Es la última estancia de Jesús en el Templo. A la escena de hoy le han precedido las fuertes polémicas con los jefes religiosos del pueblo y la invectiva de Jesús contra ellos (más amplia y violentamente en Mateo 23) y el elogio de la pobre viuda que echa una monedita en el Tesoro del Templo.
Lucas sitúa a continuación el "Discurso escatológico", del que hoy leemos la primera parte, que se termina con la parábola de la higuera y la exhortación a la vigilancia. El pasaje termina con un dato que parece biográfico: "De día enseñaba en el Templo; de noche salía y se quedaba en el Monte de los Olivos. Y todo el pueblo madrugaba para escucharle en el Templo" (Luc 19,47 y 20.37) El discurso escatológico mezcla, como en los otros evangelistas, cuatro temas: § las predicciones sobre la destrucción de Jerusalén. § las predicciones sobre el final de los tiempos. § el anuncio de que sus discípulos serán perseguidos. § la exhortación a la vigilancia, estad alerta. Los temas se presentan un tanto mezclados, de manera que no es fácil deslindar cuándo está hablando de uno u otro tema, ni cuándo el texto ofrece palabras de Jesús o interpretaciones posteriores de la comunidad. La impresión que se recibe es que se trata de un conjunto un tanto artificial en el que, con motivo de los últimos momentos de vida pública de Jesús, se recogen temas de predicación diversos unidos por la urgencia de responder a la Palabra, como tema espiritual básico. Estos textos nos permiten precisar algo el tiempo en que se escribieron los libros: en tiempos de la destrucción de Jerusalén y en un clima de persecución que afectaba seriamente a los seguidores de Jesús. Por esto, resulta difícil precisar qué hay en ellos de "predicciones" de Jesús y qué de consejos de predicadores para los cristianos que lo están pasando muy mal, especialmente los cristiano-judíos, que ven acabarse su mundo, su capital, su Templo. Si estos predicadores recogen palabras de Jesús, ponen en boca de Jesús sus propias palabras o acomodan a los sucesos, amplificándolas, algunas predicciones de Jesús, es difícil de dilucidar. Es claro que Jesús pronuncia una serie de palabras negando la importancia del Templo, anunciando a sus discípulos que serán perseguidos y tomando pie de todo esto para una exhortación general a estar siempre preparados. Los cristiano-judíos verán desaparecer una de las columnas básicas de su fe: el Templo. Tendrán que entender las palabras de Jesús: el Templo no tiene importancia, es parte de lo antiguo, que está superado. El Templo sí que es un odre viejo, roto por el vino nuevo de Jesús. Pero tendrán que asimilarlo, y la destrucción física del templo les obligará a re-pensar las palabras de Jesús y les hará entenderlas mejor. Entonces surge la pregunta –muy verosímilmente histórica– de los discípulos: “cuándo sucederá todo esto y qué señales anunciarán la catástrofe”. Como casi siempre, dan más importancia a las curiosidades que a la esencia del mensaje. Jesús entonces se eleva de esta pregunta (muy importante para los oyentes, pero intrascendente en sentido verdaderamente religioso) al tema general de la persecución y de la vigilancia. Es muy probable, por tanto, que nos encontremos ante un ejemplo típico de manipulación de las palabras de Jesús. Las preocupaciones de las iglesias alrededor de los años 70 se proyectan sobre la enseñanza de Jesús. La enseñanza de Jesús se centra en que el Templo no tiene importancia, en que los discípulos serán perseguidos y en que todo creyente debe vivir siempre en la despierta atención a la palabra. La aplicación parenética lo ha aplicado a las tribulaciones concretas, interpretándolo todo en género profético. ¿Cuándo sucederá eso, qué señales habrá? A Jesús siempre le preguntan tonterías, le hacen preguntas aparentemente religiosas, pero que son sólo negaciones de lo religioso. La Samaritana le pregunta por el Templo, en Jerusalén o el Garizim. Los discípulos están siempre preocupados por la instauración del nuevo reino, en el que esperan recibir hermosas poltronas de ministros. El escriba le pregunta con qué prójimo está exactamente obligado y con cuáles no. Otra vez le preguntan si son muchos los que se salvan. Ahora le piden señales de los cielos para conocer cuándo llegará el final. A veces parece que Jesús está harto. A todas estas preguntas de curiosidad pseudo-religiosa ha contestado siempre no respondiendo a lo que le preguntaban sino a lo que deberían haber preguntado. A la samaritana: ni este Templo ni el otro Templo, sino en el corazón. A los discípulos: os perseguirán, os echarán de la Sinagoga, estáis llamados a lavar los pies de todos. Al escriba: pórtate tú como prójimo. A "cuántos se salvan": entra tú por la puerta estrecha. Ahora, en mitad del templo: lo que vale es la viuda. También respecto a los últimos tiempos dice lo mismo: ni el Hijo lo sabe, sólo el Padre. O, lo que