El Evangelio de Juan profundiza en la misma noción de Espíritu. Es el espíritu de Jesús, el que viene del Padre, el Espíritu de Dios que actúa en el mundo a través de Jesús y a través de todos nosotros. Este texto nos sirve para hacer un acto de fe en la iglesia, en todos nosotros que formamos la iglesia.
No vivimos solamente del recuerdo de Jesús, de la meditación de sus palabras. Vivimos de la presencia viva del Espíritu en nosotros. Ese espíritu de Jesús se está manifestando continuamente en la Iglesia entera, manteniendo viva a la iglesia, haciéndonos vivir como testigos. Es la acción creadora de Dios, la que saca al mundo del caos desde el principio, la que lleva el mundo a su consumación, la fuerza de Dios que sopló como un huracán en Jesús y sigue alentando a la iglesia y a todos las personas de buena voluntad, para llevar al mundo a su plenitud. Estos textos nos ofrecen la oportunidad de reflexionar sobre "nuestro espíritu". ¿Qué espíritu nos empuja? ¿Cuál es el viento que nos lleva, de dónde y a dónde sopla? ¿Es el viento de Dios, es el viento de Jesús? ¿Somos capaces de reconocer los diversos vientos que agitan nuestra alma? Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre. Dios es por tanto "el Espíritu Creador, Salvador, Consumador". No un Señor exterior y lejano, sino la fuerza más íntima de mi ser, la fuerza que me hace vivir, la fuerza salvadora de mi vida. Es de la Iglesia el que tiene el Espíritu de Jesús. Por sus frutos los conoceréis: "Porque tuve hambre y me disteis de comer". Y así sentimos que Jesús es la Vid, y el Padre el Labrador. Nos sentimos injertados en buena planta, sentimos que crecemos, que la savia de Dios corre por nosotros, que podemos cambiar nuestro mundo, que la planta de los hombres puede florecer. Todo eso es el Espíritu, el Espíritu que se mostraba plenamente en Jesús, el Espíritu que se mostraba en aquella comunidad. Y eso es lo que sucedió en aquella primera comunidad, y lo que sucede ahora: que el Espíritu de Dios, que hizo de Jesús el Hijo Vivo Para Siempre, sigue soplando en el mundo para hacernos a todos Hijos Vivos Para Siempre. El Antiguo Testamento hablaba muchas veces de "El Viento", el viento de Dios ("la Ruaj") el aliento de Dios, que era capaz convertir en viviente el muñeco de barro, de retener el mar, de suscitar jefes y profetas. Viento que arrastra, aliento que vivifica, hermosa imagen de la presencia y de la acción de Dios. Los evangelistas muestran muchas veces a Jesús arrastrado, empujado, lleno del Viento de Dios. El Viento de Dios lo arrastra al desierto, el viento de Dios le saca de Nazaret para lanzarlo a predicar y curar. Jesús es el hombre lleno del Aliento de Dios, continuamente arrastrado, animado por el Espíritu, por el Viento de Dios. Y es una hermosa profesión de fe. Porque al Viento no se le ve, pero se le siente. Una hermosa profesión de fe en que Dios sí está presente, y activo, pero de una manera muy concreta: alentando, empujando. Hay concepciones de Dios que parecen imaginarlo en tres situaciones: Al principio, como Creador, después, como ausente y al final, como Juez. Para Israel, y para Jesús, está continuamente presente como Viento, que inspira, alienta, refresca, empuja, arrastra. "Creo en el Viento de Dios" puede ser una manifestación de confianza y también la expresión de una experiencia personal. Otras muchas parábolas de la naturaleza son semejantes a ésta: el agua, la luz, la sal, y muchas otras. Y todas significarían lo mismo. Sin agua no se puede vivir; sin luz no podemos ni movernos; sin sal todo es insípido. Con Dios hay vida y frescura y fecundidad; con Dios hay sentido y acierto; con Dios todo tiene sabor, su sabor. Y la mejor de todas, el Viento. Me imagino a Jesús navegando a vela por el Lago Genesaret, sintiéndose llevado por el Viento de Dios. Situar al Viento – traducido del griego como "Espíritu" – como un personaje más de la Tríada Santísima lo aleja de nosotros y lo hace incomprensible. Y – también aquí – nos hace diferentes de Jesús. Si Jesús se dejaba llevar del Viento, yo también tengo que dejarme llevar del Viento. Y hay Viento, mi trabajo consiste en desplegar las velas. Pero si el Espíritu Santo es una paloma posada en el trono entre el Dios Padre y el Dios Hijo, todo se hace lejano y misterioso: lo único que exige es adorar y acatar el misterio de la paloma. Abbá – Hijo – Viento, son tres metáforas maravillosas. No hablan de cómo es Dios por dentro, sino de cómo se porta con nosotros, de cómo nos sentimos para con él, de cómo está en el mundo. La Trinidad son tres parábolas de Jesús que definen estupendamente la relación de Dios con nosotros y de nosotros con Dios. Si las reducimos a metafísica corremos el peligro de que pierdan casi todo su significado. Desde pequeños decíamos: "¿qué es el viento? – el aire en movimiento". Y ahora decimos: "¿Qué es el Espíritu? – el Padre en movimiento". El aire está ahí, en él vivimos, nos movemos y existimos (Hechos 17,28), pero ni siquiera nos damos cuenta de que lo respiramos, de que es "el aliento de nuestra vida"... hasta que se mueve, hasta que sopla. Entonces nos damos cuenta de que es una de las fuerzas vitales más definitivas. La luz, el agua, el viento, tres preciosos símbolos de Dios, de Dios para nosotros. Dios no es líquido, ni emite resplandores, ni levanta polvaredas; pero sin Dios mi vida es estéril, no sé distinguir caminos de zarzales, me siento varado y pasivo. Imágenes de Dios y de mi vida, hablar de Dios con imágenes, deslumbrante secreto de la Escritura. Hablamos de Dios sensible, hablamos de que las cosas hablan de Dios, de que podemos levantar el corazón a Dios desde el agua, desde la luz, desde el viento, como hacia Jesús, el mejor contemplativo, cuando veía a Dios en todas las cosas y con todas las cosas hablaba de Dios. PROPUESTA DE UN CREDO ALTERNATIVO PARA PENTECOSTÉS Y LA TRINIDAD Yo creo sólo en un Dios, en Abbá, como creía Jesús. Yo creo que el Todopoderoso creador del cielo y de la tierra es como mi madre y puedo fiarme de él. Lo creo porque así lo he visto en Jesús, que se sentía hijo. Yo creo que Abbá no está lejos sino cerca, al lado, dentro de mí. Creo sentir su aliento como una vista suave que me anima y me hace más fácil caminar. Creo que Jesús, más aún que un hombre es enviado, mensajero. Creo que sus palabras son palabras de Abbá creo que sus acciones son mensajes de Abbá. Creo que puedo llamar a Jesús la palabra presente entre nosotros. Yo sólo creo en un Dios, que es padre, palabra y viento porque creo en Jesús, el hijo, el hombre lleno del Espíritu de Abbá.
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