Tan humana es la necesidad de confirmar nuestros lazos, que aun él, ya resucitado, necesitó preguntar.
"Señor, tú sabes...", fue la respuesta habitual del amigo. Como si nos alcanzara con saber, y no precisáramos escucharlo muchas veces, al menos en los momentos cumbre del recorrido. La pregunta viene después de la experiencia. Noche larga y oscura, cerrada, impotente. El esfuerzo inútil, tiras las redes y no sale nada. Otra vez el mar como escenario: el reino de lo inconciente, de las profundidades insondables, de lo desconocido que quiere irse desvelando. Y otra vez parece enemigo. En calma ahora, le demuestra que no todo es como espera, que trabajar(se) no es suficiente, que la oscuridad acecha, y puede atacar de nuevo. La muerte no ha sido del todo vencida en el corazón de Pedro. La resurrección es anuncio, no "con-vence", no triunfan juntos. La muerte nos habita, en las honduras, y siempre hay algo más que pide ser reanimado... Vivenciamos una y otra vez el quiebre, la cruz, para tener oportunidad de resucitar distintas regiones de lo que somos. Frente al vacío, a la nada, a la impotencia de la noche entera sin pesca, Jesús llega con su aporte indiscutible, su deseo de alimentar, de hacer fiesta juntos... Cuando nuestro interior está inmerso en la fragilidad, las barreras pueden caer. En lugar de optar por el encierro, puede sorprendernos un encuentro. Tan inesperado y potente, que hasta el más íntimo se hace un desconocido que irrumpe prodigando novedad. Faceta reverdecida del otro, que nos vuelve a poner de cara a nuestras preguntas. ¿Es tu amor capaz de atravesar la muerte? ¿Es verdaderamente más fuerte que la oscuridad? ¿Te atreves a hacer surgir lo nuevo, en lo de siempre? La insistencia de Jesús fuerza el replanteo profundo, transforma lo cotidiano en semilla de eternidad; palabra proferida tres veces, valor de juramento. Sorprende en Jesús esa dinámica vital, que hace brotar peces de las redes incansablemente huecas. Esa conexión intensa con la vida cíclica, muerte que abre el renacer, soledad que se colma de grano generador. Allí le atraviesa a Pedro la pregunta, en pleno misterio del vacío habitado. Todavía no tragó la partida, e irrumpe el exceso de presencia. El que ama ha visto la sobreabundancia, la red cargada de peces hasta que casi no se la podía arrastrar. Se ha abierto a la capacidad de "tolerar" esa desmesura, de amplificarse hasta casi romperse confiando en que él no destruye sino expande... Y ahí mismo, Jesús y su planteo, "necesito confirmar que estás, que seguís conmigo": el Señor de la historia, el maestro, pidiendo su sí. El Inmenso, el Eterno, sujetándose al lazo que Pedro le ofrezca... El amor exige respuesta, ponerle el cuerpo, presencia concreta y comprometida... Si me amas, entonces, apacienta. Si el tuyo es un amor resucitado, impulsa a mayor resurrección. ¿Vas a dejar que yo muera? ¿O es sacramento-instrumento de (mi) resurrección, en la resurrección de otros, en la tuya propia, en generar y sostener más vida para todos? La cuestión se debate en el después, en continuar mi camino, en prolongar y hacer crecer mi sueño... En ponerse a cargo, de la historia propia y la colectiva. Para que las estructuras de muerte sean por fin vencidas. Hagan ustedes lo mismo, lleven a comer, ayuden a elegir buenos pastos, protejan del lobo...
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