Lucas nos muestra aquí un ejemplo perfecto del género literario "Evangelio". Esto consiste en "contar lo que sucedió, aunque los ojos no lo vieron". Lo que vieron los ojos fue un nacimiento en condiciones materiales penosas. Lucas sabe más, y sabe que sucedió más: sabe quién es el niño que nace; nace el salvador, la gran alegría para todo el pueblo.
No podemos leer estos textos como si fueran simplemente relatos de lo que sucedió. En todos estos textos de la infancia de Jesús, la historia tiene menos importancia que el significado de lo que está sucediendo. Y el significado es estremecedor: para ver a Dios, mirad a ese niño. Nuestra fe es una radical negación de la apariencia del mundo. La apariencia del mundo, la que captan los ojos, es materia que cambia y pasa, vida que llega a morir, y es ausencia de Dios, que no aparece por ninguna parte, que no parece arreglar nuestros problemas. Eso es lo que llama Pablo una vida sin religión... pero es lo evidente, incluso lo razonable. Nuestra fe es no conformarse con esto. Y no nos conformamos porque nos fiamos de ese niño que vemos hoy nacer. Somos más, hay más destino, hay otro modo de vivir, Dios está ahí presente y habla y trabaja... La Noche de Nochebuena se convirtió en día para los pastores porque apareció La Gloria del Señor. Es todo un símbolo: la oscuridad de la vida humana se convierte en día por la presencia de Jesús. Nuestra fe suele ser también un alarde del conocimiento de Dios, el Uno y Trino, el Todopoderoso, el Creador, el Infinito, el Providente… Todo esto fue quizá válido hasta que Dios se dejó ver. Y fue una desilusión: ¡tenía que haber nacido en el palacio de Herodes o mejor en el del César de Roma o quizá ser hijo del Sumo sacerdote y nacer milagrosamente destellando resplandores! ¡Así nadie tendría dudas y el mundo entero se postraría ante la divinidad manifestada en gloria! Pero no fue así. Los judíos pedían señales, y la señal es un niño pobre nacido en una cuadra, inmovilizado en pañales. Los griegos buscan sabiduría: y la sabiduría de ese niño sólo serán sus parábolas, de las que se puede sacar tan poca filosofía ni teología que la misma Iglesia las ha olvidado para buscar sabiduría en otras fuentes. Hemos convertido la Navidad en una fiesta de ternura infantil y familias, y en fuente de una asombrosa teología de la Encarnación que nos ha llevado hasta prácticamente negar que ese niño es un ser humano verdadero. Con eso hemos trivializado la Palabra. Es la fiesta del compromiso de Dios con nosotros contra nuestras tinieblas. No debemos ceder a la simple ternura. Debemos subir a la contemplación, al género "evangelio", ver lo que sucede de verdad, aunque los ojos no se enteren de casi nada. Y debemos aprender qué es Dios solamente mirando a ese niño. Dios está aquí, aunque los ojos no se enteran. Dios está con nosotros, aunque nos parece que estamos tirados. Dios es así, aunque la mente se escandalice. Los ojos no ven a Emmanuel ni a Dios Libertador. Navidad es para ver con los otros ojos, los del Espíritu, abiertos por Jesús. Ha aparecido la gracia de Dios, para que la vida sea diferente, porque la vida es diferente. Los evangelios empiezan verdaderamente cuando Jesús empieza a proclamar: "Convertíos, que ya está aquí el Reino de Dios". A la luz de esas palabras tenemos que mirar al Niño. "Convertíos", tenéis que daros la vuelta, cambiar de rumbo, ir a otro sitio, volver la cara a Dios tal como se deja ver. Y oír, escuchar, atender LA NOTICIA: "El reino de Dios está aquí". Este mundo no es la noche de la injusticia, de la desgracia, de la muerte, de la ausencia de Dios. El Niño revela que este mundo puede ser "EL REINO". La nochebuena está llena de símbolos, y debemos vivirla así. Es de noche, sólo unos pastores vigilan los rebaños. Belén está llena de algazara de posadas a rebosar. En una cuadra aparte una pareja pobre está en apuros. Pero la noche se ilumina con la Gloria y la palabra del Señor. La recibe la gente sencilla y son capaces de interpretar bien una señal que no es señal de nada: un niño envuelto, como todos, en pañales, y colocado, peor que todos, en un pesebre. Y todo esto dispara la pregunta afilada, ineludible: ¿dónde está tu Dios? No lo busques como los Magos en el Palacio del Rey, ni en la sagrada Jerusalén. No en el templo, no en el culto, no en el sacerdocio, no en el palacio, no en la sabiduría de los escribas/teólogos. Ni siquiera en su casa, ni en el día. La Nochebuena es una gran negación, un desafío. Esto va a ser para nosotros Jesús. Creer a Dios sin ver nada del otro mundo. ¡Qué señal, un niño pobre en una cuadra! ¡La gloria de Dios que sólo es visible para cuatro pastores miserables! Navidad es para ver a Dios donde los ojos no lo ven. No es nada fácil ver a Dios en el niño que ha nacido. En realidad sólo lo podemos ver porque sabemos quién será ese niño. No creemos en Jesús porque lo vemos en el pesebre. Creemos en el Niño del pesebre porque ya sabemos quién es. Los evangelios de la infancia sólo tienen sentido después de creer en Jesús, están escritos por personas que ya tienen fe en Jesús. Es eso lo que nos pasa con la vida. No es fácil, quizá sea imposible, creer en Dios despegando hacia Él desde lo que ven los ojos en este mundo. Vemos tanta injusticia, tanto dolor de inocentes, tanto sin-sentido, que nos resulta áspero ver ahí la mano de Dios. Y es que tiene que ser al revés. Creemos en Dios y después intentamos iluminar la noche de la vida con esa fe. Por eso, el signo de la Navidad es la luz en la noche, contemplada por los más sencillos. Esta noche no se van a enterar de nada los sabios y teólogos de Israel. Para ellos no ha pasado nada. Esta noche no se va a enterar de nada el Rey Herodes, y cuando se entere se dará cuenta inmediatamente de que ha nacido un peligro mortal para él y procurará destruirlo. Esta es la noche de creer en los valores enterrados en el corazón de toda la gente, que es donde descubrimos, con sorpresa y con gozo, que verdaderamente el Reino de Dios sí que está en el corazón de todos los hombres. La noche sigue siendo noche, sigue habiendo dolor y vejez y desgracia, nos siguen apeteciendo mil cosas que nos degradan; vivimos en la noche. Pero en la noche hay luz para ver más cosas y más verdaderas. Esa luz es Jesús. CREDO SENCILLO PARA NAVIDAD Yo creo en un niño pobre que nació de noche en una cuadra, arropado sólo por el amor de sus padres y la bondad de la gente más sencilla. Yo creo en un hombre sin importancia austero, fiel, compasivo y valiente, que hablaba con Dios como con su madre, que hablaba de Dios como de su madre, contando, llanamente, cuentos sencillos, y por eso molestó a tanta gente que al final lo mataron, lo mataron los poderosos, los santos, los sagrados. Yo creo que está vivo, más que nadie, y que en él, mas que en nadie, podemos conocer a Dios y sabemos vivir mejor. Y doy gracias al Padre porque Él nos regaló este Niño que nos ha cambiado la vida, y nos ha dado sentido y esperanza. Yo creo en ese niño pobre, y me gustaría parecerme a Él
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