es lo mismo: ¿qué importa eso?, vive atento a la palabra, que lo demás es tirar la vida. Lo peor es que todos estos subterfugios sirven para eludir la atención a La Palabra. El juicio: ¿se alegran de la condenación? Al leer el texto de Malaquías nos parece sentir que Dios justo y vengador condena al fuego a "los malos" sin la menor piedad, sin rastro alguno de dolor. El amor y la misericordia llegan hasta el día del juicio; después, justicia seca. Dios no tiene sentimientos. Es comprensible que en la prehistoria de la fe alguien tuviese esos pensamientos. Desde Jesús, no. Si alguien se pierde, a Dios se le pierde un hijo; el pastor no ha podido encontrar la oveja que se quedó en el monte, la mujer ha barrido la casa pero no ha aparecido la moneda, el hijo pródigo no ha vuelto a casa (para satisfacción quizás del hermano mayor) ¿Cuándo vamos a hacer teología desde las parábolas, no desde nuestros presupuestos judiciales? ¿Será necesario repetir una vez más que Dios quiere que todos los hombres se salven, y que Dios es, antes que nada "El amor Omnipotente?. Por culpa de predicadores catastrofistas ¿deberemos renunciar a la esperanza en el poder salvador del Padre? ¿Admitiremos sin pestañear que en el Banquete final del reino habrá puestos vacíos sin que a nadie, ni al Padre, le importe? ¿En aquel tiempo? En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo:- "Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido." ¿En aquel tiempo? En todos los tiempos, en todas las religiones, desde Mesopotamia, pasando por Egipto, Grecia y Roma, incluyendo a Israel, a las basílicas bizantinas, a las catedrales góticas y barrocas, a San Pedro de Roma, a la catedral de Santiago de Compostela, a la basílica (menor) de la Sagrada Familia … ¡mira maestro qué piedras, qué construcciones, qué exvotos, cuánto oro, cuánta riqueza, cuántos personajes sagrados vestidos como reyes, cuántos cálices tachonados de joyas…¡ ¡Mira, mira maestro! Y un día dijo Jesús, a propósito del Bautista (que se vestía con un pellejo de camello y no comía más que saltamontes y miel): “¿qué salisteis a ver al desierto, un hombre vestido con ropas preciosas? No, los que visten así están en los palacios de los reyes”. Tienes razón, maestro, los templos siempre han sido los palacios de los reyes, reyes de la tierra, reyes de poder, de riquezas, que se exhiben y disfrutan de su aparatoso status y gastan más dinero y tiempo en sí mismos y en sus palacios que en cuidar de tu rebaño. Pero también dijiste, Maestro: "Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido." Y, perdóname, me asalta la inoportuna pregunta que te hicieron entonces, y no puedo menos de repetirla: “Maestro, ¿cuándo será destruido todo eso? No me importan gran cosa los palacios de los reyes, pero me importa mucho que se derrumben todas las piedras sagradas, todas las vestiduras regias, todos los alardes de vana pompa. Me importa mucho que Pedro vuelva a ser pobre, que no lleve anillo, que no viaje más que a pie y descalzo, y lo justo para animar la fe, que los pastores no vivan en palacios, que no se vistan con telas costosas, que el oro se gaste sólo en dar de comer a los pobres… ¿cuándo sucederá eso, Maestro? No me lo vas a decir, pero creo en tu palabra y confío en que sea pronto. Hasta creo, en mi ingenuidad, que los signos de crisis y desprestigio de la iglesia son señales de que el proceso ha comenzado, y ha comenzado, como todo lo tuyo, desde abajo, desde la fe de los que quieren seguirte de veras, que están cansados de tanto palacio regio, de tanta pompa y despilfarro, y se van alejando, no de ti, sino de ellos. Sin templos de mármol, sin vestiduras de seda, sin cálices de oro, sin altares, sin poder, sin condenas, sin tiaras, ¿cómo será tu iglesia cuando todo eso se derrumbe? Porque yo creo en ti, Maestro, creo que tu palabra se cumplirá y espero que todo eso se derrumbe. Espero que la única fuerza de tu iglesia sea la de semilla, la del pan y el vino, la de la viuda que echó su monedita, la del samaritano del camino de Jericó, la de la primera comunidad, en la que no había indigentes porque nadie consideraba sus bienes como propios, la del humilde Pedro que aceptaba las recriminaciones del exaltado e intransigente Pablo. Ya sé que todo eso tardará, pero al menos déjame soñar un poco, déjame rezar con tus propias palabras: “¡que venga tu reino!”. SALMO (120 y 125) Levanto mis ojos a los montes, ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra. Que no deje resbalar tu pie, que no duerma tu guardián. No, no duerme, ni dormita el Guardián de Israel. Es el Señor tu guardián y tu techo, está el Señor a tu derecha. Quien se apoya en el Señor es como el monte de Sión. nada le turba, bien fundado para siempre. Las montañas te rodean, Jerusalén; así rodea el Señor a su pueblo ahora y para siempre.
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