En la década de los 90 del siglo pasado, el presidente de Irán Muhammad Jatamí sorprendía al mundo con una iniciativa esperanzadora tras la guerra fría: el Diálogo de civilizaciones como alternativa a la teoría del choque de civilizaciones de Samuel P. Huntington, que le horrorizaba. De hecho, afirmaba, las civilizaciones no han tenido guerras entre ellas. Estrictamente hablando, las guerras del pasado no eran conflictos entre civilizaciones, sino entre imperios, y sus causas están no en las creencias religiosas, sino en los fanatismos, los intereses ilegítimos, el recurso a la violencia para garantizar esos intereses, y la marginación de los que carecen de poder político, económico. “La civilización islámica –afirma– ha heredado mucho de las civilizaciones persa, romana, griega, hindú, china-, y luego la civilización occidental también se ha dejado influir por la civilización islámica”.
El 21 de septiembre de 2004, en la 59 Asamblea General de las Naciones Unidas, José Luis Rodríguez Zapatero hizo una propuesta novedosa en la esfera internacional: la Alianza de civilizaciones, copatrocinada posteriormente por Recep Tayyip Erdogan, primer ministro de Turquía, y respaldada por decenas de países, entre ellos China, la Liga Arabe y la Organización de la Conferencia Islámica. Pero quizá muy pocos saben que el primero que hizo esta propuesta fue el intelectual francés Roger Garaudy (1913-2012) en la década de los setenta del siglo pasado en su emblemática obra Diálogo de civilizaciones (Cuadernos para el Diálogo, Madrid, 1977). La historia de la humanidad en el futuro, afirma Garaudy, no puede centrarse en Occidente, al que califica de “accidente” y considera que nunca ha demostrado una superioridad cultural, sino que se ha caracterizado por una utilización militar y agresiva de las técnicas de las armas y del mar. Cree necesario recuperar las dimensiones emancipatorias que se han desarrollado en las culturas y civilizaciones no occidentales. Para llevar a cabo un proyecto planetario de cara al futuro, que sea realmente un futuro para todos y diseñado por todos, el cauce adecuado es el Diálogo de civilizaciones, que define en los siguientes términos: – Es la “lucha contra el aislamiento pretencioso del ‘pequeño yo’ y la afirmación de “la verdadera realidad del yo”, relación con el otro y con el todo. – Es la toma de conciencia de que el trabajo no es la única matriz de todos los valores y que, además de él, están la fiesta, el juego, la danza como símbolo del acto de vivir. – Es interrogación sobre los fines, el valor y el sentido de nuestras vidas y de nuestras sociedades que permita una transformación humana y de las estructuras. — Es poner en tela de juicio un modelo de crecimiento ciego, sin finalidad humana, un crecimiento cuyo único criterio es el incesante aumento cuantitativo de la producción y del consumo. El Diálogo de civilizaciones: – Enseña a concebir el futuro no como plácida creencia en el ‘progreso’, ni como simple extrapolación tecnológica de nuestros proyectos, sino como la aparición de algo radicalmente nuevo. – Ayuda a los seres humanos, en el plano de la cultura, a abrirse a horizontes infinitos. – Exige, en consecuencia, una política que no sea solamente del orden de los medios, sino del orden de los fines, que tenga por objeto, criterio y fundamento, una reflexión sobre los fines de la sociedad global y una participación de cada cual, sin alienación de poder, en la búsqueda y realización de esos fines. – Requiere descubrir una nueva dimensión de la política y de la cultura y activar una libertad que sea participación de cada cual en el acto creador. El Diálogo de civilizaciones no puede tener una perspectiva individualista, sino comunitaria y asociativa, y ha de crear un nuevo tejido social. No puede construirse desde una concepción tecnocrática de la democracia, sino activando una democracia participativa basada en iniciativas nacidas de asociaciones de la base. No puede llevarse a cabo siguiendo el guión de una teoría de la política entendida como instrumento del poder. En su obra El diálogo entre Oriente y Occidente. Las religiones y la fe en el siglo XXI (El Almendro, Córdoba, 2005) incorpora una nueva categoría para llevar a cabo el Diálogo de civilizaciones: la espiritualidad, que define como el esfuerzo por encontrar el sentido y la finalidad de nuestras vidas y que puede vivirse en las sabidurías sin Dios. Sólo así la humanidad puede liberarse de lo que Garaudy llama “suicidio planetario”, al que nos conducen el crecimiento de la desigualdad entre Norte y Sur y dentro de los países “desarrollados” entre quienes tienen y quienes no tienen; la naturaleza en vías de extinción por la contaminación y el agotamiento de los recursos. Sirva este recuerdo de su aportación al Diálogo de civilizaciones como homenaje al filósofo e intelectual Roger Garaudy recientemente fallecido y tan vinculado a Córdoba, que nos deja un importante legado cultural, político y religioso.
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