesias no gocen 

de esa misma riqueza también. Ella quiere que todo ello resplandezca para el aumento del 

Reino de Dios. 

 

Se precisa que, por otra parte, los católicos reconozcamos los bienes cristianos, procedentes 

del patrimonio común de todos. Sabemos que cuanto la gracia realiza en los otros cristianos 

contribuye a nuestro bien, como con nuestra vida cristiana contribuimos al bien de ellos. Todo 

lo verdaderamente cristiano jamás se opone a los bienes genuinos de la fe en los otros. Por 

estos aspectos tan positivos para el encuentro de la unión cristiana se recomienda a todos la 

práctica del ecumenismo y especialmente a los obispos para que la promuevan en sus 

respectivas iglesias. Esto es propio, además, de todo cristiano, según sus posibilidades. ¿No 

significa ya un comienzo de unión? 

 

Creo muy necesario para todos nosotros releer todo el Documento y en particular este número 

sobre qué se entiende por ecumenismo. Reflexionar sobre ello nos lleva a descubrir nuevas 

posibilidades de enriquecer nuestra labor ecuménica o, por lo menos, a no olvidar la riqueza y 

posibilidades de actuación que nos sigue ofreciendo el Concilio. ¿Por qué no leerlo juntos, por 

qué no ponerlo en común, dejar que nos interpele y nos denuncie de demasiada indiferencia 

ecuménica, incluso a quienes nos dedicamos a la vocación ecuménica?.Ocurre que corremos 

en pos de pequeños comentarios ecuménicos, y está bien, olvidando el torrente ecuménico que 

sigue manando de estos documentos conciliares. 

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