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Mi plenitud no depende de las circunstancias por: Fray Marcos

12/13/2015

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La primera palabra de la liturgia de este domingo, la antífona de entrada tomada de la segunda lectura, es una invitación a la alegría. Claro que esa alegría no se debe a que llega el turrón y los regalos, sino a que Dios es Emmanuel. Esa alegría, en el AT, está basada siempre en la salvación que va a llegar. Hoy estamos en condiciones de dar un paso más y descubrir que la salvación ha llegado ya porque Dios no tiene que venir de ninguna parte. Y con su presencia en cada uno de nosotros, nos ha comunicado todo lo que Él mismo es. No tenemos que estar alegres porque Dios está cerca, sino porque Dios está ya en nosotros.
La alegría es como el agua de una fuente, la vemos solo cuando aparece en la superficie, pero antes, ha recorrido un largo camino que nadie puede conocer, a través de las entrañas de la tierra. La alegría no es un objetivo a conseguir directamente. Es más bien la consecuencia de un estado de ánimo que se alcanza después de un proceso. Ese proceso empieza por el conocimiento, es decir, una toma de conciencia de mi verdadero ser. Si descubro que Dios forma parte de mi ser, encontraré la absoluta seguridad dentro de mí.
¿Qué tenemos que hacer? La pregunta es una prueba de la sinceridad de los que se acercan a Juan. Con cuatro pinceladas marca el Bautista la necesidad de cambiar la manera de pensar y de actuar. Tres versículos antes, Juan llama ‘raza de víboras’ a los que cumplían escrupulosamente con los ritos y las leyes, pero se olvidaban completamente de los demás. Como Jesús, Juan no quiere saber nada de lo que se cocina en el templo ni del cumplimiento minucioso de las normas legales. La religiosidad que no llega a los demás no es la religiosidad que Dios quiere. En esto coincide totalmente con Jesús.
El Bautista, desde la perspectiva de una religiosidad judía, pide a los que le escuchan una determinada conducta moral para escapar al castigo inminente. Esa conducta no se refiere al cumplimiento de normas legales, como hacían los fariseos, (esto es un gran avance sobre la religiosidad oficial) sino a manifestar la preocupación por los demás. En ningún caso hace alusión a la religión, lo que pide a todos es mejorar la convivencia humana.
El evangelio de Jesús propone una motivación más profunda. El objetivo no es escapar a la ira de Dios sino imitarle en la actitud de entrega a los demás. Jesús nos invita a descubrir el amor, que es Dios, dentro de nosotros y en consecuencia, dedicarnos a obrar conforme a las exigencias de esa presencia. Para el Bautista, la aceptación de Dios depende de lo que nosotros hagamos. El evangelio nos dice que la aceptación por parte de Dios es el punto de partida, no la meta. Seguir esperando la salvación de Dios, es la mejor prueba de que no la hemos descubierto dentro y seguimos anhelando que nos llegue de fuera.
El poblado estaba en expectación. Una bonita manera de indicar la ansiedad de que alguien les saque de su situación angustiosa. Todos esperaban al ansiado Mesías y la pregunta que se hacen tiene pleno sentido. ¿No será Juan el Mesías? Muchos así lo creyeron, no solo cuando predicaba, sino también mucho después de su muerte. La explicación que da a continuación (yo no soy el Mesías) no es más que el reflejo de la preocupación de los evangelistas por poner al Bautista en su sitio; es decir, detrás de Jesús. Para ellos no hay discusión posible. Jesús es el Mesías. Juan es solo el precursor.
La seguridad de tener a Dios en mí, no depende de mi perfección. Es anterior a mi propia existencia y depende solo de Él. El no tener esto claro nos hunde en la angustia y terminamos creyendo que solo pueden ser felices los perfectos, porque solo ellos tienen asegurado el amor de Dios. Con esta actitud estamos haciendo un dios a nuestra imagen y semejanza; estamos proyectando sobre Dios nuestra manera de proceder y nos alejamos de las enseñanzas del evangelio que nos dice exactamente lo contrario.
