Una vez más “el profeta de Galilea” le da la vuelta a las expectativas de sus compañeros, y les propone como criterio de grandeza el servicio y de honor el cuidado de los/as pequeños/as. Esta es la lógica a la que estamos también llamadas/os los creyentes del siglo XXI, superando cualquier tentación de poder y prestigio, pues hoy como ayer seguimos con frecuencia discutiendo quien ha de ser el primero/a en la comunidad eclesial, olvidando estas palabras que Marcos hoy nos recuerda y desde las que se nos invita a construir fraternidad y sororidad de otra manera.
El relato evangélico de hoy nos sitúa en el comienzo del camino que llevará a Jesús a Jerusalén. Jesús en este momento de su vida tiene claro que las fuerzas que se oponen a la propuesta salvadora de Dios son muy fuertes y no van a claudicar en su objetivo de anular su propuesta. Él sabe que su vida comienza a estar en peligro, pero no va a ceder en su empeño de ofrecer el amor y la justicia bondadosa de Dios a los y las pequeños/as de esta tierra. Los sinópticos expresan esta conciencia de Jesús a través de los anuncios de la pasión. Estos textos no significan que el Maestro predijera el futuro, sino que era realista al valorar las consecuencias de sus opciones. Esta conciencia le va a llevar a implicarse con intensidad en la formación de su comunidad para fortalecer sus certezas y opciones y en el caso que él falte puedan seguir adelante comprometidos/as coa causa do Reino (Mc 9, 31). Marcos expresa con claridad que sus compañeros/as no captan la trascendencia de las palabras de Jesús y tienen miedo de que todas sus expectativas se vengan abajo y se oscurezca el horizonte que los ha ilusionado por los caminos galileos. Ellos están lejos de entender los criterios del reino y siguen aferrados a sus ideales de éxito y poder. Al llegar a Cafarnaúm, donde Jesús había ubicado su casa (Mc 2, 1), reúne a los doce para cuestionar sus humanas pretensiones de poder y honor (Mc 9, 33-34). Una vez más “el profeta de Galilea” le da la vuelta a las expectativas de sus compañeros, y les propone como criterio de grandeza el servicio y de honor el cuidado de los/as pequeños/as. El servicio, es el criterio que Jesús propone como referente en las relaciones dentro de la comunidad del Reino. El valor central de la cultura de Jesús era el honor. Un valor que se entendía como la estima que una persona tiene a los ojos de los demás y depende de su origen familiar y del lugar social que se ocupa. Este honor se mantiene y se acrecienta con gestos públicos de beneficencia y ejemplaridad. Para Jesús sin embargo lo importante no es quien es el primero y cuales son los privilegios y estatus que ese lugar otorga. Para Jesús, por el contrario, el valor central es el servicio, pero no entendido como mera servicialidad, sino como la base de una nueva jerarquía de valores que pone en el centro a quien no cuenta inaugurando así un nuevo horizonte cargado de posibilidades inéditas de encuentro, de igualdad y de fraternidad y sororidad. De este modo Jesús denuncia nuestras orgullosas jerarquías, nuestros planteamientos que incluyen “superiores” e “inferiores”. El servicio no es una cuestión meramente ascética, sino una propuesta profética que deslegitima cualquier pretensión de divinizar estructuras, de justificar privilegios, o pactar co l@s podero@sde este mundo. En tiempos de Jesús los niños y niñas no tenían la visibilidad y protagonismo que tienen en los nuestros. Los chiquillos/as eran los miembros más débiles de la sociedad. No era fácil crecer en un mundo continuamente amenazado de hambre, guerra, abusos...y llegar a la edad adulta era no era empresa fácil. Más del 60% de los niños/as morían antes de la adolescencia y pocos llegaban a adultos con ambos progenitores vivos[1]. Aunque tener hijos (especialmente varones) aseguraba la continuidad familiar, los niños/as ocupaban el último lugar en la jerarquía familiar y por eso coger a un niño/a era un gesto totalmente gratuito, pues no tenía nada que ofrecer de vuelta, no poseían bienes, ni capacidad para ofrecer honorabilidad y prestigio en su entorno. En este contexto el hecho de que Jesús proponga a los niños como el paradigma de las relaciones de la comunidad del reino, supone un cambio de jerarquías. Se trata de identificarse con los más desfavorecidos/as, de considerar honorable lo que no cuenta. Se trata de entender que para los seguidores y seguidoras del Maestro los primeros lugares son para los últimos y no solo por un gesto de compasión, sino porque esa es la clave no solo de conducta, sino de entender a Dios. De este modo, Jesús pone el servicio y la gratuidad en un lugar central en las relaciones dentro de la comunidad. Con su típico lenguaje provocador nos enseña a imaginar un mundo diferente. Desde su peculiar experiencia de Dios sitúa todo en otro horizonte, descubre nuevas posibilidades e introduce una lógica alternativa, la de la gratuidad y el desinterés propio. Esta es la lógica a la que estamos también llamadas/os los creyentes del siglo XXI, superando cualquier tentación de poder y prestigio, pues hoy como ayer seguimos con frecuencia discutiendo quien ha de ser el primero/a en la comunidad eclesial, olvidando estas palabras que marcos hoy nos recuerda y desde las que se nos invita a construir fraternidad y sororidad de otra manera.
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