Todo israelita debe pagar impuestos al templo, proporcionados a su condición económica. Esto tiene dos finalidades: para los fieles, reconocer a Dios, como una especie de sacrificio en que se ofrece a Dios parte de lo que se posee para manifestar que todo es de Dios; para el Templo, es una de las formas de financiarse.
Teniendo en cuenta que este precepto afecta a todos los israelitas, incluso los que viven lejos de Jerusalén, y que hay mucha gente rica entre ellos, los ingresos del Templo son cuantiosos. De estos ingresos viven también los sacerdotes, muy especialmente los sacerdotes importantes. Conocemos por la arqueología algunas casas de sacerdotes de Jerusalén: suntuosas, al estilo greco-romano, con peristilos, mosaicos, estanques... La ofrenda de estos tributos se hace en los cepillos con boca en forma de trompeta, cerca del Arca del Tesoro, en el "Gazofilacio" del Templo, cercano probablemente al Pórtico de Salomón, magnífica "stoa" de trescientos metros de largo, con cuatro filas de altísimas columnas de mármol con capiteles de bronce dorado y artesonados de cedro. Las enormes riquezas depositadas en el Arca, la ostentosa ofrenda de los ricos, el ambiente de esplendor y lujo casi inimaginables contrastan violentamente con la ofrenda de la viuda. En el original, dos monedas de cobre del más ínfimo valor. La escena se sitúa en el Templo de Jerusalén, en el pórtico de Salomón y frente al Arca del Tesoro, donde la gente deposita las ofrendas. Estamos en la última semana de la vida de Jesús. El contexto es el siguiente: han precedido las disputas de Jesús, primero con los Fariseos por el tributo debido al César, luego con los saduceos por el tema de la resurrección, y finamente con los letrados acerca del primer mandamiento, texto que leímos el domingo pasado. Jesús ha contraatacado después proponiéndoles una pregunta sobre el Mesías Hijo de David, a la que nadie ha sabido responder. Una vez desautorizados sus poderosos enemigos, Jesús sigue con su ataque. Es el texto que hoy leemos. Parece tener dos partes: la advertencia de Jesús al Pueblo contra los letrados (que adquiere extrema violencia en Mateo 23), y el episodio de la limosna de la viuda. Independientemente considerados son fáciles de entender. Dios acepta los actos humanos valorando el corazón del hombre, no juzga según las apariencias humanas. Hay que notar sin embargo que están unidos, y colocados en este contexto de enfrentamiento: Jesús se decanta en favor de los que sencillamente sirven a Dios, y en contra de la religiosidad oficial de Israel. Este rechazo, correspondido naturalmente por los jefes y letrados del pueblo, llevará a Jesús a la cruz. Y llama la atención la expresión usada por Jesús.: "De verdad os digo" (en el original, "en verdad, en verdad os digo"), que es la fórmula que Jesús utiliza para dar énfasis a sus mensajes importantes. R E F L E X I Ó N Una de las constantes de Jesús es que se decanta siempre por la persona más que por la institución, por el cumplimiento sincero, de corazón, sin importarle gran cosa el cumplimiento "legal". La institución no puede aguantar esto, se tiene que basar en el control externo del cumplimiento de lo mandado. Recordemos el gran enfrentamiento acerca del Sábado, que le acarrea la condena tajante:"Este hombre no es de Dios, porque no cumple el Sábado". La traducción a nuestro tiempo sería: "... porque no va a Misa el Domingo". Por eso, la trayectoria de Jesús se va convirtiendo poco a poco en un enfrentamiento con las autoridades. Jesús no dice que no hay que cumplir la Ley, al contrario, insiste en que hay que cumplirla, pero dejando bien claro que este cumplimiento es un medio, no un fin. Esto se refiere muy especialmente a las leyes que los hombres hemos promulgado aplicando la Ley de Dios. Son, en nuestro lenguaje, "los mandamientos de la iglesia", que son una manera establecida de concretar lo que Dios quiere de nosotros. Pero son leyes humanas, que hay que cumplir como medios, y nunca son fines. La limosna de la viuda, el fariseo y el publicano, la acogida a los niños, las comidas con los pecadores, acercarse a los leprosos.... todo va en la misma línea: aceptar el corazón que quiere buscar a Dios, atender primero a la necesidad de las personas... Jesús es así. Dios es así. Dentro de esta línea está la constante atención y preferencia de Jesús por "los pequeños", "los últimos". "Muchos primeros serán últimos y muchos últimos serán primeros" es casi un tópico en el Evangelio. Y nos asoma al juicio de Dios, nos hace ver con los ojos de Dios. En la escena del templo, los sacerdotes, los doctores y los fariseos son los primeros, por su función sagrada y su poder, por su