Desde que dejamos de hablar de recesión o desaceleración y empezamos a hablar de crisis, muchas son las personas que han visto como sus condiciones de vida se precarizaban a marchas forzadas año tras año.
Desde 2008 hasta la fecha, hemos ampliado nuestro vocabulario con conceptos infames como “deuda pública”, “prima de riesgo”, “burbuja inmobiliaria”, “subprime”, “tarjetas black”, “mercados financieros”, “preferentes”, “austeridad” (¡pobre palabra!, ¿qué te han hecho?), “rescates bancarios”, “recortes”… La lista de vocablos continúa creciendo, la de afectadas/os, también. Entre toda esa terminología intrincada, hay dos cosas que desde el principio sonaban a hecatombe aunque no todos tuviéramos claro a qué se referían exactamente: Reforma laboral y Expediente de Regulación de Empleo (ERE). Como no soy experta en la materia, para ahondar en las consecuencias de las reformas laborales llevadas a cabo en los último años en el Estado español, os recomiendo leer a Julia López, catedrática de Derecho del Trabajo de la Universitat Pompeu Fabra, así como a Eduardo Rojo y Joan Coscubiela, catedrático de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social de la Universidad Autónoma de Barcelona y ex secretario general de CCOO de Cataluña y diputado en el congreso por Iniciativa per Catalunya, respectivamente. Yo solamente quiero pasar de puntillas sobre algunos datos arrojados por CCOO a fecha del 28 de febrero de 2014 que nos dicen lo siguiente: “durante el periodo 2008-2013, se han registrado 128.056 procedimientos que han afectado a un total de 2.207.030 personas. Cuando se han cumplido dos años de vigencia de la reforma laboral aprobada por el Gobierno, el empleo se ha recortado en el entorno de 1.350.000 puestos de trabajo, de los cuales aproximadamente 150.000 personas, lo que equivale a un 11% del total, vieron extinguido su contrato como consecuencia de expedientes de extinción colectiva”. Se dice pronto… y se sufre a largo plazo. Se sufre a largo plazo porque esas cifras se traducen en otras más crueles, si cabe: – Un total de 11,7 millones de personas (3,8 millones de hogares) están afectadas en España por distintos procesos de exclusión social, lo que supone 4,4 millones de personas más que en 2007 (un incremento del 60,6%). – 5 millones de personas se encuentran ya afectadas por situaciones de exclusión severa, un 82,6% más que en 2007. – La incidencia de los problemas de exclusión del empleo se multiplican por 2,5 y los de salud se duplican. Nada parece indicar que la implementación de la reforma laboral haya contribuido a la creación de empleo –que ha seguido destruyéndose después de su puesta en marcha – ni a la reducción de la temporalidad de las nuevas contrataciones. – Los problemas de vivienda, que partían de un nivel relativamente elevado, se incrementan un 36%. Y mientras tanto, Mariano Rajoy sale tan campante a decir por enésima vez que estas serán las últimas Navidades de la crisis –y yo por enésima vez pienso: “será en su casa…” –. Porque al parecer hace mucho que a nuestros gobernantes se les olvidó que detrás de los números hay personas que pasan hambre, que ni llegan a fin de mes ni al día 15, que pierden sus hogares porque no pueden pagar la hipoteca o el alquiler; personas a las que les castañean los dientes porque no pueden asumir los costes de calentar su casa; personas con vidas precarizadas a las que les han robado también los derechos sociales más básicos y a las que –encima– se amordaza para que no protesten; personas que viven permanentemente en frontera, al límite; personas dejadas en la cuneta por orden del capital (ya lo decía Ellacuría), de la eficiencia económica, de Europa, de los mercados, de ese sistema gore –en palabras de Sayak Valencia– que nos convierte en mera mercancía. Y si bien es cierto que mantenemos la esperanza (y el trabajo) para invertir ese orden, todavía me resuenan las palabras de Teresa Cavero, de Intermón, cuando en septiembre de 2013 afirmaba: “Se están sentando las bases de una sociedad tremendamente injusta”. Me resuenan porque si esto son las bases, ¿cómo será el castillo de desigualdad que pretenden construir a nuestra costa? Me da miedo solo pensarlo. Ojalá despertemos antes.
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