El cuarto evangelio presenta a Jesús como manifestación definitiva del Padre. Todo lo anterior ha sido un largo ascenso hasta la plenitud. La plenitud es Jesús. En él conocemos el rostro de Dios. A Dios nadie le ha visto jamás, pero en Jesús lo hemos visto, lo hemos tocado. Y el texto presenta a Jesús como manifestación del amor del Padre; el Padre es salvador, no condenador; esta es la salvación: creer en Jesús.
Hoy la Iglesia universal celebramos la Fiesta de la Santísima Trinidad. Parece que celebramos algo extraño y lejano, que no va con nosotros. No es así. Celebramos que CONOCEMOS A DIOS, ni más ni menos. Nosotros, hombrecillos sin importancia, pequeños vivientes que pululamos en la superficie de este insignificante planeta, conocemos a Dios. ¿Nos importa mucho conocer a Dios?. ¿Va a cambiar esto nuestra vida? Porque conocemos a Dios, ¿vamos a vivir más cómodamente, vamos a ganar más dinero, se nos van a solucionar los problemas de todos los días?. No es eso, es algo mucho mejor: porque conocemos a Dios sabemos quiénes somos, sabemos vivir, sabemos el modo de no echar a perder nuestra vida. Y eso es lo más importante. ¿Cómo conocemos a Dios? Alguien podría pensar que lo conocemos por un esfuerzo de nuestra mente, de nuestra razón, que podemos demostrar su existencia, describir sus cualidades.... No es verdad. Nuestra mente puede quizá sospecharlo, adivinarlo, intuirlo, desearlo... También puede negarlo. No, ese camino no es bueno. Conocemos a Dios PORQUE DIOS SE NOS HA DADO A CONOCER. Durante siglos, los seres humanos, admirados de las fuerzas misteriosas y terribles del mundo, les llamaron dioses. Algo era, muy poquito, muy lejano. Luego fueron comprendiendo que Dios era demasiado grande para que hubiera muchos, pensaron en que el Universo tenía que tener un origen... llegaron al Dios Creador y Amo, que podía dar leyes y castigar la desobediencia. Israel llegó a detectar que lo más íntimo de Dios era la misericordia, “lento a la ira y rico en piedad”. Era un poquito más, bastante más. Y luego llegó Jesús, La Palabra de Dios hecha hombre. Nosotros los cristianos conocemos a Dios porque lo hemos visto actuar en Jesús. Y en Jesús hemos conocido que Dios es Médico, Pastor, Agua, Luz, que nosotros los humanos somos hijos peregrinos pecadores. Hijos, no esclavos; peregrinos, porque ésta no es nuestra casa; pecadores, que nos equivocamos muchas veces, pero podemos seguir adelante porque contamos con la ayuda y el amor de nuestra Madre Dios. Esto es lo que conocemos de Dios y de nosotros, porque lo hemos aprendido en Jesús de Nazaret, y éste es el centro de nuestra fe. Nosotros creemos en el Dios de Jesús y sólo en él. Y ¿qué significa, entre todas estas cosas, la Santísima Trinidad?. Alguno de ustedes piensa: Es muy sencillo; Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Padre creador que está en los cielos; el Hijo, Dios hecho carne, Jesucristo; El Espíritu Santo, representado como una paloma, que es fuente de todas las gracias. No, esto no nos basta. Esto parece como si creyéramos en tres, en tres dioses. Nuestra fe es mucho más bella y más fácil de entender. Creemos en Dios, nuestra Madre, nuestro Médico, nuestro Aliento, un sólo Dios. A Dios nadie le ha visto jamás, nuestros ojos no pueden sentirlo, pero en el mundo, en la vida de los humanos, se nota su presencia, como un viento que no se ve y está ahí, dobla los árboles y levanta las olas, y hincha las velas de los barcos. Lo sentimos soplar en el mundo, en el amor de las madres, en el trabajo sacrificado de los padres, en la bondad, en la ayuda, en la ciencia, en la inteligencia, en la compasión... Sentimos la presencia del Viento de Dios, que hincha las velas de nuestras barcas y las lleva hacia buen puerto. Y, más íntimamente, el Viento de Dios es Aliento, lo que hace respirar, lo que quita el des-aliento, lo que anima, nos hace vivir con ánimo. Le hemos llamado "el Espíritu", el Viento de Dios. Y en un hombre concreto, en Jesús de Nazaret, hemos visto soplar el Viento de Dios como en ninguno. También en nuestras velas sopla, pero en la suya sopla como un huracán. También a nosotros nos hace hijos, pero a él le hace tan hijo que le hemos llamado "El Hijo", "El