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Más que un problema sexual (con Mons. Camino y B. Häring) por:Xavier Pikaza, teólogo

12/3/2010

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Las palabras de Benedicto XVI sobre el uso del preservativo en casos de posibilidad de contagio han abierto una brecha en la doctrina oficial de la Iglesia. Es normal que algunos como Mons. Camino parezcan nerviosos y nieguen todo cambio, pues un cambio implicaría confesar que su “política” anterior en torno a la defensa de un tipo de familia cristiana y de un tipo de relaciones humanas ha sido equivocada.

La prensa ha resaltado el miedo de Mons. Camino quien (al parecer por mandato de Mons. Rouco), ha dicho públicamente que las palabras del Papa sobre el uso del preservativo son como si no se hubiera dicho, que nada nada ha cambiado. Es normal que Rouco y Camino respondan así a la “novedad” del Papa, pero yo me atrevería a pedirles, como antiguo colega universitario, que valoren lo que está en juego, que no defiendan un bastión perdido (¡que no está ahí Jesús!), que hay mucho camino de evangelio que recorrer.

En esa línea, continuando lo que dije en el último post, quiero ofrecer unas reflexiones. A pesar de lo que defiende Mons. Camino, Benedicto XVI ha abierto una puerta. Es normal que eso no caiba bien en algunos, pues les obliga a rectificar ciertas políticas de Iglesia…, pero aprender a rectificar es de sabios y de cristianos. ¿No dice el Evangelio que el mismo Jesús fue cambiando y adaptando su programa según las circunstancias?

Sólo el que cambia puede ser fiel a sí mismo. Necio es aquel que toma una linde y sigue, aunque la linde acabe. Pues bien, en esto de los preservativos, la linde ha terminado. El tema de la vida y del evangelio se sitúa en otras lindes, en otros caminos. Y estoy convencido de que, en el fondo, Mons. Camino Mons Rouco son de los prudentes, de aquellos que según Mt 25 tienen aceite en la alcuza, para encender la buena vela cuando llamen, aunque sea de noche. Ayer puso como ejemplo a A. Guidon. Hoy quiero citar a B. Häring.

Una historia de pérdidas
Es normal que muchos se sientan desubicados, pues de pronto sienten que corren el peligro de perder el control sobre la moralidad del conjunto de la población. Se suele decir, de un modo simplista que la Iglesia ha ido perdiendo bastiones:

a) En el siglo XVI-XVI perdió el control sobre la conciencia, de manera que muchos empezaron a pensar en religión por sí mismos (Protestantismo)

b) En el siglo XVII perdió el control sobre el pensamiento, de manera que surgió una filosofía autónoma, la gente empezó a pensar por sí misma

c) El siglo XVIII perdió el control sobre la ciencia, que se hizo autónoma

d) En el siglo XIX perdió el control sobre el mundo del trabajo, empezaron los movimientos obreros

e) En el siglo XX ha perdido el control sobre la mujer, que empieza a pensar y vivir por sí misma

f) En el siglo XXI ella ha perdido ya el control sobre la moral personal, entendida en el plano biológico.

Una historia de ganancias
Pero esos mismas pérdidas pueden convertirse en ganancias, siempre que la Iglesia sepa y quiera volver a lo que es su centro, es decir, al Evangelio. En esa línea, estrictamente hablando, la Iglesia no ha perdido nada, sino que ha salido ganando. Ahora, de manera radical, puede volver a lo que es su principio y fundamento, que es la experiencia de Dios, tal como se expresa en Jesús de Nazaret. Ella no tiene control ninguno, pero quiero ofrecer unos principios y utopías que están vinculadas a la experiencia de Jesús.

a) La Iglesia no tiene control sobre la conciencia de nadie… pero puede y debe ayudar a descubrir el sentido radical de la conciencia, la voz interior como presencia de un misterio (Dios Padre) que nos desborda y fundamenta, en plena libertad, en la línea de Jesús. En ese sentido, todos tenemos que volvernos protestantes, pero no para romper la Iglesia, sino para descubrir y desarrollar desde dentro de ella nuestra vocación y tarea, como seres libres, personales.

b) La iglesia ha perdido el control sobre la filosofía, es decir, sobre el pensamiento… pero puede y debe ofrecer una espacios y estímulos para pensar en libertad, sin que nadie ni nada dicte y decida desde fuera lo que debemos pensar. Frente a una cultura de la imposición ideológica, la iglesia debe animarnos a pensar y decidir en confianza básica, en autonomía personal. Es un momento para pensar, para decir a hombre y mujeres que sean capaces de madurar y decidir por sí mismos.

c) La Iglesia ha perdido el control sobre la ciencia (sobre la astronomía y la física, sobre la biología y la psicología, la economía y la política…). Las diversas ciencias se han vuelto autónomas, gracias a Dios. Pues bien, es ahora cuando la Iglesia, es decir, la experiencia cristiana debe ofrecer a los científicos unos estímulos e ideales superiores: decirles que todos los poderes “científicos” han de estar y ponerse al servicio de la vida humana, es decir, de unos valores evangélicos (no al servicio de un sistema o de una Iglesia, sino de la humanidad presente y futura).

d) La Iglesia ha perdido el control sobre el mundo del trabajo, es decir, de los obreros y de la economía (aunque todavía quiere ponerse, al menos de manera vergonzante) al servicio de un tipo de capitalismo. Pues bien, esa ahora cuando ella puede y debe decir una palabra y ofrecer un testimonio de humanidad, diciendo que trabajo y capital han de estar al servicio del ser humano. Es ahora cuando la Iglesia debe desmarcarse de todo totalitarismo de grupo de de sistema, para animar a todos en el camino que puede llevarnos a la construcción de una economía humana, al servicio de los menos favorecidos por la vida.

