A usted y a otras muchas personas se les ha atragantado siempre esta parábola. Hay dos parábolas de Jesús que suelen atragantarse: la del administrador infiel, porque algunos piensan que Jesús está recomendando que hagamos trampas, y ésta, la de los viñadores de la última hora, porque el comportamiento del dueño de la viña nos parece evidentemente injusto.
¿Cómo puede estar bien que se pague lo mismo a los que han aguantado todo el día en la viña, sudando y agotándose, que a los que llegaron al caer el sol y casi ni rompieron a sudar? ¿Qué clase de justicia tiene Jesús en la cabeza? La historia, que empezó siendo normal, se iba volviendo cada vez menos creíble. No es normal que un amo esté todo el día mandando obreros a la viña, la gente empezaría a sorprenderse... pero luego, a la hora de pagar, ¡resulta que a todos les paga lo mismo! Y ahora sí que la gente se identificaría mucho con los que trabajaron todo el día y protestaron. Y no les convencería nada la explicación del amo: "Quedé contigo en un denario, ¿no?, pues ahí lo tienes, Si quiero darle a este otro un denario, a ti no te hago injusticia: ¿vas a ser tú envidioso porque yo soy generoso?". Ni los trabajadores de la primera hora, ni la gente que escuchó a Jesús, ni usted están muy de acuerdo con esta solución Y esto es lo que quería Jesús, exactamente esto: que la gente se sorprendiera, que usted se sorprenda. Jesús no está diciendo que esta actuación es justa, no; Jesús sabe muy bien lo importante de ser justo en la retribución del trabajo. Él mismo ha sido un trabajador manual, probablemente también a sueldo. Sabe que la hermandad de los trabajadores se funda en la justicia, en que el vago no cobre, en que el que trabaje más cobre más. Jesús no es un ingenuo, sabe de qué habla; Jesús sabe que el dueño de la viña no ha actuado justamente. También en la parábola del administrador tramposo sabía perfectamente que su comportamiento no estaba nada de bien. En aquella parábola no estaba recomendando que hiciéramos trampas, y en esta no está recomendando que seamos injustos en los salarios, ¡estaría bueno! Pero sí está intentando sorprendernos, para que entendamos algo más importante aún. Jesús no está hablando de los oficios, de los sueldos, de los obreros: Jesús está hablando de Dios, y de cómo es el Reino de Dios. En los oficios, en el trabajo, en los sueldos, la justicia es muy importante. En el Reino, también: pero no basta con la justicia: hay más, hay mucho más que la justicia. También es normal que creamos que Dios es justo: pero Dios es más, muchísimo más que justo. Nuestras enseñanzas sobre Dios siempre han entendido que Dios es justo y misericordioso. Es decir, ante todo justo, pero con cierta tendencia a la benevolencia. Es todo lo que podemos imaginar de un juez bondadoso. Pero al aplicarlo a Dios, esto se queda corto. Dios es justo porque es misericordioso, Dios es misericordioso porque es justo. Lo más justo que hace Dios es perdonar, porque sabe de qué barro estamos hechos, porque sabe que no somos culpables sino víctimas del pecado. Dios no es verdugo de culpables, sino médico de enfermos. El médico no castiga, se esfuerza por curar: ésa es la justicia de un buen médico, curar. Jesús no castiga a los endemoniados que gritan y muerden y rompen, los libera de sus demonios. Jesús no aplica a los leprosos la justa Ley que manda apartarse de ellos. Rompe la ley y se acerca y los toca, para curar. Sí, Jesús no es justo porque cumple la Ley, sino porque es compasivo. El amo de la viña era también generoso, y compasivo: le dieron pena aquellos desgraciados a los que nadie había contratado y se iban a marchar a casa con cuatro perras, sin poder comprar ni pan para sus hijos: y les dio más, porque su corazón era generoso y los otros estaban muy necesitados. Si los otros trabajadores fuesen inteligentes, se alegrarían: quizá otro día ellos mismos serían los de la última hora; es bueno saber que hay buena gente por el mundo, que no vive de la seca justicia. En todos estos temas, entenderemos mucho mejor el mensaje si nos situamos en un punto de vista correcto. Piense en lo de la adúltera, el buen ladrón, Pedro, esta misma parábola. En el caso de la adúltera, a los legistas sin duda les pareció mal: si usted fuera uno de ellos, le parecería mal. Pero si usted fuese la mujer, ¿cómo se sentiría? El caso del buen ladrón es escandaloso: un perdón gratuito, sin pagar nada por sus delitos… si usted fuese la madre del buen ladrón ¿qué le parecería? Lo mismo en el caso de Pedro, lo mismo en la parábola de hoy. Si usted fuese un viñador que ha sudado todo el día, a lo mejor se va a su casa lleno de rencor. Pero si usted fuese la mujer, o los hijos, de los de la hora undécima, que esperaban al caer el sol a ver si ese día podrían comer… ¿qué le parecería? Y es que Jesús está diciendo que Dios piensa y siente como la madre del condenado a muerte, como la mujer del viñador tardío… Jesús está hablando de cómo es el corazón de Dios. Y usted, y yo, nos alegramos de saber cómo es Dios: Dios es mucho más que simplemente justo. Dios es como el padre del hijo pródigo, que no hizo justicia, no exigió restitución, no actuó sensatamente; se volvió loco de alegría porque había recuperado al hijo que ya daba por muerto. Y usted, y yo, que en nuestra vida cotidiana nos vemos obligados a vivir en el ámbito de la seca justicia, y que incluso tantas veces echamos de menos que haya justicia en el mundo, que no la hay, descubrimos que Jesús va aún más allá: la justicia es necesaria... pero es solo los cimientos del Reino. Más allá está el mundo soñado por Jesús, en el que reina la fraternidad, que es infinitamente superior a la justicia. Porque Dios es así, porque solo Él es justo.
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