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La mostaza y la levadura por: José Enrique Galarreta

7/17/2011

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Ante todo, estoy indignado. Los liturgos que organizan las lecturas se han descolgado hoy con una de sus tropelías más memorables.

 

No sólo nos endosan dos primeras lecturas inútiles, una por anti-evangélica y la otra por casi incomprensible y además insípida, sino que juntan tres parábolas de Jesús, probablemente porque cada una de ellas les ha parecido demasiado cortita. Es como decía una amiga mía: “las parábolas no son más que cuentecillos sencillos para niños”. Eso parecen pensar los liturgos o quienes sean los que nos obligan a leer esas cosas y a su gusto.

 

Pues tienen que enterarse de que las parábolas, las humildes parábolas que entiende todo el mundo, que no necesitan conocimientos filosóficos previos, son el corazón del evangelio, son las que encierran la mayor y mejor parte de las “mismísimas palabras de Jesús”, son la clave para entender El Reino. Pero, claro, no dan prestigio ni poder sagrado, están al alcance de todos.

 

Hace dos domingos leíamos aquellas terribles palabras de Jesús: “Te doy gracias, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y los enterados, y se las has revelado a la gente sencilla; gracias, Padre, porque lo has querido así”. Pues bien, hoy tenemos un hermoso ejemplo: “los enterados” no se enteran.

 

Los sabios desprecian las parábolas. Y la gente sencilla se queda sin pan, porque ellos prefieren exóticos alimentos aristotélico-platónicos y estilos de hablar que sólo ellos comprenden. 

 

Mucho se habla hoy de que la Iglesia necesita mucho cambios: propongo uno, que me parece esencial: volver a las parábolas, abandonar la teología para ricos sabios entendidos, volver a Galilea y escuchar a Jesús hablando a la gente sencilla, desde la barca, a la orilla del Lago.

 

Así que me permito enmendar la plana al liturgo de turno, y no hablar a la vez de tres parábolas. Con perdón de la cizaña me quedo con la mostaza y la levadura, porque tienen significado bastante parecido y porque me parece que hoy nos hacen mucha falta.

 

Las Parábolas "vegetales".

 

La cizaña, la mostaza, la levadura, la semana pasada el sembrador. Y el árbol con sus frutos, la higuera, la mies que ya amarillea, la vid... Jesús habla del Reino con parábolas vegetales. Como de un crecimiento, de algo pequeño, insignificante, que se va haciendo irresistiblemente grande, que crece de dentro a fuera, que va camino de la madurez... Jesús habla del Reino como de una VIDA.

Las parábolas de la mostaza y de la levadura llevan consigo la idea de lo pequeño que puede más que lo grande y del crecimiento “de fuera adentro”, “de abajo a arriba” y sin espectáculo alguno, en silencio, como crece el trigo, como fermenta la harina para ser pan...

La semillita que se hace arbusto, la levadura que fermenta la masa. Es el Reino en nosotros y somos nosotros en la humanidad. La Palabra germina en nosotros y al final toda nuestra vida se convierte en Reino. La Palabra fermenta nuestra vida y al final toda nuestra vida es pan sabroso. Una vez más, es la conversión.

Tendemos a lo espectacular, a imaginar la conversión como un fogonazo de gracia que lo cambia todo de repente. Es más humano, más real y más divino.

Nos han presentado la conversión como producto de un fogonazo deslumbrante, pero no es así: es la semilla que se va haciendo árbol, como masa pesada y sosa que se va haciendo pan. Es, sobre todo, más exigente, porque cuando se han vivido cincuenta, setenta, noventa años, ¿qué conversión espectacular cabe esperar? Pero sí se puede seguir creciendo, seguir fermentando, seguir convirtiendo en pan cualquier rincón soso y pesado de nuestra masa.

En su momento, fueron sin duda parábolas bastante sorprendentes. La imagen del árbol para representar el reinado de Dios existía ya en Israel, pero era el alto y espléndido cedro, majestuoso, el mayor de los árboles; connotaba majestad, grandeza, poder. Jesús margina esa imagen y elige el humilde arbusto. Es una exageración literaria que los pájaros aniden en él. Las imágenes del Reino no son triunfales.

Del mismo modo, incluir una mujer en un oficio casero como imagen del Reino no debió ser muy bien aceptado: la mujer es tenida por inferior e incluso impura; no se consideraría de muy buen gusto hacerla imagen del Reino.

Más aún: la imagen acostumbrada era que el pan ázimo fuera considerado más cercano a lo sagrado, como signo de pureza, mientras que el pan con levadura fermentado, tenía cierta connotación de impureza (por eso eran ázimos los panes que se ofrecían en el Templo, y los que se comían en la Pascua, y en este sentido lo usa Pablo en 1 Cor.5). Jesús prescinde de esas purezas legales y admira el poder de transformación de ese trocito pequeño, capaz de hacer fermentar toda la masa (que, de paso, es una enorme cantidad, como para dar de comer a varias docenas de personas…)

Y además, las parábolas son retratos de Jesús y de su estilo. Jesús no triunfó por dominación, ni actuó como condenador de pecadores, ni se nombró Sumo Pontífice, ni organizó espectáculos en el Templo. Se sembró, curando y cuidando a los débiles; se enterró en la masa inculta y supersticiosa de la gente normal. La semilla floreció y la levadura fermentó.

Pero luego vino la cizaña: los teólogos griegos hicieron de sus palabras filosofía para cultos; los romanizados epíscopos se inventaron el poder, los liturgos convirtieron la cena del Señor en un espectáculo propio del templo de Jerusalén, con Pontífices disfrazados de reyes y sacrificios de expiación por el pueblo.

Y nos cambiaron más aún: cambiaron la fraternidad por la defensa a ultranza de las clases sociales, cambiaron la solidaridad con los más necesitados por la limosna porcentual y tranquilizadora, cambiaron el “nadie consideraba lo que tenía como propio, sino que lo ponía a disposición de los apóstoles de manera que no había entre ellos ningún indigente” por la encendida cruzada por la propiedad privada cuando todo el mundo obrero sufría la más despiadada explotación, comparable, o peor aún que la esclavitud, de la que no me consta que haya habido una condena decidida y a tiempo oportuno…

¿Cuándo volveremos (la iglesia entera, desde arriba, no algún que otro iluso que cree en Jesús y en el Reino) al estilo de Jesús, a sus modestas, silenciosas, diminutas parábolas?

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