El más terrible bandido también guardaba su corazón. Apenas en vida lo mostró, pero él escondía igualmente su átomo de humanidad. Tras las llamadas a la sangrienta "yihad" también había un poeta, un enamorado de carne, hueso y entrañas. "Quiero que sepas que llenas mi corazón de amor y hermosos recuerdos... Cada vez que pienso en ti, se me llenan los ojos de lágrimas por tenerte lejos". Él también mojó el folio con algún suspiro fugado. Él también escribía sus cartas de amor más o menos enteras, más o menos desesperadas. A la "manzana de mis ojos, la cosa más preciosa de este mundo", la "que llena de amor mi corazón..." Confesaba a la amada desde su remoto cautiverio el ser que creímos encarnaba todo el mal del mundo.
Ahora hemos podido saber que el más desalmado quizás no lo era hasta tal punto, que también tenía su trozo de corazón, puro sentimiento para con su mujer, para con sus hijos distantes, añorados. ¿En realidad quién no tiene una luna bajo la que escribir cuando gana la noche, cartas de amor más o menos personalizado? Al mítico líder de Al Qaeda sólo le restaba reparar en que las miles de personas a las que él ordenó matar, también tenían su luna, su estilográfica, sus seres queridos; también escribían sus cartas de amor. Quien más, quien menos se halla en un cautiverio. Podemos estar parapetados en cuevas, entre rocas, o entre las murallas más asfixiantes de una ideología, de una religión, de una causa que siempre creemos la más justa... Sí, amor limitado, estrecho, circunscrito..., pero amor al fin y al cabo, susceptible de ser ensanchado. Hemos leído las cartas de Osama Bin Laden en los periódicos y sentido también su dolor, la carga del exilio, el agujero de una nostalgia que no lograba tapar. Nuestro corazón ha latido con el ser que más perseguíamos Occidente entero. Ninguna intención de descargar su terrible responsabilidad por haber ordenado tan salvajes atentados, sólo constatar que tras todo el atroz dolor desatado, tras toda la espantosa humareda levantada, había también una chispa divina. Enterrada en toneladas de odio y otros escombros moraba una Presencia más real, más noble, más verdadera. Por mucho que la personalidad quisiera desatar una cruzada planetaria contra el "infiel", en lo más profundo un alma permanecía Fiel, capaz de abrazar. La mónada de Dios es incluso en el ser aparentemente más bárbaro y despiadado. Sólo hay escarbar vida tras vida. Sólo tenemos que ayudarnos a encontrarla, a dar con su luz de eternidad. La chispa divina no sabe de religiones porque se ha arrodillado en todos los altares, no sabe de naciones porque se ha envuelto en todas las banderas, no sabe de ideologías porque ya flirteado con todos los colores, porque se ha vestido con todos los uniformes... "Palabras de amor sencillas y tiernas que echamos al vuelo por primera vez, apenas tuvimos tiempo de aprenderlas, recién despertábamos de la niñez..." Nos cantaba hace algunos años el poeta y trovador del Mediterráneo. Recién despertamos de nuestra infancia humana tan atrincherada, en la que reunimos demasiados enemigos.... Ya no caben más bombas en nuestras cartas, ahora toca perfumarlas. Se multipliquen "las manzanas de nuestros ojos". Escribamos, echemos al vuelo cartas de amor en la que no quepan todos los destinatarios. Todos somos hijos de Dios, todos los humanos son nuestros hermanos, todas las amadas son nuestras amadas. Tantas Mecas despuntan en nuestras arenas sagradas. Mojamos nuestra tinta delante de tantas cartas de amor. Rezamos a través de otras gargantas. Nuestras rodillas se hincaron en también en otras tierras y desiertos... Ya no más guerras de religiones, ni de civilizaciones, aviones destrozando nuestras torres más gigantes, viñetas mofándose de un profeta que creímos ajeno... La paz entre las naciones, entre las religiones quizás empiece en la punta de la estilográfica, a la vera de una carta mojada de amor.
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