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Panel Teológico por: Benjamín Forcano, teólogo

2/12/2014

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1.De despedida en el Ateneo de Madrid
2. Acompañándole : abiertos a la esperanza – 3 teólogos y 2 testimonios -
3. Epílogo político-mediático: un filósofo y un futbolista
In memoriam
Con Carlos París 17-julio-1925 – 31-enero-2014

ABIERTOS A LA ESPERANZA
Para Lidia Falcón, hijos, familia y amigos
Benjamín Forcano

1. Con Carlos París en el Ateneo de Madrid,
en el homenaje de nuestro último adiós

Conocí y traté a Carlos por colaborar juntos en causas que nos unían profundamente. Él pensador, yo teólogo. Pensador guiado siempre por asegurar la dignidad, el bien y la emancipación de personas y pueblos. Riguroso, libre, honesto, incapaz de sucumbir a prebendas, intereses o sobornos .
No es corriente, en un país como el nuestro, y lo quiero recalcar, encontrar juntos a pensadores de este tipo, con miembros de la Iglesia católica. En nuestro caso, no hubo problema. Carlos era exquisito en el trato y en el respeto, fuera quien fuera su interlocutor. Dialogamos, nos entendimos y compartimos. Nos unían causas comunes.

Un ejemplo, creo, de cómo en este país , tan históricamente convulsionado por extremismos de una y otra parte, entre católicos y creyentes de otras religiones, entre católicos y no creyentes, se puede convivir desde posiciones diferentes, si no olvidamos que en lo hondo, como humanos, nos anhelos y valores comunes, muy importantes. Tuve la suerte de comprobarlo con Carlos y lo realzo agradecido, convencido de que por ese camino nos iría bien a todos. Colaboramos juntos, sin ignorar, y desechando, los prejuicios, los errores y los dogmatismos que tanto nos han enfrentado y perjudicado

El y yo, y tantos otros, hemos conocidos tiempos propicios, hemos pasado por encima de barreras estúpidas, y hemos promovido nuevos cauces de integración y convivencia. Un bien, un reto y un camino a no olvidar.

Gracias Carlos. (3 de Febrero de 2014 – Ateneo de MADRID)


2.Acompañándole , abiertos a la esperanza


Te saludé Lidia y emocionada me dijiste:”Para esto sí que no hay consuelo”. Cierto, Carlos no vuelve ni nos brinda más su sonria. Inerte materia, de la que salió quien la comandaba. Misteriosamente. Y ante el misterio, cada cual se resguarda sobrecogido.

Despedíamos a Carlos. Lo hicimos con tensa y serena esperanza. ¡Qué difícil entender el amor a esta vida con el hecho de la muerte! Y, aún entendiéndolo, qué difícil asimilar la paradoja de la ausencia con la presencia.
Necesitamos acompañarnos, escucharnos, susurrarnos para ir encontrando el sentido de la vida. Nuestra cultura nos aparta de la muerte, como si con ella nos viniese la nada. ¡Cómo nos han aterrorizado!
Necesitamos decirnos cosas. A mis amigos, a unos y a otros, puedo traerles el pasaje aquel en que, ante algo similar y gente que le rodeaba, un tal Pedro de Galilea dijo:

“Os hablo de Jesús el Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante vosotros, realizando por su medio los milagros, signos y prodigios que conocéis. Os lo entregaron, y vosotros, por mano de paganos, lo matasteis en una cruz. Pero Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio” ( Hch 2, 22-24). Todos nosotros somos testigos. Entérese bien todo Israel de que Dios ha constituido Señor y Mesías al mismo Jesús a quien vosotros crucificasteis ( Hch 2,32,36).

Y brindo palabras de quienes, mortales como nosotros, arrojan hilos de luz y esperanza:
Leonardo Boff: “La muerte es una invención de la vida para que la vida pueda continuar viviendo bajo otra forma. Morir no implica abandonar este mundo, sino que significa entrar más profundamente en este mundo, en su corazón, ahí donde habita Dios en su gloria y en su supremo dinamismo vital. Por eso los cristianos decimos: morir es cerrar los ojos para ver mejor, no vivimos para morir, sino morimos para resucitar y para vivir más y mejor. En razón de esta comprensión los así llamados muertos no son muertos. Son vivos en otro estadio de vida . Los “muertos” no están ausentes de nuestro mundo, son apenas invisibles a nuestros ojos, están presentes”.

La mente y la fe captan el otro lado del mundo, ahí donde Dios es la realidad suprema que todo lo crea.
La realidad es única. Lo que Dios ha creado es la vida sin más. Y la vida tiene etapas de realización: comienza un día y ya no termina más. Nos vamos desarrollando sustentándonos en la fuente de la vida, que es el Dios vivo. Por eso la vida eterna ya se da aquí y ahora, es un momento de realización de la vida eterna.

