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Meditación agnóstica sobre Dios por: Jorge Houron

9/16/2010

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Voy a reflexionar como un agnóstico, nos dice con sabiduría, Monseñor Jorge Hourton en este interesante artículo que ha tenido buenos comentarios y excelente acogida en variados ambientes cristianos de Chile y Latinoamérica.
I. Dios es ante todo una palabra, un término, una voz. Un signo gráfico. Cuatro letras. Un monosílabo.
¿Hay una idea tras este término? ¿Una idea clara y distinta? Claro que no. ¿Dios no es entonces más que una Palabra? Si no hay idea clara y distinta tras esa palabra, ¿no hay al menos una imagen? Sí y mucho más de una.

Esa palabra se multiplica desde luego en muchos lenguajes distintos en los distintos pueblos y culturas. Antiguamente esta palabra se decía sobre todo en plural: se hablaba de dioses y diosas y tenían nombre propio e imagen: Zeus, Júpiter, Hera, Atenea, Artemisa, etc. Entre los judíos el mismo Dios podía nombrarse con términos diferentes: Yahwe, Elohim, Adonai, y su imagen era la de un supremo Hacedor, Señor que daba leyes, hablaba por medio de los profetas, conducía los ejércitos a la victoria o también a la derrota para castigar su idolatría. Era celoso de otros dioses, cruel y enojón a veces pero también enamorado de un pueblo, Israel.

Todos estos fueron hechos historizados en una colección de libros que se conserva en occidente como el best-seller de todos tiempos. En los pueblos del Africa, de la India y del Asia hubo y hay otras imágenes divinoides que se expresan en personajes, mitos, espíritus, ritos, sacrificios, danzas, culto a los difuntos, nirvana, contemplaciones, etc.
Imágenes que dan origen a religiones que quieren trascender la materialidad de la vida y tocar algo sagrado.

II. Pero ¿porqué esta Idea de Dios, que no es clara y distinta, está sin embargo tan presente todavía en tantos pueblos cultos e incultos y en tanta gente culta e inculta ? Es una idea no sólo social sino psicológica e histórica, porque está durando tanto como la especie humana.

¿Por qué tiene una Historia tan larga y persistente y tanta gente la considera tan importante, valiosa, interesante, fecunda que pasan su vida pensando en ella, en función de ella y aún es capaz de dar su vida porque la cree verdaderamente, más que una palabra o una idea: un Ser real?

Ciertamente esta Idea no tiene un lugar privilegiado en el mundo moderno de las comunicaciones, de la publicidad, de la economía, (esta es nuestra “religión” en la cultura moderna), ni en las otras ciencias humanas? Pero sigue porfiadamente presente en la esfera de las creencias, en un complejo inmenso de acontecimientos, tradiciones, instituciones, personajes, de las cuales el hombre moderno sigue dependiendo mucho y a las cuales sigue ligado como a una atmósfera insoslayable. Creer parece ser tan natural que para evitarlo hay que hacer una opción negativa.

Hay que decidir no creer. Y creer es otra decisión diríamos espontánea.
En efecto: desde su primera infancia el niño cree a sus padres y aprende vitalmente los valores y construye su personalidad por la confianza amorosa a sus padres. Y sufre cuando esta confiada-creencia tropieza y sufre deterioro o se pierde definitivamente.

Aquí sucede que si los padres profesan una creencia en la idea de Dios como Padre, la enseñan porque están ciertos que es necesaria y buena. Cualquiera sea el nivel de cultura esta creencia se trasmite y extiende a otros, llegando a adquirir vida propia en el otro. ¡Qué curioso es que sin basarse en ideas claras y distintas esta creencia se auto difunde por la mediación de testigos fiables . Aparecen de pronto en cualquier parte, creyentes tan fuertes a los que llaman “santos” y hay ciertamente muchísimos más que los que se titulan oficialmente de tales.

A Dios los creyentes siguen aceptándolo a pesar que es un “Dios escondido y callado” y los ambientes públicos poco hablan de él. Pero hay muchos susurros que no son Él pero que hablan de Él, con los cuales la Palabra pareciera salir de su silencio y mostrarse personalmente a quienes tienen, como dicen, “ojos para ver y oídos para escuchar.”

III. A nosotros los agnósticos puede sucedernos a veces que lamentemos no tener ojos y oídos para percibir esos susurros . Me dicen que Dios ha escondido estas cosas a los sabios y prudentes y se las ha revelado a los pequeños y humildes. Los “sabios” serán tal vez los orgullosos y los “prudentes” los que no se arriesgan. Pero sabios y prudentes no pueden dejar de atisbar entre las cosas que nos están escondidas la Historia de los últimos veinte siglos. Allí surgió un macrofenómeno especial que se
llama “Cristianismo”. Es un campo en el que no nos gusta entrar. Sin embargo muchos historiadores, teólogos y sociólogos no eluden hacer su estudio científico desde afuera.

Pero la mayoría de nosotros, no. Por diversas razones que no siempre tenemos claras. A veces porque no nos han hablado de eso, otras veces porque algo o mucho hemos oído pero otros intereses (la economía, el trabajo, la ciencia, el arte, la política, la diversión, etc.) nos han absorbido por entero y no dejan lugar para otra cosa. Surgir y progresar, ganar bien, pasarlo bien en este mundo nos pre y ocupa tanto que no tenemos tiempo ni ganas para ver y oír al cristianismo.