Primogénito", hasta “el Unigénito”, para marcar su filiación de modo especial. Así, decimos de él que es "el hombre lleno del Espíritu". También en nosotros está Dios, pero en él decimos que "reside toda la plenitud e la divinidad". Y así, creemos en un solo Dios, el Padre-Madre-Médico-Luz-Pan-Agua-Palabra-Aliento, principio y origen y destino y sentido de todas las cosas y de todas nuestras vidas. Creemos en su presencia en el mundo, en su acción, en su fuerza, en su viento, en su Espíritu que está presente y sopla constantemente en el mundo. Creemos en Jesús, el hombre lleno del Espíritu, tan lleno que en Él vemos cómo es Dios y cómo podemos y debemos ser nosotros. No lo olvidemos. En la Sagrada Escritura, en los Evangelios, no se nos dicen nunca curiosidades para entretenernos. No se nos dice cómo es Dios por dentro para que presumamos de sabiduría. Se nos dice cómo es Dios para nosotros, y cómo podemos y debemos ser nosotros. No es necesario inventar otras mediaciones, no es bueno fiarse de nuestro cerebro para alcanzar el conocimiento de Dios. No es bueno quedarse tan tranquilo definiendo a Dios Uno y Trino. Es bueno, justo, necesario, es nuestro deber y nuestra salvación conocer a Dios en Jesús, y creer sólo en Él. En Jesús hemos visto que Dios nos quiere como las madres quieren a sus hijos, más cuanto más las necesitan. En Jesús hemos visto que Dios se siembra como semilla, que es Palabra constantemente derramada. En Jesús hemos visto que Dios es un viento poderoso que es capaz de elevar nuestra materia hasta los cielos y hacer de nosotros nada menos que Hijos. Esto cambia nuestra vida entera. La llena de máxima confianza, de máxima dignidad, de máximo compromiso. Estaremos en las cosas de nuestro Padre, su Palabra será nuestra sabiduría, nos dejaremos llenar de su viento, seremos creadores para terminar su obra. Jesús nos ha mostrado cómo es Dios y qué es ser hombre. Y se nos llena el corazón de gratitud. Y damos gracias a Dios por Jesucristo, porque por Él sabemos cómo es Dios y quiénes somos. Pero, una vez más, debemos refrescar algo muy íntimo de la Religión, del concepto mismo de Fe. La Fe no consiste en una serie de mensajes que hay que aceptar intelectualmente porque Dios los dice y por tanto nos los creemos. Tampoco consiste en que nuestra curiosidad sobre el Infinito se ve saciada por la revelación. La Fe es recibir y responder al conocimiento de Dios. Dios Salvador se pone en contacto con el hombre, y la vida del hombre le responde. Se nos revela lo que nos hace falta para vivir. Vivir es lo que importa, y por eso importa conocer, porque el conocimiento transforma la vida. Eso es la Fe, cambiar la vida porque conocemos algo de Dios. No en vano, las fórmulas trinitarias se incluyen en los evangelios en las fórmulas de la Misión, que incluyen siempre "En el nombre de la Trinidad - id por todo el mundo - anunciad el perdón de los pecados - Dios está con vosotros ". Lo que nos importa de veras de todo esto no es satisfacer una curiosidad sobre la esencia del Desconocido sino aceptar esta Buena Noticia, que Dios es el Padre y el Aliento de vida, que eso lo hemos visto en el Hijo, que somos hijos por la fuerza de su Espíritu que está en nosotros, que ese Espíritu trabaja por la salvación de todos sus hijos, y que para eso cuenta con nosotros, los hijos, que "estamos en las cosas de nuestro Padre". PROFESIÓN DE FE Creo que Dios es mi Padre, mi médico, mi libertador el que lo crea todo para bien, el que trabaja sin descanso por sus hijos. Creo más que a mi ojos a su Palabra, Jesús, el Hombre lleno del Espíritu, en quien reside la divinidad plenamente , que puso su tienda entre nosotros y es luz, camino y verdad, que es agua, pan y vino, nacido de María, muerto y resucitado, vivo para siempre junto a Dios, primogénito de todos sus hermanos. Creo en el Viento de Dios, porque lo he visto brillar en Jesús y lo sigo viendo en la Iglesia. Por Jesús y por su Espíritu creo en el perdón, creo en la humanidad, creo que en la Iglesia está el Espíritu, creo que la vida es eterna, y la espero para mí y para todos, por el poder y la bondad del Padre manifestada en Jesús, nuestro Señor.
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