Algo de esto me parece entrever en estas palabras de
Carlos París: “Cuando el hombre renuncia a su misma voluntad de vivir, a la lucha por la supervivencia, habría que recordar las palabras de Senancourt, tan inspiradoras para Unamuno: “El hombre es perecedero… pero perezcamos resistiendo y, si la nada nos está reservada, no hagamos de ello un acto de justicia”. Hambre de inmortalidad, predicaba Unamuno a sus contemporáneos, hoy tenemos que predicar radicalmente hambre de vida en esta tierra, -que además es la única manera de acceder al deseo y esperanza de lo eterno- frente a la fabricación de la muerte. Hambre de vida, que alcanza sentido en el desarrollo de una existencia auténtica ente humana” ( Crítica de la civilización nuclear, p. 270).

La humanidad, de una u otra manera, siempre ha creído en una supervivencia terrena. Una vieja esperanza . Pero, en la muerte de Jesús se da un hecho nuevo. Jesús murió violentamente en la cruz. Este hombre justo, que pasó haciendo el bien, que no transigió en nada con la mentira y la opresión, fue asesinado. Pero, en contra todo lo que se podía esperar, este hombre sale victorioso de la muerte. Impotente, abandonado y vencido en la cruz, triunfa: no vence el opresor sino el oprimido; no vence el verdugo sino la víctima; no vencen los crucificadores sino el crucificado. El hombre justo, -y por justo, crucificado-, es resucitado por Dios, el Dios de la justicia y del amor.

¡Algo nuevo y escandaloso!
Este nuestro mundo va adelante a base precisamente de los condenados y oprimidos. Ellos son los que reciben el Reino de Dios, los que trabajan por la justicia y la verdad, los que desenmascaran la idolatría del poder, y por eso son perseguidos y crucificados. Crucificados, pero no vencidos ni derrotados. Ellos pueden y deben esperar. Su presente conflictivo arrastra la semilla de la victoria. Para los creyentes en Jesús, la cruz no es un final terrible, es la utopía de algo anunciado pero que tiene su meta en la resurrección. Morimos para resucitar.

Entraremos en una vida totalmente distinta; entraremos en esa primera y última realidad a la que damos el nombre de Dios; continuaremos siendo nosotros mismos sin la limitación espacio-temporal de nuestra forma terrena; seguirá nuestra identidad transfigurada. Dios no necesita, para conservar nuestra identidad, los restos mortales de nuestra existencia terrena. La corporeidad de la resurrección no necesita que el cuerpo muerto vuelva a la vida.

Hans Küng: “Nuestra fe, en este caso, no es una prueba estrictamente racional, sino una actitud de confianza perfectamente razonable, por la que nos fiamos de que el Dios del comienzo es también el Dios del final, de que el Dios que es el Creador del mundo y del hombre, es también el que lleva a estos a su plenitud”.
Dos testimonios:

-Muerte de Diamantino: Hace 19 años, un 10 de febrero, celebramos en Sevilla el entierro del cura Diamantino, llamado el cura de los pobres. Centenares y centenares de personas estaban allí. Cien curas en la misa, presidida por el Cardenal Carlos Amigo. Gentes allí, de todas partes y colores. Todos querían hablar, recordar, enaltecer, agradecer. Eran visibles la emoción, el entusiasmo, las lágrimas. Yo también hablé, y a Diamantino allí de cuerpo presente, le hice esta pregunta: Y ahora, ¿dónde estás tú, Diamantino? Porque no hay duda que tú perdurarás en la memoria, en el cariño y en las obras admirables que tú nos dejaste. Pero, tú, ahora, ¿dónde estás? No me basta con tenerte en el recuerdo, en el cariño, en tus obras. ¿Dónde estás tú ahora, tú? El tú de Diamantino.

Y concluía yo: Diamantino hermano,rota la crisálida de tus restos, te hallas vivo, nuevo, más allá de la muerte. Has entrado para siempre en el invisible Reino de Dios.
-Muerte de Miguel Fisac: Hace unos años me tocó asistir en su muerte al superconocido arquitecto Miguel Fisac. Le despedía con estas palabras:
“Mi querido Miguel: Me he emocionado desde que te conocí, porque pocas veces he visto conjugar tan naturalmente el aprecio a la vida con el amor a la muerte. Cuando cumpliste 70 años, te declaraste oficialmente viejo y te diste cuenta de que el problema más importante de tu futuro era la muerte.

Te sentiste acorralado por ella, escribes, pero brevemente, como si de un muro final se tratara. Ya en el 92, escribiste: “Ya no me siento acorralado, Muerte. Ni veo el muro final que me cerraba el paso. Sé que eres sólo una modesta percha en la que colgaré este usado traje de mi cuerpo, para continuar, más ligero y alegre, mi camino de Amor y Esperanza”.
“¿Dónde te has metido, escribías en el 98, mi amiga muerte querida que no te veo?”
No es normal, Miguel, llegar a la muerte como tú has llegado. “Yo no seré nunca un muerto”, dices, porque morir no es morir, ni acabar, si no seguir y continuar, entrar en el cielo para un cara a cara con Dios eternamente. La vida no es material, ni espiritual, ni temporal, es eterna, viene de la eternidad, pasa por el tiempo y vuelve a la eternidad.

