Cuando salió a la luz la biografía del nuevo Papa, en tantos aspectos marcando una positiva diferencia, algo me transportó a la orilla del mar. Se abalanzó sobre mi mente el recuerdo de tantos y tan nobles cristianos en Donosti, amigos de la familia y del Foro de Estella. Me acordé de toda esa buena gente que merecía en Roma alguien con toda la fuerza del amor que ellos/as llevaban dentro. Esos cristianos que habían devorado durante años el Jesús de Pagola casi a escondidas, que añoraban las libertades que siempre gozaron con Uriarte y Setién; todos esos cristianos cuyo desbordado anhelo no terminaba de entrar en los sermones oficiales, entre los párrafos siempre estrechos de los catecismos; esos cristianos genuinos que se habían ajustado a lo impuesto, cuyo espíritu se veía encarcelado en el dogma establecido y que por lealtad no dieron un paso fuera del perímetro eclesiástico..., necesitaban un Papa, como todo apuntaba, podía ser Francisco. Su sencillez, cordialidad y voluntad de cambio abría cuanto menos una ventana a la esperanza.
Todos esos cristianos que cargaban con tanto "amén" a lo que les llegaba desde arriba, que ya no sabían dónde buscar aire fresco y renovado, que esperaban de la jerarquía una apertura, una inclusividad, una flexibilidad que no terminaban de llegar, que querían ver en el Papa un reflejo auténtico del Nazareno..., podían estar en vísperas de su hora. Lo llevaban toda su vida buscando, por supuesto mereciendo. Lo habían llamado en tantas cerradas noches, en la hondura de tantas crisis, en tantas fervientes oraciones... y había más que evidencias de que podía haber llegado. El Papa que rechazaba limusinas y viajaba en "colectivo", que vivía en un sencillo apartamento y se hacía su propia comida, que frecuentaba a los pobres y lavaba los pies a los enfermos..., podía ser el Papa por el que había suspirado toda esta buena gente de fe. Ojalá final feliz en esta breve historia, en la recta final de demasiadas frustraciones... No hablamos de saltos al vacío, de rupturas incomprensibles con el pasado, nos referimos a gestos cargados de significado como los que ya ha protagonizado el nuevo Papa. Se trata de ese toque de sano humor, de alejarse del dogma y volver al corazón, se trata de bajar a la calle y caminar a pie y compartir fe, de guiños sinceros de encuentro para con los líderes de las otras religiones... Hoy leemos buena nueva en los periódicos viejos, hoy nos cuentan que llegó a Roma viajando en clase económica, con los zapatos que le regaló la viuda de un sindicalista. ¿Será que las ganas tan grandes de cambios que abrigamos redactan ya su historia? ¿Será que no sabemos dónde volcar toda la esperanza acumulada, dónde saciar toda la sed de cambio que no cabe en nuestras gargantas...? Nos han terminado de contagiar esos cristianos del mañana soportando la asfixia del presente, esos incondicionales y su apuesta silente de a largo plazo, esos seguidores de un tal Jesús que piden liderazgo de incondicional amor, de celeste talla. A fuerza de ejemplo han hecho nuestras sus esperanzas. Pueda estar Francisco I a la altura de tanta sincera aspiración despertada, a la par de tan irrefrenable expectativa. Pueda estar al nivel de lo que el mundo y la cristiandad necesitan. Quiera el Cielo que suponga el inicio de una profunda renovación, de una nueva era en la Iglesia. Por esa Iglesia abierta, hermana, solidaria, sencilla, con rostro también de mujer, fiel al legado eterno del Nazareno..., que esas entrañables gentes de edad y otros tantos también deseamos.
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