Se sentó junto al pozo, estaba cansado de andar (Jn 4, 6), no le importó estar en territorio hostil.
Observó a una mujer que se acercaba al pozo con paso cansino, el sol estaba en el punto álgido del mediodía. Se notaba en su actitud que estaba haciendo lo de todos los días: coger el cántaro, echarse a andar, llegar al pozo, llenarlo de agua y desandar el mismo camino de vuelta a casa. Aquella mujer no esperaba nada nuevo que pudiera hacerle salir del automatismo de lo cotidiano. Le dijo a la mujer: “Dame de beber” (Jn 4,7), y en ese instante empezó una conversación profunda, tan conocida a través de los siglos que podríamos decir que es de las más famosas del Evangelio. Queremos pararnos aquí en el brocal del pozo. Jesús entra en la realidad cotidiana de la mujer y le pide el agua que ella tiene y él necesita para calmar la sed del duro camino bajo el sol. ¿Por qué no sucede lo mismo en la Iglesia? ¿Por qué no se adentran en la vida cotidiana de las mujeres? ¿Por qué no se sientan con Jesús en el pozo de la Vida solicitando colaboración, ayuda, alimento, creatividad, etc. abriéndose a recibir a ese cincuenta por ciento que falta en la milenaria vida de la Iglesia? ¿Por qué no miran a las teólogas como sujetos activos con voz y voto, no como meras espectadoras en las reuniones, conferencias, sínodos, etc… y empiezan a considerarlas como iguales en la gestión eclesial? ¿Por qué no miran a las religiosas de vida activa y a la monjas contemplativas exactamente igual que a los religiosos y monjes? ¿Por qué no miran a los millones de mujeres sin recursos en países subdesarrollados, no como sujetos pasivos de ayuda humanitaria o caritativa, sino como sujetos activos que tienen palabra y necesidad de tomar las riendas de sus vidas… y las de sus hijos (ellas son las que atienden a la familia)? ¿Por qué no miran como iguales a las campesinas, migrantes, refugiadas; a las que sufren abandono, violencia, guerras, enfermedades… y se implican con ellas en la defensa de todo tipo de violencias contra la mujer? No sucede lo mismo en la Iglesia “porque habla de nosotras pero no con nosotras” según dice Lucetta Scaraffia en su libro “Desde el último banco. Las mujeres en la Iglesia”. Tantas veces sentimos que se da por hecho cómo somos, qué queremos, qué podemos aportar, etc. Tantas veces sentimos que se nos mira como un prototipo universal creado por intereses. Casi siempre se nos ve como madres y esposas; pero antes somos mujeres, y las hay que no necesariamente son o serán madres y esposas. Quizás cuando algo se mira como prototipo, aglutina pero no compromete. Si soy mujer, o mejor dicho, persona que puedo aportar armonía, no sólo será en la familia, también en todos los espacios sociales y eclesiales. Si soy mujer, o mejor dicho, persona con capacidad de evangelizar a mis hijos y mis nietos, también lo seré en otros espacios sociales y eclesiales. Si soy mujer, o mejor dicho, persona con creatividad y preparación para desarrollar cualquier actividad profesional para la que me preparé a nivel social, por qué no a nivel eclesial. ¿Por qué en la Iglesia parece que siempre hemos de ser tuteladas? La mujer del cántaro pidió explicaciones a Jesús. No entendía como un judío hablaba con alguien de Samaría, y más tratándose de una mujer. Jesús miró a la mujer que tenía delante, no a un estereotipo. Jesús mira siempre a la persona y le pide lo que puede dar. Jesús ni da largas, ni pasa de largo. ¿Por qué no sucede lo mismo en la Iglesia? Quizás porque la Iglesia, como institución, no cree tener necesidad de lo que la mujer puede aportar. Menos mal que a Jesús lo seguimos encontrando junto al Pozo, pidiendo lo que necesita y podemos dar, y dando de beber del agua que “convierte al que la bebe en fuente de agua que brota para la vida eterna” (Jn 4, 14). Nuestra vida espiritual está a salvo y nos fortalece para seguir insistiendo por nosotras y por las que nos sigan. La mujer va a seguir teniendo sed en la Iglesia mientras no sea considerada como persona adulta, creyente y comprometida con la expansión del Reino. Y la Iglesia seguirá teniendo sed mientras no pida a las mujeres el agua que ellas pueden dar.
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