No falta en nuestros azarosos días quien nos sugiera cerrar los periódicos, ausentarnos de la dura actualidad, alejarnos de los vientos heladores que aún azotan a la humanidad. Puede tentar la propuesta de la distancia circunstancial, mas no del retiro total. Elegimos encarnar aquí y ahora, al tiempo que comienza a ceder una historia de odio y confrontación y por ende de sufrimiento e infelicidad, y se anuncia la nueva era de paz y por lo tanto de creciente bienestar y felicidad. Podemos tomarnos nuestras licencias, nuestro merecido agosto, nuestras ansiadas vacaciones para cargarnos de luz, fuerza y vida imprescindibles, pero aquí y ahora no podemos evadirnos de nuestro compromiso humano.
Estamos en el ayer y en el mañana, en la noche y en el alba, sobre todo estamos en el clarear de lo que ha de ser. Estamos con quienes padecen los azotes de lo que se desploma, estamos con quienes inauguran entre sentidos cantos y sonrisas verdaderas el nuevo escenario liberado y emancipado. Procuraremos el equilibrio para no polarizarnos, ni en la exclusiva aspiración hacia lo Alto con el consiguiente olvido de la suerte de nuestros hermanos, ni en la inmersión total en el barro, de forma que éste nos impida agitar las imprescindibles alas del espíritu. Seguimos al Nazareno. Deseamos mantenernos en ese nexo sagrado, en ese altar fuera de todos los mapas, donde el Cielo y la Tierra se abrazan y contraen eternos esponsales. Deseamos ser intersección de la vertical y la horizontal, cruz de reconstrucción y resurrección, nunca más de muerte y fatalismo. La mirada siempre hacia lo Alto para no olvidar nuestros destino en las estrellas, pero nuestro puntual afán aquí abajo, junto a nuestros congéneres y sus avatares, junto a una humanidad aún sufriente. Nuestro anhelo hacia Arriba para sentir el calor de ese Sol físico y espiritual en la faz invisible del alma, pero nuestras manos y nuestros pies bien enraizados en la tierra, que es por el momento nuestro terreno de actuación y de trabajo. No obviaremos el sufrimiento de nuestros semejantes. No tomaremos el expreso hacia ningún “nirvana” mientras algún remoto titular anuncie una gota de sangre, una lágrima perdida en un rincón del mundo. No podemos dar carta blanca al abuso con nuestro olvido. Tampoco podemos quedarnos clavados en ese dolor. Tenemos que revelar las nuevas y esperanzadoras realidades que van emergiendo, el superior destino, la Clara Luz que en el mañana, no sabemos a qué distancia, nos aguarda. Ponemos la fe y el acento en ese Alba que ya se anuncia, pero nuestra mente está también con nuestros semejantes que aún padecen noche oscura. No les podemos dejar de lado en nuestros discursos y peroratas, sobre todo en nuestras oraciones. Vayamos siempre juntos. Somos uno con los hermanos y hermanas de Turquía, de Siria, Sudán, Pakistán, con los hermanos refugiados...; somos uno en el dolor que irá cediendo, sobre todo en el sano y puro Gozo que está emergiendo.
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