El Papa Francisco se expresa muchas veces con términos muy alejados del lenguaje clerical anterior a él, de una manera llana, comprensible, diferente, a veces incluso sorprendente. Como lo hizo Jesús durante su vida, por eso le entendían tanto sus adversarios como, sobre todo, los empobrecidos, excluidos y marginados.
Así se expresaba el 17 de junio de 2013: “Son muchos los revolucionarios en la historia, han sido muchos. Pero ninguno ha tenido la fuerza de esta revolución que nos trajo Jesús: una revolución para transformar la historia, una revolución que cambia en profundidad el corazón del hombre. Las revoluciones de la historia han cambiado los sistemas políticos, económicos, pero ninguna de ellas ha modificado verdaderamente el corazón del hombre. La verdadera revolución, la que transforma radicalmente la vida, la realizó Jesucristo a través de su Resurrección: la Cruz y la Resurrección... Es una verdadera revolución y nosotros somos revolucionarias y revolucionarios de esta revolución, porque nosotros vamos por este camino de la mayor mutación de la historia de la humanidad. Un cristiano, si no es revolucionario, en este tiempo, ¡no es cristiano! ¡Debe ser revolucionario por la gracia!”. En este tiempo en el que han muerto grandes revolucionarios que, como dice Federico Mayor Zaragoza, dejan “una estela duradera”, debemos seguir reivindicando esta palabra tan odiada por los poderosos y potentados de este mundo injusto, y tan anhelada por la inmensa mayoría de los hombres y mujeres, niños y ancianos discriminados, oprimidos, despreciados… Hacemos pues una nueva proclama al mundo pidiendo, exigiendo, invitando a cada persona a hacer: - Una revolución contra la injusticia, contra los derechos pisoteados, contra la dignidad violada, contra el hambre y las enfermedades evitables. - Una revolución de la inclusión, la acogida, la interreligiosidad, la multiculturalidad, la aceptación del otro como algo positivo y enriquecedor en el encuentro entre personas de distintas opciones políticas, razas, tendencias sexuales, culturas y religiones. - Una revolución pacífica, que luche contra el tráfico de armas, por el fin de las guerras, que trabaje por el entendimiento, el diálogo, la armonía entre los pueblos y las gentes. - Una revolución por el trabajo digno y el buen vivir de la población, con nuevos índices de la felicidad de las personas, desde parámetros humanistas, benéficos, altruistas. - Una revolución de la solidaridad y la ternura, la compasión y la equidad, la honradez personal y la rectitud ética. De la libertad y la participación ciudadana. - Una revolución cuyo corazón no tenga fronteras, ni vallas, ni muros, ni CIES, ni obstáculos para libre circulación de personas de unos países a otros, porque todos somos hermanos y nadie se debe sentir extranjero en ningún lugar. - Una revolución de la sobriedad compartida, de la sencillez en todos los niveles de la vida, del buen vivir como alternativa al vivir bien, sin consumir más que lo necesario, sin derrochar, porque no nos lo permiten ni nuestra Tierra ni los hombres y mujeres más desfavorecidos y empobrecidos que viven en ella. - Una revolución en la que no tenga cabida ni el egoísmo, ni la corrupción, ni la libertad del dinero por encima del bienestar de la gente, ni los beneficios conseguidos mediante el abuso sobre los trabajadores; ni el neoliberalismo, el capital y el mercado como el ídolo supremo al que adorar. - Una revolución contra la mentira en los medios de comunicación, en la política, en la calle. Contra la difamación, las amenazas, la condena sin juicio. Una revolución de la sinceridad, la cordialidad, la confianza, la tolerancia y el respeto. - Una revolución contra la indiferencia, la apatía, el individualismo, la despreocupación hacia los demás. Porque solamente en el espejo del otro nos identificamos y realizamos como personas en plenitud. - Una revolución de la conciencia de pertenecer a una misma familia, una sola humanidad, que posee prácticamente el mismo código genético que los demás animales, y los mismos elementos químicos que el resto de la naturaleza de nuestro mundo y del universo del que formamos parte. - Una revolución de la esperanza activa y creativa, a pesar de todos los pesares, de la búsqueda del anhelo común, de la ilusión compartida. - Una revolución del gozo, del buen humor, del ingenio y la gracia que alegre y celebre cada día la vida con los demás. De la música y la poesía. De la pintura y la fotografía. De la escultura y la escritura. De la belleza en cualquier expresión artística y de la que nos regala la naturaleza. - Una revolución que aliente la fe y la confianza en uno mismo, en los demás, en el sentido profundo de la vida, que nos invita cada día a ser y compartir antes que a tener y acaparar. - Una revolución de la interioridad, de la serenidad, del silencio y la reflexión, de la duda que nos ayuda a crecer en comunión con los demás. Para “alimentar la llama interior” que existe en el hondón de cada ser humano. Y a descubrir en lo pequeño el Misterio de la Vida y de Amor que nos había. - Una revolución que cree que en lo aparentemente insignificante, en las acciones pequeñas y concretas, desde la cotidianidad, del trabajo bien hecho, del encuentro y la cercanía hacia quienes nos necesitan, a quienes necesitamos, de la proximidad y no del aislamiento, con abrazos y luchas conjuntas, podrá ir transformando en redes de solidaridad, como pequeñas semillas, poco a poco, las conciencias, lo cercano y las estructuras sociales, hacia ese otro mundo más justo y fraterno que tanto anhelamos.
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