Solo en la primera parte del capítulo 15, aparece siete veces uno de los verbos preferidos por el autor del cuarto evangelio: ménein, que puede traducirse como "estar", "morar" o "permanecer". Comporta la idea de un estar-en, de manera continuada y estable, hasta el punto de llegar a ser "uno" con quien se permanece.
Jesús tiene conciencia de permanecer en el Padre y en los discípulos, y eso mismo es lo que desea que sus discípulos hagan consciente. Todo permanece ya, y desde siempre, en la Unidad, porque no puede existir nada al margen de nada. Lo que nos falta es tomar conciencia de ello, salir del engaño al que nos induce la mente, para reconocerlo y vivirlo. No somos islotes separados; siempre somos-en y somos-con. El olvido de esta realidad hace que nos reduzcamos al ego –la identidad que nos proporciona nuestra mente- y vivamos a partir de esa creencia. Egocentrismo, individualismo, soledad, miedo, ansiedad, enfrentamiento... son las primeras consecuencias de aquel engaño. Permanecer en Jesús y en el Padre equivale a experimentarnos en esa identidad profunda, que es no-dual y, por tanto, compartida. No cabe intimidad mayor: más allá de los "mapas" que son las creencias y las religiones –mapas valiosos en muchos casos-, nos reconocemos en el "Territorio" común. Más allá de pensarnos como "sarmientos" separados, nos descubrimos ser "vid" unificada. Y eso mismo es Gozo, alegría que "nadie puede quitar". Porque no se halla a merced de lo que pueda ocurrir, sino que constituye el fondo mismo que somos y que compartimos con todos los seres. Es el gozo permanente, que puede convivir con movimientos emocionales de diverso tipo, como aquella espaciosidad no-dual que abraza tanto alegrías como tristezas más superficiales y episódicas. Y el Gozo es también uno con el Amor. "Ama, y haz lo que quieras": en esta máxima resumía san Agustín el comportamiento moral del cristiano. Para el evangelio, es así: el único mandato de Jesús –"los mandamientos de mi Padre", "lo que yo os mando"- es el amor. Y, sin embargo, los manuales, los catecismos y las predicaciones han elaborado listas interminables de mandamientos, llegando en ocasiones a una casuística que hoy nos haría sonrojar. Los factores que explican ese deslizamiento son varios: la necesidad de todo grupo de darse un ordenamiento jurídico; la necesidad de responder a situaciones concretas de la vida cotidiana; la necesidad de "tranquilizar" la conciencia –siempre es más fácil y menos exigente cumplir una lista de preceptos que, sencillamente, amar-; el ejercicio del poder, por parte de la autoridad, en forma de control de las conciencias... Sin embargo, frente a esos o cualesquiera otros motivos, es bueno volver a la originalidad de Jesús: "Esto os mando: que os améis unos a otros".
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