Con la misa del domingo en Roma, presidida por el papa Francisco, ha comenzado el esperado Sínodo de la Familia. Comienza un Sínodo cuya preparación ha estado precedida de fuertes y crecientes vientos de oposición al papa.
Para algunos, el Sínodo puede ser un buen momento para expresar sus desacuerdos con el estilo de gobierno y con la “revolución de la misericordia” que ha caracterizado el pontificado de Francisco. En tal sentido, el tema del Sínodo: «Los desafíos pastorales sobre la familia en el contexto de la evangelización», parecen ser propicios para hacer sentir una oposición de carácter más orgánico al programa de reformas del papa. Junto al objetivo de los desafíos de la familia, no es descartable que algunos estén viendo en este Sínodo una oportunidad privilegiada para alinear a futuras cordadas cardenalicias que puedan marcar el rumbo de un próximo cónclave. Una larga lista de desencuentros y desacuerdos con el estilo del papa Francisco –desde la liturgia hasta la Evangelii gaudium, pasando por sus gestos de acogida hasta cuestiones económicas– ha reagrupado a quienes fueron causa de tropiezo para Benedicto XVI, y quienes le dieron justificados motivos para presentar su renuncia. Lamentablemente, en este Sínodo, junto con el interés pastoral, se han puesto en juego cuestiones políticas y de poder eclesial. Mientras unos dan la cara en cuestiones pastorales, otros invisibles utilizan el Sínodo para aunar descontentos. Para graficar la situación, el cardenal canadiense Marc Oullet, prefecto de la Congregación de los Obispos, salió el viernes pasado (3 de octubre) a declarar que la visión de los obispos "divididos según partidos" no es propia de la Iglesia y por eso debe ser evitada durante el próximo Sínodo. Una advertencia oportuna y reveladora. Desde el lado visible hay una oposición doctrinal al impulso aperturista del papa; algo que se ha hecho sentir de manera contundente y categórica. En tal sentido, los temas del Sínodo de la Familia confieren una ventaja instrumental a los opositores del papa. Para ello, han hecho de la doctrina una verdadera trinchera ideológica, donde se han parapetado connotados teólogos y cardenales para resistir los vientos de cambio. En este terreno, el liderazgo opositor aparece radicado en la Congregación de la Doctrina de la Fe, presidida por el cardenal Gerhard Müller. De hecho, el propio prefecto, anticipándose a la convocatoria del Sínodo publicó en L´Osservatore Romano el documento “La fuerza de la gracia”, con el que reafirmó la doctrina de la indisolubilidad del matrimonio. A escasos días de inaugurarse el Sínodo, un grupo de cinco cardenales (Gerhard Müller, Raymond Burke, Walter Brandmüller, Carlo Caffarra y Velasio de Paolis) junto a cuatro teólogos (Robert Dodaro, John Rist, Paul Mankowski y Cyril Vasil), publicaron el libro “Permaneciendo en la verdad de Cristo: matrimonio y comunión en la Iglesia”. Ese texto produjo profunda desazón, principalmente por la oportunidad y porque revelaba una organización operativa contra la corriente aperturista del papa. Un detalle significativo de esa orgánica, es que entre los autores del libro se incluyó a un hombre que comparte la espiritualidad del papa, el arzobispo jesuita Cyril Vasil, arzobispo eslovaco, secretario de la Congregación para las Iglesias Orientales. En días recientes, y ahora sin esa aura de neutralidad y serenidad que provee la libertad teológica, el cardenal esloveno Franc Rodé, emitió serios y frontales acusaciones contra el papa en una entrevista a la agencia eslovena STA, diciendo que: “Francisco es excesivamente de izquierdas”, que Bergoglio es de “esta gente que habla mucho pero resuelven pocos problemas”, que “se nota que está ceñido por el ambiente del cual proviene”, haciendo una alusión a su origen latinoamericano donde hay grandes diferencias sociales. El 2 de octubre se conoció la carta abierta dirigida al papa, firmada por 48 prominentes católicos conservadores, que luego de hacer un recuento de las calamidades sociales que provoca la desintegración familiar, piden al papa y a los padres sinodales que fortalezcan “las verdades eternas sobre el matrimonio”, afianzando la doctrina y la ley. La mayoría de los firmantes son norteamericanos, cuya influencia en la Iglesia se hace sentir por su gran capacidad de ayuda económica a la Iglesia universal. Entre los firmantes figura Anne Mary Glendon, la mujer más encumbrada en las estructuras de la Iglesia universal. Ella es profesora de derecho en Harvard, ex embajadora de EEUU ante la santa sede, integrante de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales y recientemente elegida por el papa Francisco para integrar la comisión especial que lo aconseja en la gestión del Instituto para las Obras de la Religión (IOR). Y como un verdadero misil dirigido expresamente contra la persona del papa, Antonio Socci publica el libro: “No es Francisco. La Iglesia en la gran tormenta”. En dicho libro, destinado a convertirse en un best seller, Socci critica ácidamente al papa, sus discursos, sus silencios, sus decisiones de gobierno, así como un supuesto laxismo moral. Contrasta nostálgicamente el papado de Juan Pablo II y de Benedicto XVI con el de Francisco. Y, lo más grave, cuestiona la legitimidad de Francisco, por lo que en ningún momento lo menciona como papa, sino sólo como Bergoglio. Según Socci, el papa Francisco sería un impostor, porque en el cónclave no se habría respetado la regla de la constitución apostólica “Universi Dominici Gregis” que rige la votación en la capilla Sixtina. Socci es un conocido escritor y periodista italiano, miembro del movimiento católico Comunión y Liberación; mismo movimiento al que pertenece el cardenal Angelo Scola, quien fue el segundo cardenal más votado en el último cónclave. Todo indica que, la crisis de la Iglesia, que motivó aquel gesto de grandeza de Benedicto XVI al presentar su renuncia, sigue vigente. Prueba de ello es que hay evidencia suficiente que el Sínodo de la Familia podría ser utilizado como una prueba de fuerza para ventilar delicadas cuestiones de poder. En medio de este ambiente, el papa ha decidido afrontar directamente la tentación del poder que ronda en el Sínodo. En la misa inaugural del Sínodo el papa ha dirigido palabras incisivas a los padres sinodales. Comentando la parábola de los viñadores corruptos ha dicho: "La tentación de la codicia siempre está presente… La codicia del dinero y del poder. Y para satisfacer esta codicia, los malos pastores cargan sobre los hombros de las personas fardos insoportables, que ellos mismos ni siquiera tocan con un dedo". Y enfrentando directamente los riesgos de instrumentalización del Sínodo para fines mezquinos, dijo: “Las Asambleas sinodales no sirven para discutir ideas brillantes y originales, o para ver quién es más inteligente... Sirven para cultivar y guardar mejor la viña del Señor, para cooperar en su sueño, su proyecto de amor por su pueblo. En este caso, el Señor nos pide que cuidemos de la familia, que desde los orígenes es parte integral de su designio de amor por la humanidad. También nosotros podemos tener la tentación de «apoderarnos» de la viña, a causa de la codicia que nunca falta en nosotros, seres humanos. El sueño de Dios siempre se enfrenta con la hipocresía de algunos servidores suyos. Podemos «frustrar» el sueño de Dios si no nos dejamos guiar por el Espíritu Santo." La fuerza espiritual del papa Francisco es garantía que el Sínodo será un instrumento de discernimiento pastoral colegiado, para responder a los acuciantes desafíos que enfrentan las familias en todo el mundo.
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