La dimensión escatológica de este texto es sorprendente. A partir del capítulo 13 nos enfrentamos a un extenso discurso de despedida: El evangelista nos presenta a un Jesús consciente de que va a morir. Los discípulos son como sus hijos; él los ha cuidado y protegido, y no quiere que ahora estén desconsolados. Por eso les dice: “No los dejará huérfanos”. La muerte se acerca, pero Jesús les promete: “Regresaré con ustedes”. Los discípulos sienten miedo a quedarse solos, al abandono. Pero Jesús los consuela y les explica que la muerte no tiene la última palabra y que volverá porque, dice, “yo vivo” y “ustedes vivirán”.
Los verbos “vive”, “está en”, “está con” que aparecen en este evangelio en el capítulo 14 llaman la atención sobre todo porque parecen referirse no solo a los discípulos sino a todo creyente, a cada lector u oyente de esta palabra. ¿Quién o quiénes viven? La respuesta es pluriforme y vincular. Los que “viven” son el Espíritu consolador en nosotros (v. 17); el Padre y Jesús en quienes amen a Jesús (v. 23) y Jesús y los creyentes mutuamente relacionados “porque yo vivo y ustedes vivirán” (v. 19). Las comunidades de los orígenes comprendían que ser cristiano era dejarse llevar por el Espíritu que consuela, el espíritu del Resucitado. Comprendían que Jesús estaba vivo en ellos, y que ellos vivían un vida nueva en esta dinámica de la vida que no tiene fin. Este texto no permite interpretaciones morales relacionadas con el cumplimiento de los mandamientos, y, sin embargo, apunta a ellas. La única tarea que deja a los discípulos consiste en amar; y ese amor desencadena la acción de cumplir los mandamientos. Recordemos a Agustín de Hipona en su clásico “Ama y haz lo que quieras”, o a Teresa de Jesús “El amor, cuando es crecido, no puede estar sin obrar”. El amor en el centro y como condición imprescindible y, a partir de allí, la acción. Los cristianos de las comunidades joánicas pasaban momentos difíciles y sus vidas corrían peligro. Tal vez por ello el evangelista dedica tantos capítulos a los discursos de despedida: para ofrecer sentido a situaciones difíciles, para brindar plenitud de vida incluso ante la muerte. Y para poder encontrar en Jesús una propuesta de una vida con sentido. Un sentido y un estilo de vida en plenitud, que se vuelven más importantes y significativos que la misma muerte. En conclusión, la vida, para el cuarto evangelista, consiste en esta continuidad propia del amor, de la justicia, de la reciprocidad y de la trascendencia. La vida que ofrece el Jesús joánico es vida en abundancia, vida que no se acaba, vida compartida, vida en comunión, vida en relación, vida propia de la justicia, vida para quien ama y vida para quien cree. Es presente y plenitud de ser.
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