ciencia teológica, por su reconocida santidad. Parece que "tienen derecho" a estar en el Templo y al respeto de todo el mundo. La viuda es la última, puede estar agradecida de que no la echen de ahí, porque no es nadie, ni su dinero significa nada para la impresionante riqueza del templo: a nadie le importa. Pero es la primera para los ojos de Jesús. Jesús mira siempre al corazón, y sabe dónde está el bien o la apariencia. Jesús es un juez experto que no se deja engañar. Ha hecho un inmenso esfuerzo por convencer a los sabios, a los santos y a los poderosos; se le han cerrado a cal y canto. Ha ofrecido el camino la verdad y la vida a la gente sencilla y necesitada, y le han seguido. Le han seguido los últimos, le han rechazado los primeros. Y proclama ahora que el mundo lo ve todo al revés, juzga por las apariencias, mientras Dios ve el corazón. PARA NUESTRA ORACIÓN Esta escena tan sencilla nos desafía una vez más, si nos vemos retratados en ella, como suele sucedernos al enfrentarnos a las escenas del Evangelio. Estas narraciones simples tienen el poder de sacar a la luz lo más íntimo de nuestros escondrijos espirituales. Es increíble la facilidad con que nos consideramos buenos, mejores, superiores, primeros, y la tentación de considerar a otros peores, inferiores, últimos. Una grave tentación. Nuestra consciencia de superioridad suele basarse en la constatación de que tenemos más cualidades, mejor posición o consideración social, más "virtudes" y menos "pecados" reconocidos. A otros los consideramos inferiores por menos cualidades, menos consideración social y más evidentes pecados. Pero cuando Jesús antepone la viuda a los doctores, y mucho más aún cuando dijo "las prostitutas y los publicanos van delante de vosotros en el Reino", estaba desmontando esta consideración, tan humana y tan errónea. Las dos monedas de cobre de la viuda no valen nada: ante Dios valen más que los tesoros que donan los ricos. Un pequeño acto de generosidad de una de esas personas que nosotros consideraríamos quizá "pecadores públicos" pasa desapercibido en el mundo y no es comparable con las grandes acciones sociales de muchos creyentes. ¿Cómo lo mirará Dios?. La regla es, en el fondo, la relación entre lo que se ha recibido y lo que se da. Haber recibido poco significa no ser nadie a los ojos de los humanos, e incluso no tener más remedio que vivir de mala manera. Haber recibido mucho significa ser muy considerado y quizá también vivir virtuosamente. Pero los ojos de Dios saben las causas y su balanza no pesa apariencias. Todas las desgracias de la viuda están en la columna de su HABER, y toda la ciencia y santidad de los doctores están en la columna de su DEBE. Y los ojos de Jesús saben verlo. A nivel eclesial, esto nos llevaría a considerar la atención de la iglesia a los marginados. No simplemente a los que tienen poco dinero, sino a los marginados sociales profundos, los que quedan "fuera de la ley", porque la vida o el pecado les ha llevado ahí. Y no estamos hablando de su ayuda económica sino de su juicio. La insuficiencia de las leyes de la iglesia sobre el divorcio, sobre la asistencia obligatoria a la Eucaristía, sobre la participación en los sacramentos de los "pecadores públicos" que no pueden dejar de serlo.... Todo esto significa que se sigue considerando últimos a los que en realidad son simplemente más necesitados. PARA CONTEMPLAR ¡Cómo disfrutan los ricos escuchando el tintineo de su oro en las arcas de bronce del Templo! Pueden dar eso y más, porque les sobra mucho más de lo que dan. Es la limosna porcentual. Doy un 25 % de lo que gano a Dios, quedo bien con Dios y con los sacerdotes, y el 75 % restante es mío y sólo mío, para lo que yo quiera, porque ya he cumplido. Una viuda pobre se muere de miseria, es la persona más desamparada de Israel. Pero da, quitándoselo de la boca. Se equivoca, porque podría habérselo dado a otra viuda aún más pobre, que ni siquiera tiene esa monedita para dar. Pero da. Jesús lee muy bien el corazón de la gente. Y le importan muy poco los alardes de los ricos, las riquezas del Templo y la opinión de la gente. Le importa el estupendo corazón de la viuda, que sabe que reconocer a Dios es más importante incluso que comer. Estoy seguro de que Jesús sintió la urgencia de liberar a la viuda, de liberar a los pobres del peso obsceno de la riqueza del Templo, del Templo mismo, de los sacerdotes y su poder. Pero, sin ir tan lejos, nos quedamos mirando: hay miles de personas en el Templo, cientos de sacerdotes, docenas de ricos en quienes todos se fijan. Y una viuda pobre en la cual nadie se fija, nadie, más que Jesús.
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