En los ’60, se enamoró del obispo de Avellaneda y se casó con él en 1972. Desde entonces, ambos lucharon por el celibato optativo para los sacerdotes. Podestá murió en el año 2000.
Clelia Luro, la mujer que en los ’60 se enamoró del obispo de Avellaneda, Jerónimo Podestá, llegó de su mano al Vaticano para pelear por el celibato optativo en la Iglesia Católica y luego, casada con el ex sacerdote, participó con él en la fundación de la Federación Latinoamericana de Sacerdotes Casados (FLSC), murió en los últimos minutos del lunes. Tenía 86 años, estaba internada en el Sanatorio Güemes y había permanecido activa hasta último momento: hacía sólo dos semanas había enviado al papa Francisco –de quien se consideraba amiga–, y al consejo de ocho cardenales que lo asesoran, el último de sus libros, sobre los 40 años que Podestá y ella dedicaron a luchar por el celibato optativo. Quien confirmó el deceso fue el teólogo brasileño Leonardo Boff, quien a medianoche, en los primeros minutos de ayer, escribió en su cuenta de Twitter: “Acaba de morir Clelia Luro, con quien el papa Francisco hablaba todas las semanas. Comprometida con las reformas de la Iglesia, amiga entrañable”. También de acuerdo con Boff, el sábado último, antes de ser ingresada en el sanatorio a causa de una infección, Luro había estado trabajando en una campaña de apoyo al papado de Bergoglio, en cuya capacidad para reformar la Iglesia Católica confiaba. Ese apoyo al ex arzobispo porteño había sido manifestado por Luro en más de una oportunidad en entrevistas periodísticas. A mediados de este año, se había mostrado fuertemente esperanzada: Bergoglio, advirtió, podría anunciar cambios en el celibato sacerdotal en “un año, no mucho más”, algo de lo que se podrían beneficiar “las próximas generaciones”. Clelia Luro Rivarola descendía de una familia acomodada que contaba, en su árbol genealógico, al escritor Eugenio Cambaceres. Era una religiosa practicante y de adolescente llegó a pensar en ordenarse como monja, aunque, contaba, del Colegio del Sagrado Corazón la echaban de las clases “por rebelde”. Ella tenía, según explicaba, “una visión muy fuerte del Evangelio, del mensaje de Jesús, que no compaginaba en mí con la institución Iglesia”. Con poco más de 20 años, se casó con Jaime Isasmendi y lo siguió hasta el ingenio de los Patrón Costas donde él trabajaba, en Salta. “De Santa Fe y Callao, de pronto me casé y me fui a vivir al ingenio en Salta, y empecé a vivir la realidad de los indígenas, la realidad del país”, contó en entrevista con este diario en el año 2000, a dos meses de enviudar de Podestá. En Buenos Aires, antes de casarse, antes de cambiar la ciudad por Salta, había tomado “cursos de medicina preventiva en la Cruz Roja”. Entonces, instalada en el ingenio y decidida a ayudar, “agarraba el caballo y me iba a las huetes, las chozas de la zafra en Orán, a enseñar a alimentar a los niños, colaboraba con el médico del ingenio, hacía prevención, porque los chicos allí morían como moscas”. Pero después de diez años, Luro dejó el ingenio, se separó de su marido y regresó a Buenos Aires con cinco hijas y embarazada de la sexta. “Las puse pupilas en el colegio hasta que conseguí tenerlas, pero para eso tenía que trabajar”, explicaba, en referencia a años en los que la ley de divorcio no regía en la Argentina y la separación de hecho, especialmente en su medio, era socialmente reprobada. Luro trabajó un tiempo en una financiera, pero “hablaba de dinero todo el día y estaba harta”, por lo que aceptó la propuesta de un amigo y se lanzó a editar una revista, Imágenes del País. Trabajando para esa publicación, conoció el caso de un cura alcohólico, para quien el obispo de Salta, que la había ayudado a separarse de su marido, le pidió buscar ayuda en Buenos Aires. El mismo obispo le sugirió contactar a Jerónimo Podestá, obispo de Avellaneda. Ella lo hizo, así hablaron por primera vez. Era 1966; Luro tenía 39 años; el cura, 45. Podestá “ha escrito páginas muy lindas donde cuenta cuando me conoció. Dice que le impactó mi fuerza, que lo ayudé a abrirse. Fue encontrarse con lo femenino y sin peligro, porque yo lo que pedía era por ese cura. Viajamos al Norte, a buscar a este sacerdote, que estaba tirado en la cama, borracho, y lo trajimos a Avellaneda. A partir de allí empecé a trabajar con él. Jerónimo era un líder en el país, era el obispo de los obreros. Cualquier problema, huelgas, paros, él estaba con ellos”. Luro trabajó con él en la diócesis, “no éramos pareja pero nos había unido mucho el trabajo, había cruces de corazón y de ojos y de todo”. Poco después, en la reunión de la Conferencia Episcopal de Latinoamérica, realizada en Mar del Plata, el obispo brasileño Helder Cámara comprendió por qué Luro era la única mujer entre los jerarcas eclesiásticos, conoció el trabajo que ella y Podestá hacían conjuntamente y los alentó a ser una pareja. Ella contaba: “Cámara le dijo a Jerónimo: ‘No tengas miedo de Clelia, porque Clelia va a ser tu fuerza’. Para Jerónimo, el camino conmigo era un camino querido por Dios, un camino marcado, por eso tuvo fuerzas para afrontar todo lo demás”. La relación comenzó a ser notada también por la jerarquía eclesiástica local. Podestá tenía posibilidades de ser nombrado cardenal primado, pero el vínculo con Luro y su propia adhesión a la Teología de la Liberación lo volvía peligroso, lo suficiente como para que el entonces presidente de facto Juan Carlos Onganía lo definiera como “el principal enemigo de la Revolución Argentina”. En 1967, Podestá debió dejar la diócesis de Avellaneda. Llegado al Vaticano, Podestá explicó al papa Paulo VI, a quien Luro definió como “muy misógino”, que no podía dejar de sentir lo que sentía por esa mujer. Meses después, en otro viaje, Podestá regresó a Roma con ella, la llevó ante el secretario de Estado del Vaticano. “El me decía: ‘Usted tiene que obedecer, Santa Teresa era obediente’. ‘Santa Teresa era una desobediente, porque el nuncio Sega le decía que no tenía que hablar y hubiera sido una monjita que nadie hubiera conocido, y ustedes hoy no la hubieran podido hacer doctora de la Iglesia, después de 400 años’. ‘¿Y la Virgen María?’, me decía él. Y yo le contestaba: ‘¿Quién estaba al pie de la Cruz, cuando murió Jesús? Las mujeres, los apóstoles tuvieron miedo’”, recordó Luro años después. En 1967, Podestá presentó su renuncia; en 1972, le fue suspendido el estado clerical y se casó con Luro. Dos años después se exiliaban, amenazados por la Triple A; regresaron a la Argentina en 1983. Desde que se casaron, formaron parte de la Federación Latinoamericana de Sacerdotes Casados, en cuya fundación participaron. En el año 2000, recién viuda, Luro se lamentaba de que todavía la Iglesia Católica fuera “muy cerrada con la mujer”. En ese entonces, aseguraba, había “150 mil curas casados, más de 150 mil esposas, más los hijos”, es decir, “un millón de personas que quieren luchar dentro de la Iglesia” para modificar la institución. “Nada madura si alguno no empieza a vivirlo, y nos tocó a no-sotros. La lucha no era sólo contra el celibato, sino por una Iglesia democrática, horizontal, comprometida con el mundo, con la justicia.”
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