No deja de ser sorprendente que tanto en el credo corto (el llamado credo apostólico) como en el credo largo (el credo niceno-constantinopolitano) que profesamos en la eucaristía dominical, se cite a Poncio Pilato, bajo cuyo poder Jesús padeció, fue crucificado, muerto y sepultado. Resulta extraño e incluso escandaloso que junto al Padre, a su Hijo Jesucristo encarnado en María virgen y junto al Espíritu Santo, se mencione a Poncio Pilato.
Pilato, gobernador de Judea (26-36) fue un hombre a la vez débil ante las presiones populares y prepotente, cruel, arbitrario y despiadado, “el romano imperialista, puñetero y desalmado” como canta la Misa Nicaragüense… Aunque reconoció la inocencia de Jesús acusado por la envidia de los sacerdotes, no lo liberó para no caer en desgracia del César Tiberio: “si lo dejas en libertad no eres amigo del César” (Jn 29,12). Él quería hacer carrera ante Roma, por esto se lavó cobardemente las manos (Mt 27, 24) y mandó crucificar a Jesús. Años más tarde Pilato fue destituido de su cargo por sus brutales actuaciones y desterrado a las Galias. ¿Cómo se explica, pues, esta extraña intromisión de Pilato en el credo? Cuando la Iglesia primitiva introdujo a Pilato en el credo no actuó irresponsablemente sino con gran sabiduría. La referencia a Pilato sitúa a Jesús en la historia humana, en el tiempo: bajo el Imperio romano y en Judea, donde Poncio Pilato era gobernador. Jesús, y por tanto la fe cristiana centrada en Jesús, el Hijo del Padre encarnado en María, no es una invención, un sueño, una ideología o un hermoso mito para consolar nuestra angustia vital. Jesús es un acontecimiento ciertamente extraordinario, novedoso y misterioso, pero histórico, que forma parte de la historia de salvación, forma parte de nuestra historia humana. Y es una gran noticia que el que padeció, fue crucificado y sepultado bajo el poder Poncio Pilato, haya resucitado y esté sentado junto al Padre. El que resucitó fue el mismo Jesús de Nazaret que pasó por el mundo haciendo el bien y liberando a las víctimas de la opresión (Hch 10,38). Esta es la dimensión histórica de la fe que subyace en el credo al citar a Poncio Pilato, la que fundamenta que los cristianos sigamos a Jesús en el mundo y el tiempo de hoy, discernamos los signos de los tiempos y anunciemos al mundo de hoy la alegría del evangelio. Y es una llamada a no lavarnos las manos ante los problemas reales de nuestro tiempo, a no anteponer nuestros intereses egoístas a la defensa de la verdad y de la justicia, ni a no contentarnos con preguntar escépticos, como Pilato “¿Y qué es la verdad?” (Jn 18,38). Porque la verdad es ponerse al lado de los que sufren, al lado de los pobres y oprimidos, como hizo Jesús: Él es la verdad (Jn 14,14). El lavarse las manos como Pilato acaba produciendo víctimas… La presencia de Pilato en el credo no solo enraíza a Jesús en la historia sino que se convierte en un aviso, en el negativo de cómo no debemos actuar en la vida: no podemos actuar como Pilato. Todo esto lo podemos tener presente cuando al recitar el credo, tanto el corto como el largo, digamos que Jesús “padeció bajo el poder de Poncio Pilato”…
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