El "Tiempo Ordinario" comprende dos grupos de domingos: desde El Bautismo del Señor a Cuaresma, y desde Pentecostés a Adviento. No se celebra nada en concreto. Se ofrece una lectura semicontinua de los Sinópticos. Este año (ciclo B), se lee el Evangelio de Marcos, con alguna inclusión de fragmentos de Juan. Las Lecturas del A.T. están relacionadas temáticamente con los evangelios. Las segundas lecturas se toman de las Cartas, básicamente de Pablo y Santiago, y tienen poca relación con los otros textos.
El pasaje del evangelio se toma del capítulo primero de Juan y recoge "el llamamiento", la vocación de los primeros discípulos de Jesús. El camino hacia la fe en Jesús sería aún largo. Vendría después el llamamiento a la orilla del lago, el comienzo de la fe en Caná de Galilea, la amistad profunda, la crisis de la cruz, la fe definitiva en el resucitado. Pero éste fue el principio: aquí "se encontraron con Jesús". Hoy se nos presenta un bello tema de meditación. Una reflexión sobre nuestro propio encuentro con Dios y sobre nuestra vocación. Se plantean dos líneas profundas: un encuentro personal y un llamamiento. La conversión a Dios, y el seguimiento de Jesús, se producen en el fondo íntimo de la persona: son un encuentro personal profundo. Interviene la persona entera: razón, sentimiento, plan de vida... todo se encuentra con Dios. Hoy se nos presenta por tanto este tema de reflexión. Una reflexión sobre nuestro propio encuentro con Dios y sobre nuestra vocación. A veces entendemos "vocación" en términos demasiado específicos, como si "vocación" significara una llamada especial de Dios. Todo cristiano (todo ser humano) tiene una vocación. Ser cristiano significa que Dios me ha llamado, me ha propuesto un trabajo, cuenta conmigo para algo. Está en la misma esencia del ser cristiano. Este llamamiento consiste en que hemos conocido a Jesús y esto nos llama a trabajar en lo de Jesús, en el Reino. Es absolutamente incomprensible separar el conocimiento de Jesús con la invitación a trabajar en el Reino. Esto puede entenderse como un privilegio. No lo es; es más bien un compromiso. Puedo decir que me siento muy honrado, me siento feliz de que Dios cuente conmigo. Pero sé que si Dios cuenta conmigo asumo una gran responsabilidad y cambio mi vida, me dedico a cosas que serán posiblemente duras y menos agradables. Cambio el modo de ver la vida: no estoy aquí para disfrutar sino para trabajar: no estoy aquí ni siquiera para "salvarme", sino para "salvar". Este es el contenido, explícito y claro del llamamiento fracasado del joven rico: no entró en el Reino, fue invitado y declinó la invitación. Juan y Andrés y Simón y Santiago aceptaron. Es también el contenido de la parábola del Tesoro. Encontrar el tesoro significa venderlo todo para comprar lo de más valor. Los dos componentes están presentes en la vocación cristiana. Venderlo todo nos duele, pero es para comprar algo mucho mejor: es un tesoro barato. Por esta razón todo esto se llama "La Gran Noticia", la revelación del sentido y el valor de la vida entera. Ningún modo de vida es tan satisfactorio ni tan válido como aceptar la llamada, entregar la vida a la construcción del Reino. Sobre esta vocación básica de todo cristiano, cada cristiano tiene su propio modo de realizarlo. Cada "vocación" particular no es más que el modo de llevar a cabo esa vocación fundamental de dedicarse al reino. El Reino es el fin global, el modo de vida, la jerarquía de valores, el sentido de la vida. Luego vendrá el tipo de vida, el género de trabajo, la profesión, el estado civil, la posición social... Son maneras de trabajar por el Reino. Y en ellas hay que contar con las aptitudes personales, las circunstancias, las necesidades... Y es ésta una dimensión fundamental de nuestra religiosidad, que ya subrayábamos en el Adviento: el encuentro, salid al encuentro del Señor que viene. Pero, además, el Señor viene, busca, llama. Nuestra vida religiosa se entiende por tanto como "escuchar al que me llama y seguirle". No en vano ha tenido tanto éxito la definición de Rahner acerca del cristiano: "Oyente de la Palabra". Oyente activo, mejor diríamos "escuchante de la Palabra". Y la Palabra es siempre "vocación", traducida en su aceptación más original, "llamamiento". Dios cuenta conmigo, tiene cosas que encomendarme, "me necesita" en su trabajo de salvación. El llamamiento, parafraseando el texto de Juan, tiene tres niveles: § El primero: "¿qué buscáis?", porque la vida del ser humano es inquietud, búsqueda de sentido, necesidad de jerarquizar valores. Es el primer llamamiento, sembrado en nuestra propia condición humana: necesidad de buscar. En su más íntima esencia, el ser humano es el animal insatisfecho, que se hace preguntas sobre sí mismo, sobre su naturaleza y destino, sobre el bien y el mal. Así fue creado, como necesidad de Dios, y Dios se presenta como respuesta a esa necesidad. § El segundo, llamamiento a "estar con Él". Los dos primeros discípulos encontraron a Jesús un viernes por la tarde (según deducen los especialistas del análisis de los textos). Los dos discípulos se habrían quedado con Jesús durante el sábado (desde las seis de la tarde del viernes hasta las seis de la tarde del sábado). Dado el alto sentido simbólico de todos estos datos en el cuarto evangelio, se desprende muy bien una intención del evangelista, de hacer entrar a los discípulos en la intimidad con Dios, en el Día del Señor. El llamamiento a "estar con Él" es para nosotros un llamamiento a la intimidad con Dios, a su conocimiento, a la relación personal en que se ha de basar toda la vida cristiana. Y no precisa que le hablemos constantemente, sino que constantemente le escuchemos y le sintamos. Muchas veces hemos señalado la vocación contemplativa como fundamental en la espiritualidad cristiana. § El tercero: llamamiento como misión. Nos van a encargar algo, es decir, el contacto con Jesús va a suponer que descubramos el valor de nuestra vida, el sentido de nuestra vida como misión encargada por Él. Y será esta una dimensión que hará cambiar todos nuestros parámetros morales, todo el sentido del bien y del mal. La misión, manera de comprenderme, de relacionarme con Dios, de plantear mi relación con los demás. Es el cambio total de mis planteamientos de vida. San Ignacio lo decía con la frase: "En todo amar y servir". Este era su "Principio y Fundamento", que expresa nuestra disposición a aceptar el llamamiento. Una llamada a comprometer la vida... que es lo que "salvará nuestra vida".
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