Dios no forma parte de mi ser para ponerse al servicio de mi contingencia, sino para arrastrar todo lo que soy, a la trascendencia. La vida espiritual no puede consistir en poner el poder de Dios a favor de nuestro falso ser, sino en dejarnos invadir por el ser de Dios y que él nos arrastre hacia lo absoluto. La dinámica de nuestra religiosidad actual es absurda. Estamos dispuestos a hacer todos los “sacrificios” y “renuncias” que un falso dios nos exige, con tal de que después cumpla él los deseos de nuestro falso yo.
La verdad es que no hemos aceptado la encarnación ni en Jesús ni en nosotros. No nos interesa para nada el “Emmanuel” (Dios-con-nosotros), sino que Jesús sea Dios y que él, con su poder, potencie nuestro ego. Lo que nos dice la encarnación es que no hay nada que cambiar, Dios está ya en mí y esa realidad es lo más grande que puedo esperar. Ésta tenía que ser la causa de nuestra alegría. Lo tengo ya todo. No tengo que alcanzar nada. No tengo que cambiar nada de mi verdadero ser. Tengo que descubrirlo y vivirlo. Mi falso ser se iría desvaneciendo y mi manera de actuar cambiaría. En Jesús lo hemos visto claro.
Estamos engañados cuando esperamos encontrar la salvación en la satisfacción de deseos referidos a nuestro falso ser. Satisfacer las exigencias de los sentidos, los apetitos, las pasiones nos proporcionará placer, pero eso nada tiene que ver con la felicidad. En cuanto deje de dar al cuerpo lo que me pide, responderá con dolor y nos hundirá en la miseria. Removemos Roma con Santiago para que Dios no tenga más remedio que darnos la salvación que le pedimos. Muchos, en nombre de la religión, han puesto precio a esa salvación: si haces esto y dejas de hacer lo otro, tienes asegurada la salvación que deseas.
El conocimiento de Dios, del que hablamos, no es racional ni discursivo, sino vivencial y de experiencia. Es la mayor dificultad que encontramos en nuestro camino hacia la plenitud. Nuestra estructura mental cartesiana, nos impide valorar otro modo de conocer. Estamos aprisionados en la racionalidad que se ha alzado con el santo y la limosna, y nos impide llegar al verdadero conocimiento de nosotros mismos. Permanecemos engañados creyendo que somos lo que no somos. Pidiendo a Dios, que potencie nuestro falso ser.
La alegría de la que habla la liturgia de hoy, no tiene nada que ver con la ausencia de problemas o con el placer que me puede dar la satisfacción de los sentidos. La alegría no es lo contrario al dolor o al sufrimiento. Las bienaventuranzas lo dejan muy claro. Si fundamento mi alegría en que todo me salga a pedir de boca, estoy entrando en un callejón sin salida. Mi parte caduca y contingente termina fallando siempre. Si me empeño en apoyarme en esa parte de mi ser, el fracaso está asegurado.
La respuesta que debemos dar hoy a la pregunta: ¿qué debemos hacer?, es muy simple: Compartir. ¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? Tengo que adivinarlo yo. Ni siquiera la respuesta de Juan nos puede tranquilizar, pues en la realización de una serie de obras puede entrar en juego la programación y entonces nos tranquilizará solo en parte. No se trata de hacer esto o dejar de hacer lo otro, sino de fortalecer una actitud que me lleve en cada momento a responder a la necesidad concreta del otro que me necesita. Se trata de que desde el centro de mi ser fluya humanidad en todas las direcciones.
La salvación, hoy como ayer, consiste en un convencimiento vivencial de lo que significa ser humano. No alcanzaré mayor grado de humanidad por ponerme nuevos capisayos (obras buenas, oraciones…), sino por dejar que fluya, desde dentro, mi verdadero ser. No tengo que entrar en la dinámica de una programación para llegar a ser. Tengo que descubrir lo que soy para actuar como lo que realmente soy. Solo sacando fuera lo falso que tengo dentro iré alcanzando paso a paso, mayores cotas de humanidad.


Meditación-contemplación
No preguntes a nadie lo que tienes que hacer,
inmediatamente caerás en una programación.
Descubre tu verdadero ser y encontrarás sus exigencias.
Tu meta tiene que ser alcanzar tu plenitud.
…………………
Solo podrás crecer como ser humano
si tus relaciones con los demás son cada día más humanas.
No hay otro camino para alcanzar la meta.
Necesitas al otro para ser tú en plenitud.
………………
Todos los esfuerzos en el ámbito religioso
tienen que terminar en los demás.
Ninguna otra práctica puede tener sentido
si no desemboca en la preocupación por el hermano.
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