Llevan años en el disparadero. Convertidos en blanco de las iras de los ultras, la Vida Religiosa española (los frailes y las monjas, para entendernos) están hartos. Y algunos se atreven ya a decirlo públicamente. La gota que colmó el vaso fue la intervención del cardenal Rodé, prefecto de la Vida Consagrada, en la última asamblea de la Confer. Lo denuncia el jesuita Norberto Alcover, que confiesa “estar harto y hasta las narices”. Y con toda la razón del mundo.
Norberto Alcover es un jesuita bien equipado intelectualmente, experto consumado en medios de comunicación. Un jesuita equilibrado, moderado, pero que no por eso renuncia a su capacidad de denuncia. Lo hizo, hace años, contra Jiménez Losantos y su presencia en la COPE. Cuando el locutor estaba en su máximo apogeo y contaba con todas las bendiciones púrpuras. Y lo vuelve a hacer ahora, en una crónica que no tiene desperdicio. Me sumo a la indignación y al hartazgo de Norberto. Lo del cardenal Rodé ante la plenaria de la Confer fue de bochorno. De vergüenza ajena. En el fondo y en la forma. En la forma, porque no debe utilizarse una invitación para insultar al huésped en su casa y en su cara. Y eso fue lo que hizo el purpurado curial, que, afortunadamente, se encuentra ya en la pista de salida de su carrera. Y sobre todo, imnpresentable actuación en el fondo. ¿Puede un cardenal, haciendo honor a la verdad, acusar a la Vida Religiosa española de crear una “Iglesia paralela”? ¿Puede un cardenal de la Curia, presidente precisamente del dicasterio de la Vida Consagrada, acusar a frailes y monjas de todos los desmanes que se produjeron en la Iglesia tras el Vaticano II? ¿Se puede acusar a los religiosos de ser culpables de romper el misterio de la comunión eclesial? Y todo así, en general. Generalizando. Sin matices. A lo bruto. Y sin enrojecer. Es verdad que, en la Iglesia, nunca pasa nada. Pero, ante tan atrevida desfachatez, la Vida Religiosa no puede dar la callada por respuesta. El presidente de la CONFER, Elías Royón, debería salir a la palestra y desmentir o confirmar las acusaciones del prefecto romano. Y los mismo deberían hacer tanto el todavía presidente de la comisión episcopal para la Vida Religiosa, el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz, como el presidente del episcopado, cardenal Rouco Varela. En el caso de que no digan nada, muchos pensarán qu enos ólo comparten el diagnóstico del prefecto curial, sino que han sido ellos sus directos “inspiradores”. Y dejarán a los religiosos/as a los pies de los caballos de una mentira histórica.
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