Miguel, has crecido, has sabido estudiar, trabajar y aprender, has sabido sufrir y luchar, has sabido inventar, dudar y crear, perdonar y, sobre todo, has sabido ir a la esencia: el amor. Porque sin amor, la vida vale poco, o casi nada; amor a Dios y al prójimo que son la misma cosa. Por esa falta de amor, el mundo lo has visto demasiadas veces enajenado y triste.

Y nos escribía tu amigo y gran teólogo Leonardo Boff – que estuvo a la mesa contigo, en tu casa, con algunos amigos: “La experiencia ante la muerte de Miguel Fisac, del creyente Miguel Fisac, resuena en sus textos como alegría serena, como espera ansiada, como impaciencia tranquila de quién está en la inminencia del encuentro definitivo con el Objeto más oscuro y luminoso, más hondo y deseado, más buscado y más amado del deseo fundamental del ser humano: ser uno con el Unico, “el alma amada en el Amado transformada. Sus reflexiones nos llena de alegría y nos hacer esperar la muerte cantando”.

Kalr Rhaner (Acaso el mayor teólogo del siglo XX):
“ Nosotros, que sin ser testigos directos, hemos recogido y guardado el testimonio por ellos transmitido, gritamos: ¡Cristo está vivo entre nosotros!
Os anuncio esta buena noticia: Cristo está vivo entre nosotros. Rotas las cadenas de la muerte, Cristo ha salido victorioso del sepulcro. La tierra se ha llenado de luz y huyen las tinieblas que cubrían el orbe entero. Jesús había venido hacia nosotros y había vivido como viven los hombres. Los hombres lo destrozaron con sus propias manos y su vida desembocó en la muerte.

Pero Dios hizo lo imposible: en este día, El resucitó para nosotros, desarmada y muerta quedó la muerte. Y ahora está aquí. Está aquí como el primer día. Está aquí, entre nosotros, igual que el primer día, eternamente. Jesús es el sentido concreto y final de nuestras vidas. Es el impulso de toda creación, el punto de arranque de toda iniciativa, el ala de toda novedad, la risa sorprendente de la eterna juventud. Si resucitó no fue para marcharse dejando tras de Sí un vacío sin esperanza. Su cuerpo forma, ya para siempre, parte de nuestra tierra. Pascua es la señal externa del fuego interno que recorre las entrañas de la tierra.

En la superficie, sin embargo, todo queda igual: el mal continúa marcando el rostro de las cosas y nosotros, tomando la apariencia por realidad, creemos que el amor está muerto.

¡No! Cristo está presente en el corazón de la historia. Pero esta no será realidad plena sin nuestra propia colaboración. Lo que hoy es anuncio con palabras anunciadlo vosotros con la vida. Yo os anuncio la buena, buenísima noticia, mucho más que todas las noticias escritas en la prensa. Los amigos directos de Jesús, los que le vieron sudar por los caminos, los que luego lo vieron preso y triste, los que huyeron al verlo conducido a la muerte, han visto y sentido a su manera, han visto, amigos, ¡que Jesús está vivo! Y que se deja ver por quien tiene los ojos abiertos, el alma esperanzada y el corazón inquieto.

¿Y qué les dice? Les dice: Shalon, la paz amigos, con vosotros. Es decir, la alegría, la salud, la fiesta. La promesa de una vida más bella y más humana
3.Epílogo mediático: Un filósofo y un futbolista
Hablo de Carlos París y de Luis Aragonés. Muchos no saben seguramente quién es Carlos París; De Luis Aragonés saben todos, hasta los niños de pecho. Uno y otro han muerto con un día de diferencia: Carlos, con 88 años, el 31 de enero . Luis con 75, el 1 de febrero.

Carlos ,filósofo, profesor en la Universidad de Santiago, fundador del Departamento de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid y profesor, Presidente de la Sociedad Española de Filosofía, Presidente de la Asociación Rubén Darío, Presidente del Ateneo de Madrid, escritor de libros: “ Crítica de la Civilización Nuclear”, “Etica Radical” y otros, traducidos a varios idiomas, Doctor Honoris Causa por la Universidad de Valencia.

Luis, jugador de futbol, entrenador y exseleccionador nacional.
Los dos españoles, insignes ambos: Carlos en el mundo de la cultura y Luis en el mundo del deporte. Ambos dignos de homenajear por honrar la “marca España”.
Pues bien, de Carlos París ni una sola noticia ni una sola imagen en la Televisión Española. De Luis Aragonés miles y miles en todos los espacios y a todas las horas. El uno ensalzado, el otro omitido.

Creo que la Televisión, servicio público, la pagamos y contrae la obligación de ofrecernos las noticias más relevantes del país.
¿Casualidad o causalidad?
Yo creo que lo segundo, pues la filosofía enseña a pensar y obrar con dignidad. El futbol distrae y relaja, encubre la crisis y aplaza sine die el compromiso.
A comprobar: hoy 3 de febrero por la tarde, hemos dado a Carlos París el último adiós, en el Ateneo de Madrid. Estaba abarrotado. Pero, no saldrá ni lo verán en televisión

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