e) Se dice que la iglesia ha perdido el control sobre la mujer, gracias a Dios. Sólo ahora que la mujer no se siente controlada de manera alguna por la iglesia, ahora que ella puede y quiere pensar y vivir en libertad, hombres y mujeres pueden vivir de un modo autónomo, buscando en madurez el bien de todos, en concordia. Es ahora cuando la iglesia puede ofrecer a hombres y mujeres su ideal de humanidad.

f) He terminado diciendo que la Iglesia ha terminado perdiendo el control sobre un tipo de ética personal, en el campo biológico y sexual. Pues bien, sólo ahora ella puede ofrecer en libertad y dignidad los valores evangélicos de la vida, no para oprimir o prohibir, sino para descubrir que en el proceso del amor (del eros y el agape) hay un misterio de vida, de comunicación y de fecundidad, que nos vincula a Dios, no a través de prohibiciones vinculadas a un tipo de ética biologista, sino a través de la creatividad humana.

Que no tenga miedo Mns. Camino
Le conocí hace tiempo, era un hombre inteligente, capaz de distinguir los más hondos matices de la teología trinitaria de Jüngel y Pannenberg (dos colosos de la teología). Supongo que seguirá siendo inteligente y que podrá superar la situación en que se encuentra, condenado a decir lo que le obligan a decir. Que no tenga miedo, ni él, ni Mons. Rouco. La Iglesia jerárquica española, que ellos representan, es mucho más que una visión cerrada sobre el preservativo. Por favor, que nos presenten el aspecto positivo de un evangelio del amor, en claves de encuentro personal (erótico, amoroso) y de fecundidad también personal, al servicio de la Vida.

UN EJEMPLO EN EL CAMINO HÄRING, BERHHARD (1912-1998). 
Teólogo católico alemán, de la Congregación de los Redentoristas. Estudia en Tubinga y enseña en el Alfonsianum de Roma. Es quizá la figura más importante de la teología moral del siglo XX. Su obra básica, titulada Das Gesetz der Christi (1954; versión cast. La ley de Cristo I-II, Barcelona 1961), ha marcado la reflexión moral de la iglesia cristiana, superando las discusiones de la casuística y la imposición de una ley natural de tipo más filosófico que cristiano.

Häring defiende una moral de la libertad y de la responsabilidad personal partiendo del evangelio, es decir, del seguimiento de Jesús. A su juicio, el creyente no es un esclavo de la ley, ni un súbdito de la Iglesia, cuya jerarquía le marca desde fuera lo que ha de hacer, sino una persona responsable de sus actos. Ciertamente, debe dialogar con la jerarquía de la Iglesia, pero no en línea de sometimiento, sino de diálogo, en busca de una decisión responsable. De esa manera, él deja en manos de los fieles la última palabra en el desarrollo de su propia opción moral.

El Papa Juan XXIII le nombró miembro de la Comisión preparatoria del Concilio Vaticano II. Trabajó de un modo especial en la elaboración de la Constitución Gaudium et Spes, en la que influyó de un modo notable. Predicó, además, una tanda de ejercicios espirituales par el Papa Pablo VI y la Curia Romana. Pero, pasados los años, el 1978, Häring publicó su segunda gran obra: Libertad y fidelidad en Cristo I-III (versión castellana: Barcelona 1981-1983).

En ella quería integrar los avances de la ciencia moral, partiendo del Concilio Vaticano II, de la exégesis bíblica y de un pensamiento personalistas y relacional, superando así el modelo legalista. En esa línea, llegó a criticar un tipo de legalismo y rigorismo, que él veía reflejado en los nuevos documentos del Vaticano. Se opuso de un modo especial al rechazo de los métodos de control artificial de los nacimientos (tal como los formuló ya → Pablo VI en la Humanae Vitae). Esta actitud le costó muchos sufrimientos y amarguras, cuando la Congregación para la Doctrina de la Fe le sometió a un proceso investigativo.

Ese proceso contra Häring constituye una de las páginas oscuras y tristes del pensamiento católico del último tercio del siglo XX. Häring se sintió humillado por defender la conciencia del creyente por encima de la ley moral objetiva, aunque después no se le condenara. En una página impresionante de sus memorias, él recuerda que había sido juzgado por un Tribunal de Hitler, que podría haberle condenado a muerte, por razones objetivas (se había opuesto al nazismo); pero añade que el juicio ante la Iglesia fue más doloroso: “Preferiría encontrarme nuevamente ante un Tribunal de Hitler”.

No hubo condena, pero su juicio ha quedado como testimonio de un tipo de conducta jerárquica e impositiva que debe ser superada en la iglesia, como él ha señalado en Mi experiencia con la Iglesia (Madrid 1989) y en Las cosas deben cambiar (Barcelona 1995). Entre sus obras traducidas al castellano, además las ya citadas, cf. Fuerza y Flaqueza de la religión (Barcelona 1958); Líneas fundamentales de una teología moral cristiana (Madrid 1969); Revolución y no-violencia (Madrid 1970); Shalom. Paz. El sacramento de la reconciliación (Barcelona 1970); La moral y la persona (Barcelona 1973); La no-violencia (Barcelona 1989).

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