“Todavía resuena en la Asamblea General de la ONU aquel grito vehemente de Pablo VI en 1965: “Plus jamais la guerre!”
Ante el ataque inminente a Siria (con espoleta retardada) por parte de los Estados Unidos y algún posible aliado que va arrastrando los pies, el Papa Francisco invitó a todos los creyentes y a los hombres y mujeres de buena voluntad a una jornada de ayuno y oración el pasado 7 de septiembre de 2013. Al hacerlo, se unió a una larga lista de papas que han adoptado posturas contrarias a la resolución militar de los conflictos entre países. Todavía resuena en la Asamblea General de la ONU aquel grito vehemente de Pablo VI en 1965: “Plus jamais la guerre!” (¡Nunca jamás la guerra!). Las imágenes de esta guerra, o al menos las que nos llegan filtradas por los grandes grupos mediáticos, nos llenan de indignación y de rabia al ver el sufrimiento de la población sometida a la lógica terrible de la violencia de ambos bandos. La guerra de Siria debe terminar cuanto antes y dar paso a un proceso democratizador, tal como reclama su población, pero a través de la negociación entre las partes, apoyada por la necesaria presión internacional. Así lo vienen defendiendo premios Nobel de la Paz como Adolfo Pérez Esquivel y muchas personas sensatas. Si somos serios, debemos confesar que hoy no existen, de veras, guerras civiles puras. Mucho antes de que la primera bala matara a una persona en Siria ya andaban varios países interesados en el posible estallido del conflicto y tomando parte activa mediante el apoyo a unos u otros, normalmente siguiendo el dictado de sus propios intereses económicos o geoestratégicos. Una intervención militar exterior más explícita –acabamos de decir que ya estamos involucrados en la guerra de forma solapada— sólo puede ser justa si cumple unas estrictísimas condiciones, es liderada por la ONU y existe una elevada posibilidad de que la salida al conflicto se acelere y reduzca así el sufrimiento de la víctimas inocentes. Sin embargo, muchas de las razones que se están esgrimiendo para la ingerencia en esta guerra, aún si fueran ciertas —cosa que es difícil de saber sin la ayuda de organismos independientes— no son suficientes para justificar que la solución ideal sea una mayor militarización de la salida al conflicto. Así lo han demostrado las recientes guerras del Medio Oriente. Barack Obama ha dado un paso adelante para liderar esta posible coalición de castigo por el supuesto uso de armas químicas, algo que se presente como “quirúrgico”, de corta duración y sin el fin de derrocar al régimen. Todo suena, sencillamente, raro y huele mal, sobre todo conociendo los enormes intereses políticos de EEUU en la zona. A Estados Unidos, en contra de lo que afirman algunos, le queda todavía altura moral desde la que seguir construyendo un mundo más justo y libre, pero no siguiendo el camino que le llevó a Abu Ghraib, Guantánamo, Wikileaks o Snowden, sino el de Abraham Lincoln o Martin Luther King, cuyo famoso discurso “I have a dream” en la marcha por los derechos civiles acaba de cumplir 50 años. La mayoría de los miembros de la gran familia humana tenemos ese “sueño” de un mundo más libre, justo y fraterno para todos. Y, cada vez menos, pasa por el uso de grandes bombarderos, drones y misiles teledirigidos. El papa nos convocó a creer que juntos, como hermanos, no importa nuestro credo o incluso nuestra falta de fe en cualquier credo, podemos inventar un futuro diferente y unas soluciones distintas para Siria. Oremos pues, ayunemos hoy y hablemos. Todos tenemos algo o muy manchadas las manos. Todos somos parte de la solución.
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