En su "testamento espiritual" (tal como lo recogen los capítulos 13-17 del cuarto evangelio), Jesús afirma que se va al Padre y que el Padre es más que él.
Ambas afirmaciones, al igual que otras que aparecen en este evangelio, solo las comprendemos en profundidad cuando advertimos que Jesús –como todos los místicos y sabios- se ve "obligado" a hablar en un "doble nivel": el nivel profundo o absoluto, del eterno presente, y el nivel histórico o de las formas. En el primero, Jesús sabe que no hay tiempo ni espacio, del mismo modo que no hay separación: en ese nivel, todo es Uno ("el Padre y yo somos uno"); Jesús "vuelve al Padre", del que, ciertamente, nunca había "salido". Pero, en el mundo de las formas, no tenemos otro modo de expresarnos sino temporal y espacialmente. No puede ser de otra manera. La clave está en no reducirnos nunca a las formas, olvidando el nivel profundo, que contiene la verdad de lo que es y lo que somos. En el mundo de las formas, hay tristeza (y si nos reducimos a él, no nos alegramos de que se vaya al Padre), hay inquietud (y si nos reducimos a él no podemos recibir la paz que Jesús nos da), hay también odio (y si nos reducimos a él, no podremos amar)... La sabiduría nos llama a salir del riesgo de la reducción, para no constreñirnos ni negar lo que somos de fondo. Cuando no nos reducimos, podemos mirar todo con confianza, porque reconocemos que todos los sucesos tienen un Sentido; que cada situación, por incomprensible que nos parezca, constituye un paso en el despliegue de Lo que es y en el retorno a la Unidad. Y, como Jesús, somos capaces de mirar confiadamente también el "paso" de la muerte. Porque somos conscientes, como él, que lo que realmente somos nunca muere. Así lo expresaba, en el siglo XIII, el Maestro Eckhart, uno de los grandes místicos cristianos, desgraciadamente olvidado: "Soy causa de mí mismo en cuanto a mi ser que es eterno, y no en cuanto a mi devenir que es temporal. Y por eso soy un no nacido y según mi carácter de no nacido no podré morir jamás. Según mi carácter de no nacido he sido eternamente y soy ahora y habré de ser eternamente". Y dentro de la tradición hindú, Ramana Maharshi, pocos días antes de morir, decía: "No me voy; ¿a dónde podría ir?; estoy aquí; ni siquiera «estaré aquí», sino «estoy aquí», porque en realidad no hay cambio, no hay tiempo, no hay diferencia de pasado y futuro, nada va a ningún sitio ni viene de ningún sitio, no hay partida, solo el eterno Ahora que envuelve la totalidad del tiempo, el universal y sin espacio Aquí. ¿Por qué investigar, pues, qué hay más allá de la muerte?; indaguemos más bien quiénes somos realmente aquí y ahora y, entonces sí, descubriremos la respuesta real a todas nuestras dudas". Como dice Ramana, siempre somos conducidos a la única cuestión que realmente importa: ¿quién soy yo? Las respuestas de la filosofía y de la psicología –no digamos la de la ciencia positivista- se han quedado cortas, al reducir al ser humano a una estructura psicosomática. Incluso los psicólogos y psiquiatras que han empezado a trabajar con mindfulness lo usan, en general –aunque hay alguna excepción-, como una herramienta terapéutica, sin dar el paso que les llevaría a dar una respuesta diferente a la pregunta sobre qué es el ser humano. No somos solo un organismo cuerpo-mente. Somos Eso que observa y no puede ser observado, la Consciencia pura, ilimitada y atemporal, el Yo Soy universal..., tal como vemos que se reconoció el propio Jesús. Cuando nos reconocemos ahí, es cuando podemos recibir la paz de la que habla Jesús; no solo eso: descubrimos que somos Paz. No es la "paz del mundo", que siempre será oscilante e impermanente –en el mundo de las formas, no puede existir la paz sin el conflicto- sino la Paz que abraza tanto situaciones de paz como situaciones de alteración. Es la Paz no-dual, que hace que, pase lo que pase, nuestro corazón "no tiemble ni se acobarde", porque está anclado, como Jesús, en lo que realmente somos.
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