En los últimos meses no paramos de recibir informes en los que se nos alerta de una desigualdad creciente y de sus fatales consecuencias, pero pocas veces llegan análisis sobre las causas, más allá de una simple acusación dirigida al sistema capitalista.
A mi juicio, las causas del crecimiento de la desigualdad las podemos resumir en tres: Una de naturaleza moral, otra de naturaleza política y una tercera de naturaleza económica. La causa de naturaleza moral no es otra que la soberbia. No la codicia, sino la soberbia. La codicia o el afán de poseer más y más no tiene límite, pero difícilmente alcanza el nivel de acumulación al que se llega cuando lo que se pretende es dominar. La soberbia encuentra en la acumulación de riquezas la vía más eficaz para ese poder. El gran maestro C. S. Lewis nos decía que mientras que la mayor parte de los pecados, como la gula o la lujuria, son de naturaleza animal, es decir, nos hacen comportarnos como algo inferior a lo que somos, la soberbia nos hace sentirnos superiores de lo que realmente somos, lo cual es mucho más grave. La idolatría del dinero tiene por tanto como trasfondo una idolatría de nosotros mismos. Las otras dos causas que describo a continuación ya no son causas "últimas" sino causas que se ponen en marcha solo cuando hay un determinado nivel de desigualdad y que provocan un agravamiento de la situación a través de círculos viciosos. Serían como la segunda y tercera marcha de un coche que solo pueden entrar en funcionamiento cuando el coche está ya andando. Esto significa que bastaría con eliminar el desorden moral para acabar con la desigualdad. La segunda causa es de naturaleza política. Se trata del círculo vicioso que se genera entre poder y desigualdad: Con el crecimiento de la desigualdad la democracia se va erosionando y el poder se acumula en pocas manos. La capacidad de influencia de los ricos acaba siendo tal que son capaces de dictar las políticas y las leyes creando así un sistema inclinado cada vez más a su favor, facilitando así una acumulación cada vez mayor y más fácil. Este círculo vicioso entre poder y desigualdad fue ya perfectamente descrito hace más de 200 años por Adam Smith, el principal responsable del diseño del sistema capitalista, que nos alertó del enorme peligro que implicaba para la democracia el hecho de que el poder económico se convirtiera en poder político. La facilidad con la que los grandes directores ejecutivos de las multinacionales son capaces de decidir sus salarios multimillonarios es también otro claro ejemplo de este mecanismo. Finalmente, un último ejemplo de este círculo vicioso lo podemos ver en la competencia entre los estados por atraer la riqueza a base de disminuir los impuestos al capital, generando como consecuencia una recaudación fiscal cada vez menor en todos los países del mundo y provocando el desmantelamiento de políticas públicas esenciales. Es fácil ver cómo mediante este mecanismo la desigualdad crece por ambos lados: aumentando la remuneración del capital y destruyendo las políticas públicas dirigidas a las personas más vulnerables. La tercera y última causa es de naturaleza económica. Para poder describir cómo opera esta tercera marcha es importante explicar cómo funciona el sistema económico en el que vivimos. Adam Smith nos explicaba que "Los ricos, siguiendo únicamente sus vanos e insaciables deseos, contratan a miles de personas, dividiendo así con los pobres el fruto del trabajo. De esta manera los ricos son llevados por una mano invisible a que progrese el interés de la sociedad". Es como si Adam Smith hubiera encontrado la forma de poner la codicia de los ricos al servicio de la sociedad. Pero ¿qué pasa si tras siglos de crecimiento económico hubiéramos alcanzado el límite finito de este planeta? En definitiva, qué pasa si como nos alerta Thomas Piketty el crecimiento económico global estuviera disminuyendo para no volver más. Bajo esas circunstancias los ricos ya no podrán seguir aumentando su patrimonio a través de nuevas inversiones, sino que necesariamente tendrán que hacerlo aumentando la parte destinada a los beneficios en contra de la parte destinada a los salarios. En definitiva, que si la tarta ya no puede crecer, la única manera de que el rico aumente su porción es disminuyendo la porción de sus hermanos. Conclusión, que para la necesaria lucha contra la desigualdad es urgente fomentar la virtud de la humildad, reducir el poder político del dinero y poner en marcha políticas redistributivas.
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