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Perder o salvar la vida por: Enrique Martínez Lozano

9/17/2012

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Si consideramos el evangelio de Marcos como un díptico, el presente texto haría de "bisagra" que dividiría las dos partes. En él se plantea ya abiertamente la cuestión de la identidad de Jesús, el llamado "primer anuncio" de la pasión, la incomprensión de Pedro (de los discípulos) frente al camino de su maestro y la paradójica y sabia sentencia conclusiva de Jesús.

"¿Quién dice la gente que soy yo?". De Jesús se decían muchas cosas: que estaba "fuera de sí" (Mc 3,21), que estaba endemoniado (Mc 3,22) y era un "comilón y borracho" (Lc 7,34), "amigo de pecadores" (Mt 11,19) y "blasfemo" (Mc 2,7); un impostor (Mt 27,62) que enseñaba doctrinas que podrían provocar una rebelión (Lc 23,1).

En esta ocasión, Marcos nos transmite la idea de que, para la gente, Jesús era uno más, en la línea de los grandes profetas de Israel. Es un título sumamente elogioso. Pero para su grupo, que se expresa por boca de Pedro, es más: el Mesías (Cristo o Ungido), a través del cual Yhwh restauraría la suerte del pueblo de un modo definitivo. Sin embargo, lo que Pedro entiende bajo ese término no tiene nada que ver con el camino que Jesús adopta.

A lo largo de todo su escrito, Marcos manifiesta una prevención especial frente a cualquier idea de un mesianismo triunfalista o "victorioso". El camino del Mesías –repetirá una y otra vez- pasa por la entrega y la cruz. Los discípulos, por el contrario, aparecen obcecados, "sordos y ciegos", discutiendo habitualmente por cuestiones de poder, de importancia y de privilegio, mientras Jesús les habla de servicio.

Con motivo de los tres "anuncios de la pasión", Marcos mostrará ambos caminos –el de Jesús y el de los discípulos- como diametralmente opuestos.

El de Jesús –que afirmará más adelante que "no ha venido a ser servido, sino a servir" (Mc 10,45)- es el camino de la sabiduría y de la compasión, propio de quien "ha visto" y se percibe a sí mismo como un "cauce" a través del cual fluye la vida a favor de los demás.

El de los discípulos refleja los mecanismos propios del ego, que no busca otra cosa que la autoafirmación a cualquier precio, aferrándose al tener, al poder y al aparentar, a la vez que huye de todo lo que suene a desapropiación y entrega.

La divergencia entre ambos caminos queda explicitada tanto en la reacción de Pedro como en la respuesta de Jesús. Para el ego, la entrega desinteresada es una locura, que hay que evitar a toda costa. Para Jesús, por el contrario, la lectura del ego se opone frontalmente a Dios.

En nuestro "idioma cultural", podría traducirse de este modo: el Fondo de lo real es Amor, entrega, servicio... Todo lo que sea separación y encapsulamiento en los límites del ego va en contra del dinamismo propio de lo que es.

No se trata, por tanto, de ningún tipo de voluntarismo, o de la exigencia arbitraria de un Dios que exigiría sacrificio. Es una cuestión de sabiduría o de comprensión. Y eso es lo que expresan las palabras de Jesús con las que se cierra el relato: "El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por el Evangelio, la salvará".

En no pocos oídos, la palabra "religión" suena a "negación", "cruz", "muerte"... Así le sonaba a Nietzsche, desencadenando en él una denuncia enérgica de lo que consideraba "negación de la vida".

Frente a tamaño equívoco, hay que empezar por reconocer que no tiene su base en el evangelio, sino en factores ajenos, de diversa procedencia, que llegaron a configurar un imaginario colectivo de tintes doloristas y angustiantes. Temas como el pecado, la culpabilidad, el castigo, las "penas eternas" colorearon catecismos, predicaciones y devociones, hasta extremos difíciles de imaginar.

Nada de eso aparece en Jesús ni en el evangelio. La suya es una palabra vital y sabia. No es, ciertamente, una palabra que satisfaga al ego, alimentando la ignorancia y la inconsciencia en que se mueve, pero no es tampoco un mensaje que reprima la vida y la libertad de la persona.

Lo que se halla en juego es precisamente "salvar la vida", es decir, vivir en plenitud. Ahora bien, eso solo es posible cuando descubrimos nuestra verdadera identidad y nos liberamos de las trampas del ego que nos confunden y nos mantienen en el sufrimiento.

Los seres humanos somos una realidad paradójica, en tanto en cuanto experimentamos en nosotros como una "doble identidad": por un lado, la identidad individual (o yo) y por otro la Identidad profunda (transpersonal) que nos constituye de fondo.

Lo que ocurre es que la paradoja se convierte en cárcel y confusión siempre que absolutizamos la primera y nos olvidamos de quienes somos realmente.

"Salvar la vida" o vivir en plenitud solo es posible cuando permanecemos en conexión con aquella identidad profunda. Lo cual requiere, obviamente, dejar de identificarnos con el yo de una manera absoluta. Con lo que las palabras de Jesús pueden parafrasearse de este modo: "el que quiere salvar su ego, pierde la vida; pero el que se desidentifica del ego, vive en plenitud".

Es fácil apreciar que se trata de una máxima que aparece, de un modo u otro, en todas las personas sabias, de cualquier tradición. Todas ellas muestran que ese es el camino del despertar, saliendo de la ignorancia a la luz, del sufrimiento a la liberación.

Me vienen a la memoria las palabras de Aldous Huxley: "Si supiese quién soy en realidad, dejaría de comportarme como lo que creo que soy; y si dejase de comportarme como lo que creo que soy, sabría quién soy". Me resuenan como una glosa bien adecuada al texto del evangelio que estamos comentando.

El texto de Marcos habla de "perder la vida (el yo) por el evangelio". ¿Cómo entenderlo? No se trata, evidentemente, de ningún tipo de fanatismo que hiciera del evangelio ni una bandera de lucha ni un ídolo al que "sacrificar" la propia vida.

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