Una viña se compone de vides cuya fruta es la uva con la cual se hace el vino. En la Biblia, la viña designa el pueblo de Dios y la vid es Jesús. ¿Pero… y la uva y el vino?
Cuenta la Biblia que el pueblo de Dios era como una viña sufrida que el mismo Dios arrancó de Egipto y trasplantó a las pingües tierras del valle del Jordán con el mandato de crecer y dar un fruto de primera calidad, más específicamente, dos frutos: Justicia y Compasión. (Salmo 80,9-12) Dios cuidó mucho su viña para que se desarrollara bien, pero, a la hora de la vendimia, ¡cuál no fue su decepción! No encontró sino “racimos amargos”: en vez de justicia encontró maldad, en vez de compasión sólo oyó los gritos de los oprimidos. (Isaías 5, 7) Pasaron siglos durante los cuales muchos ejércitos extranjeros marcharon encima de la viña de Dios. Los últimos en la lista eran los romanos. La pobre viña estaba agotada, sus plantas, destrozadas, en agonía. Entonces vino Jesús y dijo: “¡Poneos de pie, alzad la cabeza, porque está cerca la liberación! Los odres viejos no sirven más, haremos unos nuevos: “¡A vino nuevo, envases nuevos!” (Lucas 21, 28; Mc 2, 22) Haremos aún una viña nueva desde una vid nueva: “Yo soy la vid”. (Jn 15, 5) Lo que les quería decir era algo así: “Habéis vuelto a ser esclavos como vuestros antepasados en Egipto. Muchos vinieron de afuera a saquear vuestra tierra, pero ni en la religión encontrasteis la fuerza para defenderos. Porque esa religión, que debía ser una religión gloriosa de justicia y de libertad, vosotros la pervertisteis. La cambiasteis en mero instrumento de avasallamiento y de muerte. De ella hicisteis un enredo de obligaciones religiosas estúpidas, pretendiendo así honrar a Dios, mientras aquello que Dios quiere por encima de todo, lo dejasteis a un lado. Y ¿qué es lo que Dios quería por encima de todo? Se resume en tres palabras: la justicia, la misericordia y la fe… ¡Ciegos, filtráis el mosquito y os tragáis un camello!” (Mateo 23, 24-24) Si los cristianos son las ramas de Jesús, la vid nueva, ¿qué clase de uva y de vino han de dar los cristianos sino “justicia, misericordia y fe”? Para ser honestos, la fe no falta entre las ramas de la viña cristiana. Ni la misericordia, porque los cristianos han hecho y siguen haciendo cosas maravillosas por la gente más sufrida del mundo. Pero ¿qué decir de la justicia? ¿Son los cristianos unos apasionados de la justicia, unos “hambrientos y sedientos de justicia”? (Mt 5,6) Seamos francos: respecto a la justicia, no somos mejores que los paganos. Peores aún, porque las injusticias más grandes que se cometen en el mundo son la obra siniestra del mundo desarrollado de Occidente, el cual, por casualidad, es el centro del mundo cristiano… Estoy exagerando. Entre los cristianos, hay mucha gente que lucha por la justicia. No son millones, pero los hay. ¿Menos que en el mundo no cristiano? No creo. Pero veamos el trato que por lo general muchos cristianos (y no de los últimos en importancia) les brindan a esos mismos hermanos y hermanas cristianas que luchan por la justicia. Muy a menudo los ignoran, o los miran con sospecha, o los marginan, o los denuncian, o los persiguen, o los matan pensando así honrar a Dios. La excusa: hablar de justicia es hablar como los comunistas y a los comunistas hay que matarlos porque son ateos. ¿Y los capitalistas…? En ese caso, Dios sería probablemente comunista, porque, hablando por boca del profeta Amós, deja sentado lo siguiente: “Quiero que la justicia sea tan corriente como el agua, y que lahonradez crezca como un torrente inagotable”. (Amós 5, 24) ¿Qué tal si los cristianos tomáramos esas palabra en serio? ¿Qué tal si las pintáramos con letras grandotas en las paredes de nuestros templos y las bordáramos sobre los manteles de nuestros altares y las ropas de nuestros curas y pastores? ¿Qué tal si comprendiéramos que, en las bodas de Caná, al cambiar el agua de las tinajas de la religión en un río de vino de primerísima calidad como para emborrachar a todo un pueblo, Jesús no nos estaría diciendo: “¡Desechad vuestras santurronerías y producid torrentes de justicia para embriagar de alegría al mundo entero!”? ¿Qué tal si, durante la misa, después de la consagración del vino, un ángel se nos apareciera al pie del altar y clamara: “Este es el misterio de nuestra fe: el vino cambiado en sangre de Cristo es simplemente la justicia que, por vuestro medio, Dios Amor quiere derramar a torrentes sobre el mundo para que todas las víctimas de la injusticia salgan de sus sepulcros junto con Cristo resucitado. Amén. Aleluya!”?
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