Los profetas eran hombres de una libertad de espíritu excepcional. Esos poetas geniales amaban a Dios y a su pueblo entrañablemente. Implacables con todo cuanto tendía a convertir a Dios en ídolo y al pueblo en esclavo, eran los grandes críticos socio-religiosos de su época. A la injusticia le libraban una lucha sin cuartel, sobre todo cuando se usaban hipócritamente a Dios y a la religión, o a cosas lindas como la unidad y la paz para encubrirla.
Apenas unos sesenta años atrás, a los sacerdotes católicos ni se les permitía leer el Antiguo Testamento sin una autorización especial. Según parece, era para proteger su castidad. No obstante, sospecho que no era tanto el erotismo bíblico como la voz de los profetas la que más asustaba, porque esa voz representaba una amenaza directa contra los privilegios de la clase dominante en la que los “príncipes” de la Iglesia ocupaban un lugar eminente. Por la misma razón, creo yo, los dirigentes de la Iglesia se pusieron a interpretar la Biblia en forma abstracta, espiritual o simbólica. De los profetas retuvieron casi nada más que sus luchas contra los ídolos y sus vivencias de carácter místico. Su mensaje de fuego contra las injusticias, lo que constituye tal vez el aporte histórico más monumental a la formación de la conciencia en materia de “justicia social”, quedó prácticamente anegado por preocupaciones de orden supuestamente “más elevado”… Se usó y abusó de la Biblia para legitimar el sistema del que la jerarquía católica era el garante sagrado, en el cual una clase social, estimándose superior o elegida por Dios, se atribuía a sí misma derechos por encima de los demás, convencida de que ese era el “orden” que desde toda la eternidad Dios había establecido para el bien de la humanidad y la paz del mundo. Aunque ese sistema produjera la miseria de muchos, había que aceptarlo y asumirlo como Cristo había aceptado y asumido la cruz. En otras palabras: la injusticia quedaba justificada y la opresión santificada como camino de salvación… Nada menos. Lo único que podía aportar la fe del cristiano era rezar para poder aguantar y, a ejemplo del cireneo, ayudar a otros más miserables a cargar con la cruz. En una lectura independiente de todo poder, es decir, hecha sin prejuicios ni censura, uno descubre que la Biblia tiene páginas fundamentales que denuncian ese sistema injusto como idolatría, es decir como el pecado supremo. Y descubre además que la Biblia es antes que nada el libro de los pobres que buscan desesperadamente salir de su estado de opresión, y que el Dios único y verdadero es el Dios de ellos y su única esperanza, a pesar de que por miedo, por atavismo u oportunismo suceda que los mismos pobres a veces sean los primeros en rechazarlo. En la Biblia, todo otro dios que no sea el Dios de los pobres y que no esté comprometido con las víctimas de la injusticia, es un ídolo o un falso dios. Estar con el Dios vivo es estar del lado de los pobres y de los oprimidos y caminar hacia la liberación. De lo contrario es estar con los ídolos. Ese fue el mensaje de fuego de los profetas. Por eso, en los años 70, a raíz del Concilio Vaticano II (y no por determinación de Lenin, Mao, Castro o del Che), cuando los católicos de América latina estaban empezando a descubrir el mensaje de los profetas, las dictaduras católicas de la época se asustaron, juzgaron que la Biblia era peligrosa y aun subversiva y, en ciertos países, no vacilaron en quemarla. Por motivos parecidos, la misma Curia vaticana no descansó hasta no acabar con los programas que intentaban difundir un mensaje bíblico actualizado y al alcance del pueblo oprimido, que le daba en fin al mensaje de los profetas la importancia que le correspondía. Para el poder, cualquier poder, religioso o ateo, político o económico, los profetas son unos rebeldes que fomentan la subversión. De hecho es lo que fueron y, por eso, muchos fueron asesinados. Puesto que Jesús era también un profeta, y ¡qué profeta!, terminó como terminó. Puede ocurrir, sin embargo, que el mismo poder no cuestione a los profetas ni a Jesús. A veces tiene, al contrario, todas las apariencias de la fe y de la virtud, pero, en la práctica, no retiene sino una parte del mensaje de ellos, es decir solo lo que le conviene. Así se cumple la propia palabra de Jesús sobre el tema: ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos, que sois unos hipócritas! Construís sepulcros para los profetas y adornáis los monumentos de los hombres santos. También decís: "Si nosotros hubiéramos vivido en tiempos de nuestros padres, no habríamos consentido que mataran a los profetas". Así os proclamáis hijos de quienes asesinaron a los profetas. ¡Terminad, pues, de hacer lo que vuestros padres comenzaron! ¡Serpientes, raza de víboras!, ¿cómo lograréis escapar de la condenación del infierno? Desde ahora os voy a enviar profetas, sabios y maestros, pero los degollaréis y crucificaréis, y a otros los azotaréis en las sinagogas o los perseguiréis de una ciudad a otra. Al final recaerá sobre vosotros toda la sangre inocente que ha sido derramada en la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, al que matásteis ante el altar, dentro del Templo. En verdad os digo: esta generación pagará por todo eso. ¡Jerusalén, Jerusalén, qué bien matas a los profetas y apedreas a los que Dios te envía! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus pollitos bajo las alas, y tú no has querido! Por eso os vais a quedar con su templo vacío. Y les digo que ya no me volveréis a ver hasta que digan: ¡Bendito sea el que viene en nombre del Señor!" (Mateo 23, 29-39; ver también: Hechos 7, 51-57.) El cristianismo, que era portador de un proyecto de sociedad genuinamente revolucionario, está abortando simplemente porque la conciencia cristiana se enredó en miles de cosas “santas” higiénicamente expurgadas de toda influencia de los profetas, privando así a la humanidad de la “sal” que debía darle sabor (Mt 5, 13). Hemos remplazado cínicamente a los profetas con policías e inquisidores, pensando que era lo mismo. Y por eso, en muchas partes donde los cristianos intentan más o menos felizmente recuperar su vocación de seres libres, cada vez los templos se quedan más vacíos…
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