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La oración no es petición por: Jesús Gil García

5/8/2015

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Cuando hablamos de la oración normalmente la reducimos a la de petición. Orar es relacionarnos con Dios para pedirle que intervenga en los acontecimientos tanto personales como históricos y naturales,  y evite todos los males y contrariedades que nos acaecen. La oración así entendida supone la existencia del Dios teísta, de Dios como persona que vive en las alturas, dominando el cosmos, y decidiendo sobre los sucesos de la vida personal y de la naturaleza. Pero si prescindimos de este Dios como deidad externa ¿tiene sentido la oración? ¿podemos seguir rezando? Estas son las preguntas que se hace el obispo Spong al tratar el tema de la oración:



“Pero, ¿todavía podemos rezar si no existe una deidad teísta que pueda  contestar personalmente a nuestras oraciones? ¿Podemos rezar en este momento de exilio? La oración, ¿será una actividad que pervivirá más allá del exilio? (p.142).

La respuesta a estas preguntas parece un tanto complicada, a no ser que busquemos una alternativa a este Dios personal que vive en el cielo y que contesta a nuestras peticiones, por una parte; y que descubramos, por otra parte, otro tipo de oración diferente a la de petición.

Podemos acudir al evangelio y descubrir qué contesta Jesús de Nazaret a la petición de sus discípulos: Señor, enséñanos a orar (Lc 11,1). Jesús les contesta con la conocida oración del padrenuestro: Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre… Pero las circunstancias que vivimos nosotros son diferentes de las que vivieron Jesús y sus discípulos. Esta oración depende de unos supuestos que hoy no podemos admitir. Supone que Dios es una persona a la que podemos tratar como un padre. Supone que Dios es un ser que vive en el cielo. Y supone también que a este ser divino le agrada que  le tratemos como persona sagrada. Hoy no podemos seguir admitiendo todos estos supuestos sobre los que se asienta la oración que Jesús enseña a sus discípulos. Nuestro mundo ha superado estos supuestos teístas.

“Todos estos eran aspectos de un sistema de creencias teísta que, sencillamente, ya no existe. El concepto de una deidad personal que dirige los asuntos de la historia humana individual desde un lugar de ventaja sobre la Tierra, observando, interviniendo, premiando o castigando, ha muerto” (Spong p.144).

En estas circunstancias ¿es posible  hablar de la oración sabiendo que ese ser divino que llamamos Dios no habita en el cielo, y no dirige desde lo alto los acontecimientos de la historia como un ser protector de la vida humana y cósmica? Se impone la tarea de reconstruir la oración sobre unos supuestos diferentes, no teístas y acordes con la modernidad. Habrá que descubrir una nueva base  sobre la que fundamentar la oración. Una nueva forma de entender a Dios, no como deidad externa, sino como profundidad que existe dentro de cada persona, que impulsa a comunicar con la fuente de la vida, que llama a la plenitud y que empuja a la comunidad y al cuidado de los otros. Así describe el obispo este nuevo modo de entender la oración:

“La oración es la intención humana consciente de relacionarse con la profundidad de la creación y el amor y, por lo tanto, ser un agente en la creación  de la plenitud en el otro. La oración es ofrecer nuestra vida y nuestro amor a través la simple acción de compartir nuestra amistad y nuestra aceptación. La oración es mi llamado al ser del otro para después darle al otro el  valor de atreverse, de arriesgarse y de ser en una forma de ser totalmente nueva, quizás hasta en una nueva dimensión  de la vida. La oración también es mi oposición activa  a esos prejuicios y estereotipos que disminuyen el ser persona y el ser del otro. La oración es tomar la acción política correcta para construir una sociedad en la cual las oportunidades pueden ser igualitarias y nadie se vea forzado a aceptar el status quo como su destino. La oración es un reconocimiento activo de que existe un centro sagrado en cada persona que no debe de ser violado. La oración es enfrentar las exigencias de la vida, que nos hacen entender que vivimos sujetos a una amplia gama de circunstancias sobre las cuales no tenemos control. La oración no es cobardía frente a estas circunstancias, sino, más bien, la disposición para enfrentarlas con valor. La oración  es la habilidad de aceptar la fragilidad de la vida y transformarla aunque nos victimice o nos mate. La oración incluye perder la ilusión de ser el centro del universo o que nuestras vidas son tan importantes para alguna deidad externa, que esa deidad intervendrá para protegernos. La oración es una llamada a romper con la dependencia infantil para entrar en la madurez espiritual” (Spong p149-150)

Redescubrir la oración, por lo tanto, consiste en superar la huída de este mundo para encontrarnos con el Dios, deidad externa, sobrenatural,  omnipotente, protector, juez y solución de todos los problemas que afectan a la humanidad y al universo. Y centrarnos en nosotros mismos, en la profundidad de nuestro ser para vivir plenamente, compartir el amor y abrir la vida a la transcendencia. Es también lucha por la justicia humana para superar las desigualdades de cara a conseguir todas y todos la plenitud de la vida. La oración no se puede separar de la acción, Porque lo sagrado se encuentra en el centro de la vida, la oración es llamada a abrirnos a la profundidad de la vida para que se revele su profundidad. Por ello, como dice el obispo Spong, será mejor hablar de meditación y contemplación, que sugieren el cambio de uno mismo; que de oración, que alude a la idea de petición a la deidad teísta  para que intervenga en la historia y solucione los problemas que nos inquietan.

La oración es abrirse a la profundidad de la creación y el amor. Es llamada al ser del otro para que pueda realizarse plenamente. Es también oponerse a todo lo que impide la realización del otro. Es compromiso político para construir una sociedad en la que todos los seres puedan alcanzar la plenitud de la vida. Es reconocimiento de que en cada persona existe un centro sagrado que ha de respetarse. Es finalmente, tomar contacto con Dios, no como ser externo que habita en los cielos, sino como fundamento del ser, de la vida y del amor de todo cuanto existe.

*J. Sh Spong. Por qué el cristianismo tiene que cambiar o morir. Editorial Abya Yala. Quito. Ecuador 2014.



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