Muchas veces no somos propiamente ateos, pero nos mantenemos a distancia de Él, tal vez para que no nos sintamos sometidos, súbditos, obligados a acatar otras normas que las leyes civiles, que ya son hartas. Nos damos así un aire de libertad que sirve bastante a nuestro amor propio y auto estima. La religión -también la cristiana- nos molestan.

No por eso carecemos de valores morales. Conocemos la diferencia entre el bien y el mal y por cierto, preferimos el primero Respetamos sobre todo las leyes civiles, que ya limitan bastante nuestra libertad. La libertad decimos que es el atributo esencial del Hombre y por eso que la queremos lo menos limitada posible. Nuestro gusto por la libertad también nos puede autorizar, como a cualquiera, a infringir valores llamados éticos cuando nos conviene.

IV. En este mundo secular y laico convive el Cristianismo. Reconoce que Dios está “escondido y silencioso” pero trabaja para hablar de Dios y llamar a convertirse a Él aceptando la Fe. Nos cuesta bastante porque lo vemos dividido en distintas ramas que no se quieren mucho, por no decirlas enemigas. Y dicen que su fundador les mandó especialmente que fueran unidos y se amaran. Eso da la impresión de que el cristianismo está en decadencia o ha fracasado.

La que parece más grande se considera la llamada Iglesia Católica Romana. Tiene una robusta organización bastante centralizada y jerarquizada (demasiado, a juicio de algunos), Es extraño: aparece como una monarquía absoluta gobernada por un solo jefe con autoridad que dicen infalible, elegido por un grupo reducido que él mismo ha nombrado. Su Imperio territorial tiene solo unos pocos kilómetros cuadrados dentro de una república laica y democrática. Pero sus súbditos son varios centenares de millones y se extienden por todos los continentes donde hay centenares de países laicos y democráticos.

Esta gran “empresa mundial” que se autodenomina Iglesia Católica” promueve una religión que consiste en una cosmovisión que hay que aceptar con la razón y por la fe.
En realidad su mayor hazaña es que armoniza bastante la razón y la fe, cosa que no podemos hacer nosotros. Vemos sin embargo que una multitud de grandes talentos, pensadores y científicos, filósofos y escritores lo hacen. Y esto a lo largo de una historia muy larga y con una psicología coherente.

Su historia coincide con la de toda la humanidad: todavía es imposible fijar cuando y donde surgieron los primeros antropoides, pero lo que conocemos mejor del origen de la civilización occidental (que está absorbiendo a todas las demás), se sitúa en la Mesopotamia y la Palestina. De ello tenemos documentos sólidos del oriente medio y del pueblo de Israel, del cual procede el cristianismo y la Iglesia Católica.

Curiosamente es esta cultura occidental y cristiana la que se ha preocupado de descubrir y revelar
todas las otras culturas. Lo hace hoy descaradamente imponiéndoles el sistema económico capitalista neo-liberal, a lo cual llaman “mundialización”. Ya mucho antes esta Iglesia católica había intentado lo mismo pero con objetivos y medios diferentes: hablarles de un Dios hecho hombre y con harto sacrificio, en lo que llaman “Misiones”.

Ganan mártires y porfían en hacerlo también ahora en los pueblos modernos y cultos. V. Un amigo historiador me informa ahora que nuestro calificativo de “agnóstico” expresa lo contrario de unos herejes que hubo en los comienzos del cristianismo que se llamaron justamente “Gnósticos”. Se referían a Dios en los solos términos del conocimiento racional. Pensaban, especulaban, conocían y hasta buscaban construir una mística contemplativa.

Descartaron de su interés a Jesús de Nazaret. Sin embargo hubo cristianos notables que practicó un Gnosticismo sin extraviar la fe en Jesús de Nazaret. Pero nosotros anteponemos la partícula negativa“a” a la “gnosis”, con lo cual rechazamos el conocimiento de Dios.

Mi amigo católico me dice que tenemos algo de razón: el Dios de la razón no lleva a ninguna parte: no vive, no habla, no nos dice nada a nosotros, nada prueba que se interese por nosotros, por nuestros problemas y por nuestros sufrimientos. Es un perfecto desconocido. Pero por nuestra misma razón estamos capacitados para atender lo que dice el cristianismo sobre Él.

No es método científico estudiar toda y cualquier cosa menos el fenómeno de la fe cristiana. No es sensato excluir de partida -en nombre del razonar bien- lo que bien puede resultar bien razonable a la recta razón. Mi amigo católico aprovecha para decirme: “¡Supieras qué linda, qué verdadera, qué bienhechora es esta fe católica que profesamos!”. ¡Qué multitud de personas relevantes ha formado en la historia esta Iglesia que se ve tan consistente desde el Papa hasta la última campesina que reza su rosario y va al santuario de su devoción, pasando por hombres de ciencia, escritores,
teólogos, artistas y hasta clérigos!”.

Sí, los agnósticos podemos reconocer que el Cristianismo es hermoso, valioso, fecundo, grande y vigoroso. Pero también le encontramos yayas que nos dificultan su credibilidad. A veces pensamos que está declinando y agonizando. Hace tiempo que se viene pensando así, pero los creyentes se muestran confiados en que se pueden sobreponer a sus pruebas, justamente porque saben que no son ellos los que conducen esta empresa.

+Jorge Hourton P.
Publicado en revista Reflexión y Liberación Nº 86
Santiago, Agosto de 2010.

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