Aubrey de Grey, es un biogerontólogo londinense que viene dando guerra para convencernos de que se puede vivir mucho más de lo que vivimos (se supone que en los países de su mundo). Pertenece a la Fundación para la Investigación de la Senescencia Negligible Ingenierizada (SENS). Bonita Fundación, esforzada para nada… Este célebre biogerontólogo trabaja en una técnica de recuperación de tejidos que asegura que nos permitirá vivir 1.000 años.
Lo primero que se me ocurre a propósito de este noble trabajo investigador para la recuperación del tejido celular de la persona que podría permitirnos vivir mucho más, según él, es que si el fin es bueno el móvil es baldío y hasta el remotísimo e hipotético logro contraproducente. Baldío, porque él no verá los resultados. Contraproducente, porque el diferencial entre las expectativas que su trabajo ofrece y esos hipotéticos resultados, ha de generar más frustración en quienes confíen en él y en sus investigaciones que esperanza por fiárnoslo tan a largo plazo. Pero es que además su planteamiento por sí mismo me parece de todo punto erróneo, pues atiende exclusivamente a aspectos orgánicos y físicos del ser humano. Aubrey de Grey recurre a comparar al cuerpo humano con el motor de un coche o de un avión. El envejecimiento es lo que le sucede a cualquier máquina que tenga partes, puede ser un coche o un avión, dice. Una obviedad física. Y se pueden reparar. Otra obviedad. Y se queda tan satisfecho con sus conclusiones y sus propósitos que a buen seguro agotaràn el motivo que él ha encontrado como motor de vida, de su vida, para seguir viviendo muchos años más, aunque eso se verá… Lo segundo que se me ocurre es que De Grey piensa para su “proyecto” en el hombre o mujer medios o en el hombre o mujer “felices”, acomodados y sin problemas, ni materiales ni morales que son los que más desgastan “el vivir”. Pues si los problemas materiales podemos evitarlos obteniendo y acumulando dinero, los morales no se evitan salvo que extirpemos de nuestra personalidad la conciencia moral, la preocupación por los demás y por la vida en general; en suma, la sensibilidad; convirtiéndonos así en eso que ya circula por ahí como el futuro alojamiento de nuestro cuerpo en el futuro: el robot. Por otro lado, el deseo de inmortalidad y el de no envejecimiento está en el imaginario humano desde siempre. Desde el “Fausto” de Goethe hasta “El retrato de Dorian Gray”, de Oscar Wilde, hay un buen número de obras literarias y ensayísticas que tratan del asunto… En el primer caso, Fausto es capaz de vender su alma a Mefistófeles, el diablo, con tal de ser inmortal. En el segundo, Dorian desea tener siempre la edad que tenía cuando le pintó en el cuadro Basil. Mientras él mantiene para siempre la misma apariencia del cuadro, la figura retratada envejece por él. Dorian no envejece pero el retrato sirve como un recordatorio de los efectos de su alma: con cada pecado la figura se va desfigurando y envejeciendo… En una palabra, y hablo del De Grey autor de este programa y de esta investigación, como buen hijo del utilitarismo, del pragmatismo anglosajón sólo atiende a los aspectos fibrilares del organismo, obviando los psicológicos y morales que tanto influyen en el proceso vital del envejecimiento y de la jovialidad. Y esto me parece un despropósito aunque él se ciñe a lo suyo y, como el jurista, no se puede salir del orden y parámetros prestablecidos para ejercer bien su oficio de gerontólogo. Como despropósito me parece conformarse con lograr una apariencia de nuevo, renovando el chasis del coche o avión a los que compara con el organismo humano pero manteniendo el mismo motor vetusto… que en el ser humano es un alma, un mente o un espíritu irremplazables. Que teniendo (y luchando para conseguirlo) un organismo joven y unas células renovadas se vive más y mejor, nadie lo duda. Que hoy se vive en el conjunto de la sociedad màs que hace un siglo, tampoco. Pero la vida es mucho más que eso. Pues aparte de vivir más o menos, la vida es efecto de una serie de concausas y resulta indiferente vivir más si la vida no es gratificante por causas ajenas a la salud, a las células, renovadas o no, y a las físicas y materiales. Y no es gratificante ni deseable cada vez para mayor número de personas que siguen en vida o se la prolongan artificialmente de varias maneras, estando en cambio moribundas por dentro… En resumidas cuentas, la gente no se cansa de vivir solamente porque envejece físicamente o porque a sí misma se ve vieja. La gente se cansa de vivir porque las razones que han dado vida a su vida y las novedades que la han estimulado acaban inexorablemente no siéndolo o bien aun siéndolo, porque acaban también siendo justo un estorbo para el sentido personal de la belleza, de la armonía, del solaz, y para el sentido de la vida en general asociado a todo eso, que es lo que se lo ha dado en el transcurso de ella. Eso, hablando de un hombre o de una mujer medios y felices, sin sobresaltos ni graves contratiempos. Porque si examinamos al hombre y mujer medios, pero de una medianía en la que están presentes los conflictos que acompañan al devenir social y familiar, a la ruina, a la quiebra de la salud y a la tenebrosidad de su futuro, suyas y de sus seres queridos (o la falta en absoluto de seres queridos), el deseo de vivir más nos abandona cuando la presión del sentimiento de fracaso o de caducidad de la vida es demasiado alto. Y esto es muy acusado en tiempos tan críticos como los que que vivimos; tiempos de tanto sufrimiento moral en la vida de las personas “normales”; tiempos en que se excita el deseo, en la medida que no puede satisfacerse; tiempos en que es usual la ruptura de la familia tradicional, acompañada esa ruptura de graves disturbios psicológicos de la pareja y de la prole; tiempos en que sin embargo o por eso mismo, paradójicamente predomina el ansia por evitar el dolor físico y el sufrimiento moral a cualquier precio, sin poder lograrlo; tiempos en que predomina la imposibilidad de lograr un trabajo y la desesperanza de encontrarlo; tiempos, por otro lado, de suma lucidez combinada, también en paradoja, con suma cretinez… Por todo lo cual no es difícil conjeturar que el deseo de abandonar la vida esté en general con creces redoblado. Y hay un último argumento. El tiempo no existe. La eternidad sí. Pues bien, comparando un tiempo que no existe pero que medimos por razones pràcticas, con la eternidad, ¿nos quiere decir De Grey qué importancia tiene regenerar las células del organismo para vivir en lugar de cien años doscientos, de mala manera, con sufrimientos previsibles, y con un panorama para la vida sobre la tierra aterrador y espeluznante para quienes no somos ni queremos ser ese robot, o para ese ser necio que nada en la abundancia con un alma como la de Dorian Gray? Prescindamos de los que por múltiples razones o ninguna no desean vivir y se suicidan. Basten los siguientes datos: uno, 800.000 personas se suicidan al año en el mundo. Y otro (éste bien elocuente y a tener en cuenta en otros aspectos sociológicos): mientras la tasa de suicidios en Europa occidental y Estados Unidos ronda el 23 por cada 100.000 habitantes, en los países dominados por el Islam apenas pasa del 0,1… Así es que déjese De Grey, a menos que no tenga otra cosa que hacer o a menos que de este oficio no haga su medio de vida o su “azón de ser”, de empeñarse en regenerar células humanas para vivir tanto. Ahórrese tamaño esfuerzo. Pues hay fundadas sospechas para pensar que, tal como va la sociedad humana y la vida en la Naturaleza y en el planeta, va a llegar un momento que seràn muchos más los seres humanos que deseen acortar su vida que los que quieran prolongarla…
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